Reunión de la Comisión Constitucional en el año 1978 en el Parador de Gredos. :: R. C.
ESPAÑA

El consenso del 78 salta por los aires

El compromiso constitucional de los partidos se fractura por años de política pequeña y las diferencias sobre la reforma

MADRID. Actualizado: Guardar
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El consenso constitucional de 1978, la joya de la transición mil veces ensalzada por las fuerzas políticas como ejemplo y escaparate para el mundo, se fue ayer por el sumidero del Congreso, el mismo lugar donde se fraguó hace 36 años. La diferencia numérica no es llamativa, pero la pérdida de calidad política, sí. Solo el PP, heredero de Alianza Popular y la UCD, y el PSOE, más Unión, Progreso y Democracia, unieron sus fuerzas para garantizar la continuidad de la Corona. El bipartidismo, con el añadido magenta, hizo valer su aplastante mayoría. El acuerdo trenzado en los albores de la transición por UCD, PSOE, Alianza Popular, PCE y el nacionalismo catalán fue una demostración de unidad que hoy es una quimera.

El acuerdo de 1978 vino engrasado por los pactos de la Moncloa del 25 de octubre del año anterior por la práctica totalidad de fuerzas políticas, sindicatos y organizaciones empresariales. Adolfo Suárez ofició de muñidor, pero el clima de acuerdo lo impregnaba todo. En ese caldo de cultivo el consenso constitucional surgió con naturalidad. Solo el PNV se quedó fuera. No estuvo en la ponencia constitucional en contra de su voluntad y la forma en que se recogieron en la disposición adicional primera los derechos históricos vascos fue la gota que colmó su vaso y los nacionalistas se excluyeron de la sinfónica del sí a la Constitución y se quedaron en el coro de la abstención.

El texto fue aprobado en el Congreso con el apoyo de casi el 93% de la cámara o, lo que es lo mismo, con 325 apoyos de UCD, PSOE, PCE, Minoría Catalana y una parte de Alianza Popular, nueve de sus diputados, entre ellos Manuel Fraga, dieron el sí; optaron por la abstención los siete del PNV, dos de Alianza y uno de Esquerra Republicana; y la rechazaron cinco aliancistas y uno de Euskadiko Ezkerra.

De aquella histórica votación salió acuñado el concepto de consenso constitucional, muy invocado en los avatares de la transición. A él se apeló tras el golpe del 23-F para reforzar el compromiso democrático. Pero ese compañerismo constitucional perdió fuelle a medida que se sucedían las elecciones y se asentaba el sistema. La ciudadanía fue un espejo de esa evolución. En el 2000, un estudio del CIS reflejaba que el 68% de la población estaba satisfecha con la Carta Magna, y el 23% se declaraba insatisfecha. Doce años después, la correlación se invertía y los disconformes eran el 51,5% mientras que los conformes caían al 37%. Del mismo modo, los partidarios de la reforma constitucional crecían sin cesar, y ya en 2012 los que abogaban por una modificación casi triplicaban a los que la veían innecesario, 58,6% por un 21,8%.

A espaldas de todos

La de ayer no fue además la primera escenificación de la ruptura del consenso. En el verano de 2011, populares y socialistas pactaron a espaldas de todos una reforma constitucional para poner coto al endeudamiento público. Una modificación solo votada por los dos grandes en medio del repudio general.

La crisis económica, las nuevas realidades sociales, el reto soberanista de Cataluña y el que está larvado en el País Vasco, o el descontento con el modelo autonómico fueron nuevas cuñas en un consenso constitucional que se resquebrajaba a marchas forzadas. Hasta ayer, que saltó por los aires. La demanda de una reforma de la Constitución fue un clamor en el Congreso, y los socialistas, aunque acompañaron a los populares en la votación sobre la ley de abdicación, reiteraron sus exigencias de cambiar la Carta Magna, planteamiento en el que estuvieron acompañados por la totalidad de fuerzas políticas, salvo el PP.

Mariano Rajoy siempre pone como condición que una operación de ese calado tenga un consenso similar al de 1978 a sabiendas que es imposible porque, para empezar, su partido no está dispuesto a encarar esa ardua negociación; y, para seguir, las posturas sobre los objetos del cambio son mucho más contrapuestas que las que se pusieron sobre la mesa en 1978. Pero sobre todo, el espíritu de acuerdo de 1978 se ha dilapidado en 36 años de trifulcas, golpes bajos y política pequeña que han desembocado en un desdoro histórico de los políticos y los partidos, incapaces de recuperar aquella sintonía.