El primer ministro británico, David Cameron, durante el discurso de ayer en la aseguradora Scottish Widows. :: ANDREW MILLIGAN / AFP
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Cameron apela al sentimiento de los escoceses

El 'premier' británico aconseja no votar para «echar a los malditos 'tories'», sino valorar las consecuencias de la secesión

EDIMBURGO. Actualizado: Guardar
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La libra esterlina desciende, se retiran capitales de fondos escoceses por la incertidumbre del referéndum, la aseguradora Standard Life reitera, para tranquilizar a sus clientes, que tiene todo dispuesto para dar continuidad a su servicio, registrando compañías en Inglaterra. Caía el precio del petróleo. Pero, cuando David Cameron entró en el aire acondicionado del edificio la gran aseguradora Scottish Widows (viudas escocesas), dejaba atrás una mañana templada y luminosa en Edimburgo.

Al 'no', al 'no, gracias', según el lema traído también de Quebec para amortiguar la supuesta negatividad de la campaña en favor de la Unión, le falta quizás aire libre. Discursos televisados, audiencias selectas, documentos con páginas y páginas de información técnica sobre por qué no se compartirá la libra esterlina, los problemas de ciudadanía, defensa, representación internacional...

En esas cuestiones, las incertidumbres han quedado ya asentadas. Los ingresos fiscales por el petróleo fueron el pasado año menores que lo que recibe anualmente Escocia de Londres, por encima de la media nacional por habitante, pero el profesor Alex Kemp afirmaba ayer mismo que espera cien descubrimientos extraordinarios de petróleo en el mar del Norte. Y los sondeos dicen que en las últimas semanas ha crecido el número de escoceses que creen que los partidos británicos no dicen la verdad cuando se comprometen a no compartir la libra con la Escocia independiente.

Sin nuevos análisis técnicos ni revelaciones preocupantes sobre la independencia, amparados todos tras la última promesa del antiguo 'premier' Gordon Brown de que habrá un calendario acelerado para transferir más competencias a Edimburgo si gana el 'no', David Cameron, su socio de Gobierno, Nick Clegg, y el líder laborista, Ed Miliband, fueron ayer a Escocia armados con sentimientos.

A Clegg se le vio sin corbata, recorriendo la comarca fronteriza con Inglaterra en la que el viejo Partido Liberal ha tenido una tradición de representación parlamentaria. «El equipo GB (de Gran Bretaña) ha competido junto en los Juegos Olímpicos, juntos derrotamos el fascismo, juntos construimos el Servicio Nacional de Salud», dijo en las calles de Selkirk, un lugar políticamente propicio para su partido. Ed Miliband logró recientemente hacer reír a sus seguidores, porque en sus momentos más bajos ha sido retratado como un muñeco de la tele, un hombre incapaz de comer con naturalidad un sándwich obrero de beicon o de hablar sin su extraña rigidez. Se rio de sí mismo y argumentó que la política no puede ser una contienda sobre la imagen y que él ofrece sustancia. Tenía que hablar ayer de sentimientos. El hijo de un profesor marxista de procedencia húngara, crecido en los medios intelectuales de Londres y educado en universidades americanas, que es más directo y caluroso en el trato personal que lo que se deduce de su estampa acartonada, habló, en su mensaje más público, ante una audiencia de correligionarios, del corazón y del alma.

«Quiero ofrecer el argumento desde el corazón, por los lazos que nos unen y que podrían ser rotos por el separatismo. Y quiero ofrecer el argumento desde el alma, porque en salas como ésta se formó nuestro movimiento sobre la base de la solidaridad; solidaridad que ha construido no sólo los mejores momentos de nuestro movimiento, sino que también sus grandes instituciones, como nuestro Servicio Nacional de Salud», dijo.

La 'furgoneta de Margo'

Cameron, encerrado en una firma del pequeño Wall Street de Edimburgo ante una audiencia de financieros y periodistas, pronunció un discurso con expresiones de posible duelo. «Me rompería el corazón que esta familia de naciones que hemos unido y que ha hecho tantas cosas unida se rompiese», dijo. Y alertó a la gente escocesa para que no vote para «echar a los malditos 'tories'», porque esto es algo más serio.

El primer ministro británico, sentado en una silla alta, memorizando unas palabras previamente preparadas, acuñó una conclusión lamentable: «Me importa más mi país que mi partido». Pero no se le reprochará tal disparate. Porque el rechazo a un líder que encarna el perfecto demonio en la alianza independentista -inglés de familia enriquecida en la City financiera, educado en Eton, de clase social elevada, conservador político y económicamente duro- es más profundo que un error improvisado.

Mientras las fuerzas dispersas de la gran coalición unionista en Westminster se desplegaban por Escocia, Alex Salmond visitaba la 'furgoneta de Margo' en el centro de Edimburgo. Margo MacDonald fue una precursora del SNP. Murió en abril. Y en la sesión parlamentaria que le rindió homenaje -después de enfadarse con el líder nacionalista Salmond logró un escaño como candidata independiente-, la afabilidad en el recuerdo de todos resultó llamativa.

Su viudo, Jim Sillars, recaudó dinero para comprar la furgoneta y recorre Escocia haciendo campaña. Las viejas rencillas quedaron apartadas y frente a la invocación de los sentimientos de los tres líderes de Westminster, los escoceses veían ayer una imagen en torno al recuerdo de Margo, historia vecinal: el viudo Sillars, Alex Salmond y la viceprimera ministra, Nicola Sturgeon, muertos de risa juntos, alentando curación y optimismo.