Recuento de avales, el sábado, en Ferraz, sede del PSOE en Madrid. :: INMA MESA
ESPAÑA

El PSOE solo quiere un nuevo rostro para un proyecto político decidido en noviembre

Los poderes del partido piden a Pedro Sánchez y Eduardo Madina que no improvisen discurso propio y se atengan a lo acordado

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El PSOE se encamina a la renovación generacional, pero no precisamente por el empuje de unos líderes jóvenes que lleven tiempo pidiendo paso para poner en práctica unas ideas que sus mayores no quieren aceptar. Los socialistas españoles no tienen un Mateo Renzi, el ex alcalde de Florencia que perdió las primarias abiertas para las elecciones de 2013 con su discurso contra el anquilosamiento de la política y, tras ganar un año después la carrera para liderar el Partido Demócrata italiano, es hoy primer ministro y el único dirigente del centroizquierda premiado por los electores. Al relevo en el segundo gran partido de Gobierno español se ha llegado por fatiga de materiales.

Ni Pedro Sánchez, el hasta hace poco desconocido diputado madrileño que, por carambola, se ha convertido en el favorito de una docena de aparatos regionales, ni Eduardo Madina, el joven dirigente que, desde la retaguardia y con un discurso lírico e idealista, ha encandilado siempre a un determinado sector de la formación, cuentan con una trayectoria y un bagaje que permitan trazar un perfil claro de sus proyectos. Es más, no son pocos los líderes territoriales que creen que es mejor que no hablen mucho. No quieren un mensaje distinto del que, en su fallido intento de reconstruir el partido, había elaborado un Alfredo Pérez Rubalcaba atrapado en la paradoja de ser considerado una de las cabezas más solventes del PSOE y el reflejo de un andamiaje institucional incapaz, torpe e injusto a la hora de responder a los problemas de la sociedad actual.

El temor se justifica con unas pinceladas. Hasta ahora, las escasas referencias de Sánchez y Madina al modo en el que pretenden abordar uno de los asuntos más espinosos de la legislatura, el territorial, han desatado temor y revuelo interno. Primero fue Madina. En 24 horas se vio obligado a matizar su afirmación de que vería «bien» una consulta «acordada y legal» en Cataluña. Esa la posición del PSC, enfrentado con el resto del PSOE durante los dos últimos dos años a cuenta del derecho a decidir, pero reconciliado, a duras penas, en la declaración de Granada, en la que los poderes territoriales del partido se comprometieron con una reforma constitucional algo imprecisa para profundizar en aspectos federales del modelo. «El futuro del socialismo en Cataluña está en la definición de un marco postnacional de reivindicación, de pertenencia a la ciudadanía y de convivencia al servicio de un nosotros compartido», dijo después en su afán por salir del enredo, sin demasiado éxito. La toma buena llegó a la tercera: «Estoy a favor del derecho a decidir una reforma constitucional de carácter federal que garantice que con un referéndum apuntalaremos la convivencia», concluyó.

El resbalón fue rápidamente aprovechado por sus rivales. Pero también Pedro Sáchez hizo que no pocos barones de los que han estado defendiendo su candidatura una vez autodescartada Susana Díaz -con la ayuda de pesos pesados del control orgánico como el exvicesecretario general del partido José Blanco; el actual secretario de política municipal, Gaspar Zarrías, o el secretario de políticas autonómicas, Antonio Hernando- se llevaran las manos a la cabeza. El diputado madrileño apenas tenía respaldo en Cataluña hasta hace una semana. Y en su primera visita se descolgó con una defensa de esa comunidad autónoma como «nación» y del federalismo asimétrico. Es más, afirmó que requiere una financiación «especial».

Recado andaluz

Sánchez ha matizado a duras penas sus palabras. «Creo que España es una nación de naciones, que tiene una naturaleza plurinacional y plurilingüística», dijo con posterioridad a este periódico. Su tesis es que la sentencia del Tribunal Constitucional sobre el Estatuto de Cataluña avaló esa idea porque no tumbó el preámbulo en el que se dice que «el Parlamento de Cataluña, recogiendo el sentimiento y la voluntad de la ciudadanía de Cataluña, ha definido de forma ampliamente mayoritaria a Cataluña como nación». En realidad, el tribunal sentenció que «la Constitución no conoce otra nación que la española» y que «carecen de eficacia jurídica interpretativa las referencias del preámbulo a Cataluña como nación y a la realidad nacional de Cataluña».

El madrileño, que recuerda a menudo su faceta de doctor en economía, también argumentó que cuando habla de financiación especial se refiere a que cada comunidad debe ver atendidas sus especifidades porque no todas tienen las mismas competencias. Y para rebajar el vino, echó un poco de agua: «El federalismo que defiendo implica que la soberanía nacional reside en el pueblo español y está fundamentado en la igualdad entre españoles, la solidaridad y la diversidad», dijo. Desde Andalucía le llegó algún recado. Y el aún presidente del PSOE, José Antonio Griñán, salió del aislamiento en el que lleva sumido varias semanas para transmitirle por vía telefónica que no se puede frivolizar con un asunto tan delicado.

«Pensaba -dice un líder territorial con preocupación- que haber superado la etapa de Zapatero era saber qué errores no repetir». El reproche llega de un lado y otro.«El mensaje está escrito, sólo estamos discutiendo del mensajero», dice un barón que insiste en que lo lógico es atenerse al proyecto aprobado por el partido en noviembre. «Esto es una pasarela, pues que se dediquen a recorrerla y saludar, hombre», dice otro que, pese a todo, también cree en una España plurinacional.

En realidad, eso es, con alguna salvedad, lo que han hecho. Aunque, según sus equipos, de aquí al 13 de julio habrá propuestas.