El presidente de EE UU, su esposa, Michelle Obama, y el vicepresidente, Joe Biden, en el homenaje a las víctimas del 11-S. :: K. LAMARQUE / REUTERS
MUNDO

Obama entregará la guerra al próximo presidente

La Casa Blancca organiza en el aniversario del 11-S la coalición para luchar contra el «cáncer» yihadista

NUEVA YORK. Actualizado: Guardar
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El tiempo debería haberlo curado todo. Como dijo ayer el propio Barack Obama, «hoy tenemos adolescentes que no habían nacido en el 11-S». Pero 13 años después de los atentados que cambiaron el mundo, Estados Unidos se enfrentó ayer a su aniversario con la sobriedad y la incertidumbre de una nueva guerra contra el terrorismo. Obama, que llegó al poder con la promesa de acabar dos guerras, abrió un nuevo capítulo bélico horas antes de depositar la tradicional corona de flores. Y pese a querer separarlo de los conflictos que se precia de haber zanjado, no hay dudas de que dejará a su sucesor una herencia letal. «Llevará tiempo erradicar un cáncer como el del EI», dijo de los antiguos afiliados de Al-Qaida en Siria. «Ni son islámicos ni son estado», aclaró el presidente, «porque ninguna religión condona la matanza de inocentes».

Ese es uno de los primeros mensajes que quiere que difundan sus aliados árabes a través de televisiones estatales como Al-Yasira y Al-Arabiya. Al igual que George W. Bush, Obama no quiere ser dueño de esta guerra y busca construir una coalición internacional. Con los errores del pasado en mente, no quiere que su ofensiva contra el EI se convierta en otro choque de civilizaciones, por lo que espolea a los poderes regionales para que sean los propios árabes los que priven a la organización de oxígeno ideológico.

Por eso su secretario de Estado John Kerry no se encontraba el miércoles junto a él mientras anunciaba a la nación este nuevo capítulo de la guerra contra el terrorismo, sino con el Rey Abdalá II en Jordania, y horas después en Arabia Saudí. Este país suní es el aliado más importante con el que espera lograr, gracias a sus conexiones tribales en Irak y Siria, que los suníes moderados rechacen al EI. En junio, el monarca alauí le advirtió de que si intervenía en Irak a petición del Gobierno chií de Nuri al-Maliki estaría tomando partido en un conflicto tribal.

Obama ha cumplido su palabra de aguantar el fuego y forzar la creación de un Gobierno iraquí presuntamente menos sectario. Ahora Arabia Saudí tiene que cumplir la suya de influir a los suníes para que estos combatan a EI. De buena gana ha accedido también a montar campamentos de entrenamiento para los rebeldes moderados sirios, a los que igualmente ya estaba entrenando, sólo que ahora con asesoramiento de las fuerzas especiales estadounidenses. Como la participación saudí es vital en la estrategia de Obama, no es posible incluir a Irán en la alianza, pese al malestar del Gobierno iraquí, que le presta al país chií sus bases de Bagdad para atacar a las fuerzas yihadistas. Los antiguos afiliados de Al-Qaida en Siria no son ya los aficionados a los que se refería despectivamente Obama a principios de año. Cuando cruzaron la frontera de Irak en junio, el presidente decía que eran unos cuantos terroristas mal armados, pero para agosto su propio jefe del Pentágono decía no haber visto nunca nada igual. Hoy son «un cáncer» que ha prometido erradicar. Irán calla el desaire público porque aprecia la intervención de EE UU para acabar con las fuerzas del EI que amenazan el régimen de su aliado sirio Bashar el-Asad, y le ahorra trabajo a Hezbolá. Arabia Saudí, que con sus petrodólares ha alimentado la guerra civil siria y alumbrado al propio EI, está dispuesta a luchar contra su propio Frankenstein porque se le ha escapado de las manos. La presencia de mil de sus súbditos entre sus filas le hace temer que vuelvan a casa entrenados para atentados terroristas.

Discreto papel de Europa

Y Europa, que en otras guerras ha capitaneado los bombardeos junto a EE UU, tendrá esta vez un papel más discreto, pero no por ello irrelevante. París es la próxima parada de Kerry. Cientos de europeos han tomado las armas bajo la bandera del EI y pueden caer en los bombardeos que Obama está dispuesto a hacer en Siria, «al estilo de Yemen y Somalia», alega, pero sin que esta vez se lo pida el Gobierno legítimo de ese país. La primera misión de Europa será callar ante esta flagrante ilegalidad internacional cuando Obama presida el Consejo de Seguridad de la ONU dentro de dos semanas, con la única protesta de Rusia, que ha quedado convenientemente aislada por sus acciones en Ucrania.

Hace falta, además, su colaboración con los servicios de inteligencia para evitar que los yihadistas puedan dar un zarpazo terrorista a EE UU, y su apoyo financiero para que no le saque rentabilidad al petróleo que controla, los rescates que obtiene por los rehenes secuestrados y los botines que amasa. Asfixiar al EI requerirá el apoyo de todos, ya lo ha dicho Obama. Si hace justo un año se zafó de actuar en Siria alegando que EE UU no puede ser el policía del mundo, hoy está dispuesto al menos a organizar la redada.