«Los políticos odian la cultura»
Luis Landero novela su viaje «del caos al canon» asomado al balcón de la memoria
Actualizado: GuardarAndaba Luis Landero (Alburquerque, 1948) «atascado» con una novela y optó por aparcarla. Cambió «de registro y de actitud» y surgió 'El balcón en invierno' (Tusquets), un juego autobiográfico de «ficciones y verdades» y «el caleidoscopio de una época». Él mismo y su entorno son personajes de una novela que recrea el «extraño y estrambótico» viaje de su vida, que «del caos al canon» condujo al hijo de un campesino extremeño a triunfar como escritor y dar clases en Yale.
«Que nadie se equivoque. Aquí no hay yoísmo ni literatura de un yo que quiero diluir en los otros: es una novela», aclara el narrador y profesor jubilado, a quien le llevan los demonios ante «el maltrato de las humanidades y la educación» que contempla «entre el estupor y el desánimo». Los políticos desconfían de la cultura. Y no solo eso: llegan a odiarla. Lo evidencia ese salvaje 21% de IVA cultural o el entierro de la Filosofía y la Literatura como asignaturas residuales». «Es terrible. Entiendo que las críticas del 98 tendrían sentido ahora, que no pierde vigencia el lamento de Unamuno exclamando ante España: '¡vaya melonar!'».
Cree con Juan Rulfo que la novela «es una suma de mentiras cuyo producto es una verdad». Que la buena literatura «es una nueva verdad que explica el mundo y te da una nueva visión, aún recurriendo a mentiras fenomenales». Así que cuando el autor de 'Juegos de la edad tardía' sintió que «entraba en la edad provecta», se asomó al pasado «sin buscarlo» con un relato «producto de un cansancio momentáneo que me salió al paso en un momento de bajón».
Es un viaje de ficción construido con muchas verdades. Recrea la peripecia de un chaval del campo extremeño, un pastorcito de boina y pantalón de pana que acabó convertido en un escritor de éxito que dicta cursos magistrales en la Universidad de Yale. «Todo ha sido como una carambola con efecto y a muchas bandas», resume. «En realidad, un viaje del caos a al canon, porque mi vida fue caótica hasta descubrir el canon literario que la ordenó», explica el autor de 'Hoy Júpiter', 'Caballeros de fortuna' o 'El guitarrista'.
Fue un «pésimo estudiante» que se buscó la vida al llegar al madrileño barrio de 'la Prospe' en 1960. Descargó camiones, distrajo alguna moto para volar con ella, soñó en el cine, trabajó en esto y aquello, hasta que creyó hallar un camino en la guitarra. «Era muy buen guitarrista, pero no soportaba el mundo de la farándula», explica el escritor y profesor, que cambió las seis cuerdas por la pluma para hacer camino entre la docencia y la narración.
«No deja de extrañar que sea escritor tras una infancia sin un solo libro, pero hasta los 21 años viví en el caos, totalmente desnortado». A esa edad, orientado por un profesor, las lecturas de Borges, Kafka, Melville o Flaubert le llevan «por el otro camino». Da un giro «a una vida rara y sin norte» y comprende que había «mucha literatura» en la manera de relatar de su iletrada abuela, la pastora Francisca, y en el entorno familiar de la Extremadura rural a la que sigue ligado. «Me inocularon el germen de la fantasía, el gusto por contar y escuchar. Los libros que no tuve fueron los cuentos orales y el resplandor de contar con pasión lo más nimio», asegura.
«Cambié, pero también tengo nostalgia de las vidas que no he vivido», dice. «Me habría gustado ser aventurero, un Darwin moderno, un científico viajero en busca de nuevas especies y experiencias. Habría sido coherente con mi romántico espíritu de juventud, pero acabé viajando desde mi escritorio, como un sedentario secretamente aventurero», resume. «La vida te arrastra y tú eliges este camino o el otro y opté por tratar de saber más y más con cada libro. Por ser sabio vendería mi alma al diablo».
Asegura que su autobiográfica novela «no es un ajuste de cuentas» y sí «una mirada feliz al pasado; una invitación a vivir que celebra haber vivido». «Acaso lleve ajustando cuentas con mi padre desde que murió cuando yo tenía 16 años y sentí haber traicionado en algún modo su empeño de que no fuera un destripaterrones, de que brillara en los estudios para ser alguien en la vida». Con su libro «más sincero, autentico y cercano al corazón» homenajea además Landero a esa generación «que vio sus sueños truncados por la guerra o la posguerra, que sacrificó todo por nosotros, sus hijos, que somos su verdadero éxito».