Grande señales había
Actualizado: GuardarDecía Voltaire que el hombre ha nacido para vivir entre las convulsiones de la inquietud y la parálisis del aburrimiento, que viene a ser lo mismo que dice el refranero español -menos 'cool' que Voltaire, pero más práctico-: «Cuando el diablo no tiene nada que hacer, con el rabo mata moscas»; y lo mismo que predicaba Concepción Arenal -la de la frases carcelarias-: «Son menos nocivos a la felicidad los males que el aburrimiento». Pues sí, toda la razón tienen, porque sólo el aburrimiento es capaz de parir noticiones como el de las megalunas de agosto. Y no me venga ahora con que no se ha enterado usted todavía de que en este año, además de todo lo demás, tendremos -ya hemos tenido dos- tres superlunas como tres supersoles, como tres superquesos de bola de los que se traían antes de Gibraltar. Enormes. Qué bien. Ea!, ahí todos haciendo fotos a la luna y colgándolas en Facebook, en Instagram y en donde sea con la misma devoción que antes colgaban los pies llenos de juanetes remojándolos en todas las piscinas. ¡Mira, mira, la superluna! En fin.
Richard Nolle -que debe ser como el doctor Grijan Demor, pero de Phoenix, Arizona, lo que en principio le confiere menos credibilidad- argumentó en su día que después de las superlunas la Tierra está más sujeta a desastres naturales como terremotos, erupciones volcánicas, tsunamis y esas cosas, argumento que al parecer se puede constatar en todas y cada una de las superlunas del último siglo. Estupendo. Ya en la Edad Media otros Richard Nolle aseguraban que en esta fase de la luna llena la gente enloquecía totalmente por efecto de los haces lunares que el satélite dirigía hacia la Tierra y que tan cerca causaban daños irreparables. Eso me cuadra más que lo de los terremotos, mire usted. Porque de lunáticos -sobre todo de lunáticos y aburridos- está la alacena del mundo llena.
A mí, como usted comprenderá, me da exactamente igual que la luna esté llena, vacía, medio llena o medio vacía. Que esté o que no esté. No soy yo muy lunática, la verdad. Soy más pedestre, más vulgar si lo prefiere. Y más que descifrar los posos del café, o las cartas del tarot soy más de interpretar las señales que cada día nos van saliendo al paso en esta ciudad. No, no me refiero a las rayas de colores del suelo, ni al hum -¿se acuerda usted del hum o no?- sino a una evidencia aún más espeluznante.
Verá. Hasta hace unos años, no demasiados, la calle Ancha era la calle comercial de esta ciudad. Las mejores tiendas competían con las mejores cafeterías y con el paseo obligado cada tarde. Algo más abajo, Columela era una calle de bancos -no de sentarse precisamente- coronada por Moral, tienda muy fina que celebraba el final del verano con un escaparate de trofeos y banderines. Pero los tiempos han cambiado y hoy Columela, siendo la calle más comercial de la ciudad, ha cedido los derechos carrancianos a una calle Ancha medio muerta, de barracas y panaderías, de locales vacíos, donde una tienda de ropa se llama Centro de Interpretación de la Pepa 2012. La exposición del 'Trofeo de los Trofeos' en una copistería dice mucho más que lo que pretende decir. Una señal.
Igual que los cartelitos que adornaban cada farola del paseo Marítimo en los últimos días. Frente a la supertecnología de las superpantallas que dicen que sin poesía no hay ciudad y lanzan empalagosos dardos tipo «es tan bonito saber que usted existe», chocaba aún más el chapú-recordatorio de las barbacoas. Unas fotocopias en din A-4 -tamaño de un folio, más o menos- con una letra endemoniadamente pequeña pegada a unos tableritos y sujetos con bridas de plástico, nos anunciaban lo de siempre, que no se podían llevar muebles a la playa, ni parcelarla, ni ponerse fuera de los límites establecidos, ni llevar carbón ni cristal -tendré que preguntar qué tipo de barbacoa hizo la gente que fue-, ni permanecer en la arena más allá de las seis de la mañana. Qué lejos de toda aquella parafernalia de Guiness y pitracos. Qué manriquiano todo, por Dios, «no se engañe nadie, no, pensando que ha de durar lo que espera, más que duró lo que vio, porque todo ha de pasar por tal manera».
Y mientras, cómo decir a los amigos de lo gratis, a los correligionarios que ríen todas las gracias oficiales, que no es lo mismo visitar los depósitos de Tabacalera que el monasterio de Santa María, aunque ambos estén en obras. Porque si hay una señal que realmente me reconcilia con esta ciudad es el éxito de las visitas guiadas que cada jueves y sábado organiza la asociación Amigos de Santa María por el claustro del que sin duda es el convento más antiguo de Cádiz, con más historia, con más encanto y que se está rehabilitando gracias a la constancia -o a pesar de ella- de iniciativas como ésta. La visita no es gratis, no es populista, no dan croquetas, no hay foto con la alcaldesa, no dan pegatinas ni bolsas de nada y, sin embargo, ya están reservadas todas las plazas para este mes de superlunas de agosto.
Será efecto de la superluna, o de que algo está cambiando en esta ciudad. Pero nada me alegra más, de verdad, que comprobar que no está todo perdido. Y que hay cosas en esta ciudad, que funcionan, le pese a quien le pese.