Lágrimas
Actualizado: GuardarEl resumen es ése; las lágrimas. Las de mi hija, el día que se enteró que Javi -su Javi- cambiaba de colegio. Las de la madre, que siempre quiso que su hijo estudiara en el colegio religioso que la tuvo por alumna y que, encima, estaba a tres minutos de su casa. Y las del propio Javi, que casi ni las hubo porque el niño es bueno que te mueres.
Javi entró en un colegio concertado por una solicitud de medidas cautelares puesto que era el número uno de la lista de espera y tenía ya un hermano estudiando en el centro escolar. El criterio jurisprudencial era claro, entonces. Luego cambió con una velocidad vertiginosa que no hizo sino dar poderes a esos políticos que anteponen el ideario de su partido al interés de un menor. Los padres de Javi han recurrido al Tribunal Constitucional y eso no ha gustado un pelo en la delegación de Cristina Saucedo así que, para que nadie dude de la eficiencia y rapidez de la burocracia educativa, el expediente de expulsión o cambio de centro del niño, o como quiera que se llame, ha sido ejecutado con inmediatez, sin esperar a que el alto tribunal contestara. La madre de Javi se queja, y con razón. Ve a Luciano Alonso afirmando que hasta principios de 2016 no se habrán revisado todos los expedientes de los cursos de formación fraudulentos por falta de medios de la administración, pero para echar a su hijo del colegio, para arrancarlo de los brazos de su profesor, robarlo de la vida de sus compañeros y hacerme partícipe de la desgracia a través de los ojos lacrimosos de mi hija, que lo quiere tanto, hay barra libre.
No puedo comprender esta falta de humanidad tan partidista, esta falta de vergüenza tan absoluta que provee que a los niños que empiezan hoy en primaria no les sea aplicada la reforma educativa porque el Susanazgo ha decidido poner palos en las ruedas de la Ley Wert, retrasando su adopción. Lamento estas luchas absurdamente políticas, fruto de las transferencias en materia educativa a las comunidades autónomas y de la falta de control estatal. Dirán que en este aspecto soy centralista pero no creo que eso sea malo, realmente. De hecho, tampoco lo deben creer los muchísimos y conocidos integrantes de la Junta de Andalucía (y de su corrupta administración paralela) que inscriben a sus hijos en colegios privados de pago y, al tiempo que se apuntan medallas por los magníficos resultados de la educación pública andaluza, rechazan la enseñanza religiosa y critican que los padres de Javi busquen una sentencia favorable en el Tribunal Constitucional, al no resignarse a que las lágrimas de Javi -y las de mi hija-sean de felicidad y no de hiel.