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Borges en Cádiz

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La vida está tejida de hallazgos y pérdidas, de victorias y de derrotas: el primer amor, el mejor amigo, el viejo maestro, el improvisado poema. Conocí a Fernando Quiñones casi por azar como ocurren las mejores cosas. Fue en ese vetusto Teatro Falla anterior a la intervención de Rafa Otero y Micro Carbajal, proyectado por Morales de los Ríos y Adulfo del Castillo en 1884. Acababa de leer a Jorge Luis Borges que el escritor español más interesante era precisamente Quiñones. Yo era devoto de ambos, del mejor narrador de cuentos cortos en lengua castellana y del poeta gaditano que aquel día apareció ante mí como quien era, un hombre humilde y afable. Con el tiempo conseguí ser su discípulo; al principio, a través de fugaces encuentros en La Caleta, o charlas en aquellos 'Alcances' de principios de los ochenta. Luego, las largas veladas en su casa de Rosario Cepeda. Quiñones disfrutaba recitando poemas de Borges tras los spaguetti a la putanesca que él mismo solía cocinar. Recuerdo nuestra última conversación ya enfermo sin perder su sentido del humor: «¿Has visto la pinta de banquero suizo que llevo?»

Fernando y yo especulamos acerca de una ficticia estancia de Borges en Cádiz; durante la misma hubiese podido escribir uno de sus cuentos: ¿cuál y dónde? Decidimos que sin duda aquí hubiera escrito 'El Otro', en el que se relata un encuentro en febrero de 1969 del propio autor ya anciano con el joven que fue en 1918, cada uno en el extremo del mismo banco. «No describí inmediatamente el hecho porque mi primer propósito fue olvidarlo para no perder la razón», sostiene el autor en su primer párrafo. Pensábamos que esa ficción pudo situarla en uno de los bancos de azulejería de la Alameda entre la frondosa vegetación y frente a esas aguas que ya quieren ser océano. Ninguno mejor que junto al busto de Rubén Darío, ese otro gran poeta que sí estuvo en Cádiz y cuyos sonoros versos recitábamos en voz alta, como esa aliteración: «La libélula vaga de una vaga ilusión» que parece dibujar el vuelo del insecto entre palmas y flores blancas que acompañan el entrañable recuerdo de los tres poetas.