Un gaitero escocés toca en el puente londinense de Westminster. :: TOBY MELVILLE / REUTERS
MUNDO

El escalofrío del 'sí' sacude Bruselas

La Comisión contiene la respiración ante un referéndum que abre un etapa impredecible con nuevos conflictos territoriales a la vista Una Escocia independiente quedaría fuera de la UE pero todo dependerá de la voluntad política de los 28

BRUSELAS. Actualizado: Guardar
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¿Y si sale 'sí'? ¿Y si los escoceses votan independizarse de Reino Unido? El simple hecho de formular esta hipótesis provoca escalofríos en Bruselas. El abismo se llama Escocia. Mañana, el futuro de la Unión Europea también está en juego. Mañana, una simple votación puede provocar un seísmo de incalculables proporciones en una UE concebida para gestionar la ampliación de fronteras, no para acoger nuevas barreras en su seno. ¿Y sí sale 'sí'? Bruselas contiene la respiración mientras cruza los dedos bajo la mesa esperando que los escoceses se decanten por el 'no'. De ser así, el suspiro de alivio retronará por todo el Viejo Continente.

Ocurrió el pasado lunes. «Lo siento. No vamos a hacer conjeturas ni a hacer valoraciones. No hay novedades al respecto, ni cambios en nuestra posición. No vamos a pronunciarnos sobre este asunto». Y así, hasta en una docena de ocasiones en cada comparecencia ante los medios de comunicación. El papelón que desde hace meses vienen desempeñando los portavoces oficiales de la Comisión Europea se ha visto acrecentado estas últimas semanas, a las puertas de un referéndum clave para el futuro de la UE, de su idiosincrasia, de su actual 'estatu quo'.

La Comisión, guardiana de los Tratados, ha decidido también guardar silencio para no interferir en el proceso ni pillarse los dedos ante hipotéticos escenarios. Cada palabra es analizada con lupa y el silencio, como casi siempre, se ha convertido en la mejor baza del Ejecutivo de Bruselas. Una teoría, la de esperar a que el tiempo lo solucione casi todo, que se ha convertido en 'leitmotiv' de la moribunda Comisión presidida por José Manuel Durao Barroso, a la que apenas le quedan 45 días de vida. La patata caliente, en caso de consumarse, se dirigirá directamente al despacho del futuro presidente, el luxemburgués Jean-Claude Juncker, líder carismático que a buen seguro no dejará indiferente a nadie.

¿Y si sale el 'sí'? El escenario que se abriría es tan incierto que nadie se atreve a aventurar cómo será el futuro de Escocia, si pertenecerá a una UE de Veintinueve, si por el contrario quedará fuera del selecto club, si... La respuesta no se halla en los Tratados. Sí sugieren qué puede pasar, pero carecen de la contundencia que a muchos les hubiera gustado. Y todo por una sencilla razón: la 'biblia' comunitaria no prevé la hipotética independencia de un región perteneciente a uno de los Estados miembros.

Al final todo se reducirá a una cuestión de voluntad política. Porque con ella, por ejemplo, se miró hacia otro lado y se idearon los mecanismos necesarios para rescatar a países en apuros al estallar la Gran Recesión hace ya más de un lustro. Los partidarios de tender la mano a una Escocia independiente esgrimen el artículo 48, el mismo que permitiría aprobar modificaciones exprés 'ad hoc'. Costaría, no sería fácil, pero la adhesión escocesa sería posible. Esta vía, sin embargo, es la que menos opciones tiene de materializarse.

La llave se halla en el artículo 49. Si Escocia decide independizarse quedaría desde el minuto cero automáticamente fuera de la UE. Así lo advirtió en febrero el propio Barroso en una entrevista en la BBC: «Si parte del territorio de un Estado miembro deja de ser parte de este Estado porque se convierte en un nuevo Estado independiente, los Tratados dejarían de aplicarse a ese territorio. En otras palabras, un nuevo Estado independiente se convertiría en un país tercero respecto a la UE».

Su postura no es ni mucho menos personal. Es el sentir abrumadoramente dominante en Bruselas, como ha quedado constatado en las muchas declaraciones públicas realizadas por el presidente del Consejo Europeo, Herman Van Rompuy, los integrantes del Colegio de comisarios o el lunes, sin ir más lejos, el secretario general de la OTAN, Anders Fogh Rasmussen, que repitió el mismo argumentario pero relativo a la Organización del Atlántico Norte.

Una visión basada en un término que condicionaría todo: unanimidad. Cualquier ingreso o modificación de los Tratados debe contar con el plácet de los 28 socios. Si uno dice que no, se acabó la discusión. Así lo recordó Barroso en aquella entrevista, aludiendo, además, a nuestro país: la adhesión será «extremadamente difícil, si no imposible (...) España se ha opuesto incluso al reconocimiento de Kosovo, por ejemplo, que hasta cierto punto es un caso similar».

Esta será la clave de bóveda del día después en una escenario en el que haya reinado el 'sí'. La unanimidad será sinónimo de voluntad política, la misma que es necesaria para modificar los Tratados. Porque a la postre la UE no deja de ser un club de 28 Estados nación en la que el cometido de todos sus miembros es defender los intereses de sus compañeros de mesa. De ahí que cada manifestación de cualquier líder político se rija por estos principios. «Lo que haga el presidente Rajoy en relación a Cataluña bien hecho estará y a Alemania le parecerá bien», vino a decir la canciller Angela Merkel en su reciente visita a Santiago de Compostela.

Llámesele Cataluña, Flandes, Véneto, País Vasco, Baviera... Regiones que anhelan ser un Estado nuevo en Europa y que esperan que el gran faro levantado en Edimburgo les guíe. No hay que olvidar que la consulta cuenta con todos los parabienes legales de Londres, lo que le da una valor incalculable al proceso y lo diferencia sobremanera del impulsado por ejemplo en Cataluña. Tal es la situación que el ministro de Exteriores español, José Manuel García Margallo, no cerró la puerta a estudiar la admisión de una Escocia independiente «si el proceso ha sido estrictamente legal».

¿Y si sale 'sí'?