Militantes del Estado Islámico, entregados a la destrucción de cartones de tabaco confiscado en su bastión de Raqqa, en Siria. :: REUTERS
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Los talibanes del siglo XXI

Los nueve meses de mandato en Raqqa muestran el régimen extremo que el Estado Islámico se propone llevar a todo el califato

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«¿A dónde podemos ir, dónde podemos encontrar un lugar seguro? Nos sentimos atacados por la coalición internacional, el Estado Islámico (EI) y el régimen», confiesa Fatima Said, profesora de 35 años de Raqqa, a la publicación electrónica 'Syria Deeply', una sensación de terror compartida por los sirios que viven en zonas bajo control del EI. La primera semana de bombardeos por mar y aire por parte de la alianza que lidera Estados Unidos ha golpeado los santuarios yihadistas en Siria y el más importante es Raqqa, de donde los civiles huyen sin tener muy claro a dónde. Esta ciudad, capital de la provincia homónima del noreste sirio, tenía 200.000 habitantes antes de la guerra y en marzo de 2013 se convirtió en la primera gran urbe del país sin presencia del régimen. Los grupos armados de la oposición derribaron la enorme estatua de Hafez el-Asad en la plaza central y llenaron el hueco dejado por las autoridades de Damasco, pero la convivencia duró hasta enero pasado, cuando el EI dio un golpe de autoridad y se erigió en la única fuerza.

Desde entonces, los yihadistas han instaurado en este lugar el tipo de régimen islámico que quieren extender a todo el autoproclamado califato y que incluye al menos tres provincias de Siria y cuatro de Irak. Un modo de gobierno que es una versión actualizada del Afganistán de los talibanes.

«Los primeros días tras la caída del régimen fueron los mejores de mi vida, pero ahora preferiría a los soldados del Ejército antes que al EI, a aquéllos al menos les podías sobornar y te dejaban vivir», confiesa en una entrevista colgada en la red Abu Ibrahim, activista del grupo 'Raqqa está siendo masacrada de forma silenciosa', una plataforma que se juega la vida difundiendo a través de las redes sociales la vida bajo el régimen yihadista.

El reloj se paró en enero y Raqqa retrocedió a los tiempos de Mahoma tras la implantación de la versión más radical de la sharía por el EI. En la ciudad se mezclan combatientes extranjeros y sirios que dejan sus milicias locales y deciden seguir la estela de la bandera negra. La mayoría de foráneos vienen de Irak y Túnez, pero tampoco faltan chechenos y un buen puñado llegados de Europa, según Abu Ibrahim, «es difícil saber cuál es el combatiente más rico porque todos tienen buenos teléfonos y ordenadores portátiles y comen en restaurantes a los que los locales no nos podemos permitir entrar. Nos hemos dado cuenta de que los más estrictos con la religión son los tunecinos, mientras que los saudíes y egipcios son más relajados».

Limpieza sectaria

El grueso de extranjeros convive con una población local puramente suní, ya que cristianos y fieles de otras creencias fueron los primeros en escapar. La limpieza sectaria es una de las medidas que antes aplica el EI. Los sirios pueden empuñar las armas o trabajar en la nueva administración por sueldos que van de los 300 a los 600 dólares (de 235 a 470 euros al cambio), una cantidad superior a lo que cobra un funcionario medio del régimen en cualquier zona del país. Las autoridades islamistas recaudan tasas por la electricidad y el agua, aunque el servicio sea muy deficiente, han prohibido el alcohol y el tabaco -hacen redadas de forma periódica para quemar los cigarrillos que encuentran en lugares públicos- e impuesto el uso del niqab a las mujeres. Muchas de las ejecuciones son públicas «para sembrar el terror entre la población», según Abu Ibrahim, y los islamistas han instalado centros de captación para los más jóvenes en las antiguas iglesias -hoy pintadas de negro, color de la bandera de la yihad- y en tiendas de campaña. «Esto es lo más peligroso porque lavan el cerebro de los niños para atraerlos hacia su causa», lamenta Ibrahim a lo largo de una entrevista colgada en la web del grupo, donde responde a las preguntas de los lectores de la web.

El intento de control ha llegado también a todas las escuelas y universidades de su área de influencia, donde han prohibido por decreto del califa materias como la historia o la música. En el lado iraquí del territorio conquistado por el EI fueron destruidas las estatuas del músico y compositor del siglo XIX Othman al-Mousuli y del poeta de la era abásida Abu Tammam.

Y a la furia del EI tampoco escapan los lugares sagrados. Templos e iglesias se destruyen o reconvierten en espacios de adoctrinamiento yihadista. Trece años después de que los talibanes dinamitaran las estatuas de los budas gigantes de Bamiyan en Afganistán, Oriente Medio vive escenas similares. Uno de los pilares del nuevo sistema de destrucción de los «falsos ídolos», como recoge uno de los puntos de instauración del califato, en vigor desde el 29 de junio.