LOS OJOS LIMPIOS
Actualizado: GuardarTenía la mirada limpia. Es lo primero que recuerdo cuando me entero de que se ha muerto Ana María Matute. Es lo primero que pensé, también, cuando hace poco más de un año se nos fue José Luis Sampedro. También él tenía la mirada limpia. Apagados los dos, la literatura española ha perdido los ojos más diáfanos con que miraba las cosas. Vendrán otros, pero no serán los mismos, ni podrán contar todo lo que ellos sabían: lo que ambos miraron y supieron trasladar a las páginas de sus libros.
No fue Ana María Matute una niña afortunada: le tocó vérselas con una guerra cruel, que dejó huella en su memoria y en su corazón. Muchos años después, confesó, seguía soñando con las bombas, aunque defendía la necesidad de olvidar aquellas lejanas atrocidades para poder ir hacia delante. Tampoco la suerte le fue propicia en la vida adulta, con una temprana separación que la apartó temporalmente de su único hijo y la pérdida también prematura del compañero con el que rehizo su vida. En compensación, su talento brilló desde muy temprano: con 17 años escribió 'Pequeño teatro', que sería galardonada años después con el Premio Planeta, y con 24 quedó finalista del Nadal, aunque la censura impidió la publicación de la obra.
Con su mirada a veces ingenua, pero nunca absorta, recorrió los ángulos más oscuros y luminosos del alma humana, mostrándola en fábulas universales que le acabaron valiendo todos los reconocimientos, o casi todos: cuentan que estuvo en las listas del Nobel, y que el Andersen se le escapó porque los jurados no tuvieron acceso a la traducción de sus libros.
Los que sí llegaron fueron el Nacional de las Letras y el Cervantes. Nunca este último estuvo en manos que fueran tan dignas herederas del autor de ese hidalgo que se negaba a resignarse a los males del mundo y a aceptar las razones de sus causantes.
Le debemos gratitud como lectores, y algunos también como escritores. Siempre estaba ahí, dispuesta a reconocer y apoyar el talento de los demás. Siempre con una sonrisa, porque sabía del horror, y de la necesidad imperiosa de contrarrestarlo.