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Los marginados de la aldea
La expansión del ébola conlleva graves efectos sociales, económicos y políticos en Sierra Leona, Liberia y Guinea Conakry
Actualizado: GuardarEl ébola perjudica gravemente la salud individual y colectiva. La enfermedad tropical mata y se contagia rápidamente, socaba la moral de las comunidades afectadas e, incluso, puede erosionar la precaria vida de los estados que asola. La crisis, iniciada el pasado mes de marzo en Guinea Conakry, se ha extendido a Liberia y Sierra Leona, países extremadamente frágiles.
La estrategia internacional para contener la expansión del mal conduce a su aislamiento, a cerrar fronteras terrestres y áreas y excluirlos del mundo, tal y como se llevaba a cabo en la Edad Media para combatir la peste bubónica. Pero el ostracismo no concuerda con los principios y realidades de la aldea global. Los miembros de la Comunidad Económica de Estados del África Occidental, reunidos el pasado jueves en Ghana, ya han advertido de que el mantenimiento de las restricciones arruinará la economía de las repúblicas y, previsiblemente, conducirá a nuevas crisis políticas en escenarios que han albergado recientes contiendas civiles.
Una hambruna se puede abatir sobre la región, una situación sin precedentes desde sus respectivas etapas bélicas. Las enormes carencias públicas de países con abundantes recursos naturales explican que tanto Liberia como Sierra Leona, productores de arroz, deban importar este alimento fundamental de su dieta. Las pobres comunicaciones interiores no sólo dificultan el comercio interno del cereal, sino que también han desalentado la explotación comercial para los pequeños propietarios.
«La epidemia afecta sobremanera a la situación socio-económica», asegura Pino González, coordinadora de un proyecto de la ONG española Médicos del Mundo en el norte de Sierra Leona. El impacto de la morbilidad y mortalidad es inmediato en un régimen de subsistencia y las cuarentenas y restricciones al transporte provocan desabastecimiento y subida de precios. «Es importante tener en cuenta que, dado el escaso poder adquisitivo de las familias, las compras se hacen día a día y en pequeñas cantidades, así que el hecho de que no llegue mercancía al mercado local supone un problema serio».
La crisis también ha contribuido a desenmascarar el optimismo de la pasada década. Tras la devastación bélica, el crecimiento positivo de las repúblicas ribereñas del golfo de Guinea alentó la esperanza de paz y progreso para la región. Pero las macrocifras esconden una situación depauperada, muy similar a la provocada por dos conflictos que provocaron en torno a medio millón de muertos y la destrucción de todo tipo de infraestructuras.
El Banco Mundial otorga un crecimiento del 20% el pasado año a Sierra Leona, aunque más de la mitad de la población permanece bajo el umbral de la miseria, y del 11% en la vecina Liberia, pero la misma institución reconoce que el 84% de sus habitantes sobrevive en la indigencia. Los contratos con las empresas mineras americanas, indias y chinas, que explotan los ricos yacimientos de hierro y bauxita en Guinea Conakry y Liberia, o los complejos turísticos de lujo que han levantado los empresarios libaneses en las playas sierraleonesas de Tokeh Beach apenas alivian la postración de una de las áreas más pobres del planeta. La caída del incipiente turismo y la marcha de los expatriados, responsables de iniciativas productivas, anticipa la caída de la inversión directa y la paralización de numerosos proyectos económicos. La epidemia devorará este año entre el 1% y 1,5% del Producto Interior Bruto de los países afectados y sus nefastas consecuencias se prolongarán, y multiplicarán, en función de la permanencia y expansión del contagio.
Demasiados intereses
La venalidad de la élite dirigente, fiel aliada de los voraces intereses extranjeros, explica en buena medida la postración de la zona e, incluso, el origen de las contiendas. Las presuntas diferencias étnicas que provocaron los enfrentamientos ocultan una pugna entre los señores de la guerra por hacerse con tráficos tan lucrativos como el del oro y las piedras preciosas.
Ni el ébola ni la codicia de sus dirigentes conocen fronteras en esta torturada región. El dictador guineano Lansana Conté apoyó la guerrilla que desestabilizó Liberia y, curiosamente, el expresidente liberiano Charles Taylor pena cadena perpetua en una cárcel inglesa por su implicación en las masacres perpetradas en Sierra Leona, donde controlaba el comercio de diamantes.
La emergencia sanitaria es tan importante que, incluso, se atreve a derribar mitos. Las autoridades liberianas han achacado al Banco Africano del Desarrollo la entrega de tan sólo 46 de los 152 millones de euros prometidos para luchar contra el fenómeno. Curiosamente, el Gobierno de Ellen Johnson Sirleaf, Premio Nobel de la Paz, ha gastado 42 millones en los últimos siete años tan sólo en la compra de vehículos de alta gama, teóricamente para cumplir servicios públicos, pero que son utilizados exclusivamente para el beneficio y uso lucrativo de los grandes burócratas.
El déficit democrático es susceptible de incrementarse ante las tensiones sociales generadas por la propagación del virus, fácilmente instrumentalizables. El final de la guerra trajo la paz, pero pocos atisbos de justicia. Hace cinco años, la Comisión de la Verdad y Reconciliación de Liberia publicó una lista con cincuenta nombres de individuos implicados en el régimen del genocida Johnson en la que aparecía Sirleaf y Prince Johnson, un antiguo líder guerrillero reconvertido en senador y candidato presidencial. El sujeto que torturó y asesinó al expresidente Samuel Doe mientras degustaba una cerveza, tal y como muestra un vídeo aún colgado en Internet, tachó la medida de «broma» y amenazó con provocar una nueva guerra si las autoridades iniciaban medidas judiciales contra él.
Los intereses de las diversas facciones también pueden revitalizarse por el creciente descontento popular y nutrirse de los arsenales que nunca entregaron a las fuerzas de intermediación. La ignorancia alimenta la potencial explosión. Los disturbios padecidos hace tres días en Guinea Conakry son fruto del absurdo rumor, quizás malintencionado, de que los trabajadores de la salud habían infectado deliberadamente con el virus a sus pacientes.
Este mes se cumplen cinco años de una masacre olvidada, la que provocaron los militares de esa antigua colonia francesa en el estadio capitalino, allí donde miles de opositores reclamaban elecciones justas. Las protestas fueron ahogadas con balas y 157 personas perdieron la vida en las gradas. La intolerancia en el país más corrupto del mundo, según Transparencia Internacional, favorece los efectos colaterales, no menos desasosegantes, de esa terrible plaga llamada ébola.