El tuitero impertinente
Renzi seduce a Europa con un estilo hábil, basado en mensajes vistosos, que sin embargo en Italia aún espera resultados reales
ROMA. Actualizado: GuardarCada vez que el primer ministro italiano, Matteo Renzi, entra en escena, porque es lo que hace, uno siente que está ante un político dinámico, moderno, capaz de grandes cosas. Ayuda que sea el líder más joven de Europa, 39 años, pero pone mucho de su parte. El Parlamento europeo lo contempló el miércoles en su máxima expresión. Discurso ligero de 18 minutos, no leído, predominio de las emociones sobre los argumentos, alergia al lenguaje político clásico -el programa lo tenéis ahí y os lo leéis en casa, vino a decir-, lemas eficaces que dan titulares, complicidad de italiano simpático, impertinencia que transmite seguridad. Un gran 'spot' publicitario para arrancar el semestre de la presidencia, más que italiana, de Matteo Renzi.
Grandes aplausos, pero ¿qué dijo exactamente? Orgullo, coraje, pasión, sueños, por supuesto la palabra «crecimiento», edificantes menciones de Ulises, Cicerón y Dante, pero ni idea de su plan, en resumen, lo que hará. Lo decisivo siempre está en esos papeles áridos que no es el momento de leer o son promesas que no se sabe cuándo ni cómo llegarán. La clave del estilo de Renzi está en esos otros papeles que tenía delante, revelados por los fotógrafos. A la izquierda, la «escaleta», un guión del discurso. A la derecha, bajo el término «Tweets», ocho frases para colar aquí y allá. La número uno: «Si Europa se hace un 'selfie' saldría una cara aburrida». Dos: «Israel tiene el deber de existir». Etcétera.
El líder del Partido Demócrata (PD) sabe que esta presidencia europea es perfecta como escaparate y con poco tiempo, seis meses, para hacer nada, una cortada igual de perfecta. Es como un 'tuit', breve y de autopromoción. ¿Alguien se ha percatado en el primer semestre de la presidencia griega? Pues ya se han enterado todos de que ha llegado Matteo Renzi. El 'tuit' es su unidad básica de expresión. Raramente va más allá de los 140 caracteres, del razonamiento de dos pasos o de la imagen poderosa. Se mueve así, con 'slides', con 'hashtags', con 'flashes', pide una Europa 'smart' que salga bien en un 'selfie'. Inventa etiquetas exitosas en los medios como esa 'generación Telémaco', llamada a ser merecedora de la herencia de sus mayores, que soltó en Estrasburgo. Es un 'emoticon' andante.
Los italianos han ido mandando a Europa dirigentes de dos tipos. Aburridos de solemnidad -Prodi, Monti, Letta-, pero que parecen serios, y los más divertidos del mundo, Berlusconi y ahora, Renzi. El resultado ha venido a ser más o menos el mismo, nada cambia, pero siempre pican. El talento italiano para las relaciones públicas sigue funcionando, igual que parece imposible arreglar Italia, luchar contra su deuda del 132%, reducir su colosal gasto público y su burocracia, acabar con la corrupción o derrotar la jungla de castas y 'lobbies'.
Renzi, es indiscutible, se ha lanzado a esa tarea con arrojo suicida. Tiene un entusiasmo contagioso, da energía. Hace rápido nuevos seguidores. 'Followers' diría él. La prensa francesa, principalmente, se ha hecho fan. Eclipsado Hollande, es el único capaz de enfrentarse a Angela Merkel, que también ha sido seducida. Es único desactivando enemigos con piropos, pero si es necesario sabe ser muy macarra. La pelea Roma-Berlín estos meses será apasionante. Los mercados creen en él y ahora prestan dinero a Italia a un bajísimo interés del 2,8%, un récord. La novedad en el país es ésa: credibilidad, aunque es un valor volátil, debe durar más que un 'tuit'.
Renzi también ha obtenido un 40,8% de votos en las elecciones europeas, sobre todo porque no hay alternativa -en la agonía de Berlusconi no existe una derecha en Italia- y sí un gran temor a la inestabilidad que puede traer el movimiento de Beppe Grillo. En Italia ya se da ese fenómeno patrio de que todos corren en auxilio del vencedor. Tránsfugas de centro, derecha y extrema izquierda se pasan con Renzi porque intuyen que será la referencia de los próximos años, hasta que la gente se canse de esperar el milagro o porque a lo mejor, quién sabe, llega de verdad. Los italianos pueden aguantar mucho, Berlusconi ha durado veinte años. Sin ir más lejos su hijo, Piersilvio Berlusconi, ya ha dicho que vota Renzi.
Promesas incumplidas
El exalcalde de Florencia de momento tiene crédito, pero sea por culpa suya o por las infernales resistencias del sistema, innegables, su lista de promesas incumplidas es abrumadora. Tras cuatro meses de gobierno se le ve el plumero. Veamos. De la ley del conflicto de intereses prometida en cien días, nunca más se supo; la reforma de la administración pública de abril al final se ha conocido en junio y es la mitad de lo anunciado; la reforma del sistema electoral y del Senado era para febrero pero quizá llegue en septiembre; la reforma laboral fijada para marzo se ha quedado en un pequeño decreto y están en ello; el pago de las deudas de la administración previsto para marzo quizá sea a fin de año.
Sigamos con los famosos 80 euros, que sí han aparecido, pero hay dudas de que sea una partida cubierta con recursos reales; el recorte del impuesto a empresas de mayo se retrasó a 2015; la rebaja del 10% del coste de la energía para empresas, nada de nada; el gran plan de inversión en escuelas de 3.500 millones se ha quedado en 122 millones en 2014, y otros tantos el año que viene. La sonada subasta de coches oficiales en Internet, poca cosa. Y en este plan. Total, que ha pasado de hablar de un plan de 100 días a otro de 1.000 días, un cero más.
En realidad en Italia se mueve poco, aunque viendo a Renzi él parece que no para. Así es, tiene mil frentes abiertos que acabarían con cualquiera -la televisión pública RAI, techo a los sueldos de los cargos públicos- y ha logrado cosas. Pero el paro, del 12%, es el más alto de los últimos treinta años y no hay crecimiento, la economía sigue muerta. Quizá todas estas cosas al final se hagan, y sus excusas siempre son buenas. Renzi se deshace en Europa para conseguir arrancar a Merkel una flexibilidad en las cuentas que le permita cumplir promesas. Es normal que sea el nuevo líder de la izquierda, aunque sea de origen democristiano: ni en Europa ni en Italia tienen a otro. Es la última generación del político puro, hecho para el poder, y desde luego como espectáculo es bonito de verdad. Si encima al final hace algo ya sería maravilloso.