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La antigua alianza entre Escocia y España se fractura

La posibilidad de la independencia escocesa modifica el apoyo recíproco mantenido desde los viejos reinos católicos

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Escocia declara su independencia. El Gobierno de Londres impide a Isabel II ejercer como monarca del país que quiere mantenerla como jefa del Estado, en el que tiene su casa familiar y donde pasa sus veranos. El Gobierno español bloquea además el acceso de Escocia a la Unión Europea. El nuevo Estado queda a la deriva y busca la seguridad de un monarca. El Parlamento de Edimburgo acude a la duquesa de Alba. Es una absurda fantasía. Pero las relaciones entre Escocia y España han pasado a lo largo de la historia por muy variadas vicisitudes en torno a sus respectivas independencias.

Si el reino de España puede remontarse al de Fernando e Isabel, su primer embajador residente a Escocia, cuyo reino, en recurrente disputa con Inglaterra, emerge al final del primer milenio, fue Pedro de Ayala, en 1496. Era parte de una diplomacia europea en la que el enviado en Londres, Rodrigo González de Puebla, negociaba una alianza matrimonial con Enrique VII y su colega en el norte y enconado rival, Ayala, aseguraba mediante su amistad con Jacobo IV que la Vieja Alianza entre Escocia y Francia no derivase en peligro para el entendimiento con Inglaterra.

John Elder, que publicó, en 1920, 'Influencias españolas en la historia escocesa', escribió, sobre el tiempo transcurrido entre Jacobo IV y Jacobo VI, que en 1603 unió a las coronas de Escocia e Inglaterra, que «a ningún país como a España le era más importante la nueva actitud de los escoceses, porque ese período significó la unión de sus divisiones territoriales, el auge de su imperio y la génesis de su batalla comercial con Inglaterra, fundida pronto en la larga guerra de la Contrarreforma».

Los arcabuceros españoles mercenarios al servicio de Enrique VIII destacaron en la derrota del padre ya moribundo de la María escocesa en Solvay Moss, 1542, y antes de que, en 1561, la joven princesa, ya viuda del delfín francés, regresase a Escocia, estaban estacionados en la frontera para intimidar a su madre, la regente María de Guisa. El emperador Carlos declaró de palabra la guerra a Escocia, pero rehusó reforzar más las ambiciones de Enrique VIII, a pesar del atractivo de romper la Vieja Alianza franco-escocesa y perseguir a los piratas escoceses. El comercio de Flandes con Escocia era provechoso.

Se firmaron tratados de paz antes de comenzar nuevas guerras comerciales y de poder, que se habían convertido también en disputas de religión, el nombre que entonces tenía la política. La Europa de la Reforma dividió a Escocia, donde María, educada en la corte de Versalles, se convirtió, joven y relativamente aislada ante una aristocracia escindida y la condena de los presbiterianos, en la aliada de Felipe II, que había sido rey de Inglaterra e Irlanda tras su matrimonio con la María inglesa, y que no recibió respuesta cuando se propuso a Isabel I, defensora ya de la política protestante.

La heroína romántica

El tiempo de María, reina de los escoceses, convertida por Stefan Zweig y otros en heroína romántica, fue el de una continua conspiración por Felipe II y sus enviados para convertirla en reina también de Inglaterra, para acabar con la hija de Ana Bolena que usurpaba el trono inglés, que apoyaba a los rebeldes de Flandes y amparaba la piratería en las rutas que traían tesoros del nuevo mundo.

Un año después de que María fuese decapitada, en el momento en el que la Inglaterra de Isabel se había librado de su desafío legitimista y católico, y cuando su hijo, Jacobo VI, reinaba en Escocia en sintonía con los presbiterianos, Felipe II envió la Grande y Felicísima Armada, que, tras la batalla de Gravelinas, emprendió el regreso circunnavegando las islas. Desde Orkney, en el este, hasta Mull, una de las islas occidentales, museos, fiestas e incluso algunas fisonomías recuerdan aún hoy el desembarco o el naufragio de aquellos 'Dons' en sus galeones.

La unión de las coronas de Inglaterra y Escocia, en 1603, significó el fracaso de los afanes de Felipe II y, cuando un siglo después, en 1707, se unieron los dos parlamentos, se consagraba el de los escoceses por mantenerse como un país independiente. Llegó esa unión cuya continuidad se decide el 18 de septiembre como consecuencia de una calamidad asociada a España, la de la expedición de la Compañía del Darién para crear una colonia escocesa en el istmo de Panamá.

El primer gobernador de Gibraltar tras la cesión en Utrecht fue un escocés, David Colyear, y, en la Guerra de la Independencia española, regimientos y oficiales escoceses tuvieron un papel destacado. John Moore murió en la batalla de La Coruña, a cargo de las tropas británicas tras el vergonzoso convenio de Sintra, firmado con los franceses -a quienes, tras ser derrotados, ayudó a partir con sus armas y botín- por otro escocés y exgobernador de Gibraltar, Hew Dalrymple.

La infantería escocesa, especialmente la reclutada en las Tierras Altas, logró en Portugal y España, con faldas, gaitas y tartanes, su gran reputación por la capacidad de resistir circunstancias adversas, aunque carecía de destreza en escaramuzas. Thomas Graham fue uno de los más apreciados lugartenientes del duque de Wellington. Batalló en Cádiz, Ciudad Rodrigo y Vitoria. Y estaba al cargo de las tropas que sitiaron y luego saquearon San Sebastián, en una de las últimas batallas de lo que los británicos llaman Guerra Peninsular.

Ese John Downie escocés partidario de Fernando VII y de quien Wellington y sus oficiales se avergonzaban, formó una Leal Legión Extremadura y quizá se cruzó en sus aventuras andaluzas con otro escocés, el almirante Charles Elphistone Fleeming, cuyo matrimonio, cuando tenía 42 años, con una joven de 16, Catalina Paulina Alessandro de Jiménez, en Cádiz, en 1816, reverbera en los pleitos de hoy.

La mayoría absoluta lograda por el SNP en las elecciones autonómicas de 2011, con un programa electoral que prometía la celebración de un referéndum por la independencia, altera ahora las alineaciones tradicionales de España y Escocia sobre su mutua independencia en el teatro de la diplomacia europea. Hermanado con Solidaridad Vasca (EA) e Izquierda Republicana de Cataluña (ERC), el partido escocés es criticado por su rivales cuando dice que la Escocia independiente seguirá en la Unión Europea.

Sus rivales, en Londres o en Edimburgo, airean para negarlo el fantasma de España y en esa amenaza hay quizás un eco soterrado de la Santa Inquisición y de la leyenda negra, a la que en parte contribuyeron autores de la Ilustración escocesa, como William Robertson en su 'Historia de América', traducida e inmediatamente prohibida en España, en 1778, o el economista Adam Smith, quien, en su 'Investigación sobre la Naturaleza y Causa de la Riqueza de las Naciones', describe los daños al comercio y al progreso de las «políticas absurdas» del Gobierno español, «violento y arbitrario».

¿Bloquearía España el acceso a la UE de una Escocia independiente? El ministro José García Margallo ha dicho repetidamente que el referéndum es una cuestión interna sobre la que Madrid no tiene nada que decir y el presidente, Mariano Rajoy, algo que en su redacción sumaria todo el mundo acepta; que, en el caso de un voto favorable a la independencia, el resto de Reino Unido heredaría los tratados de la UE y Escocia quedaría técnicamente fuera.