Las rutas de la esperanza
La pobreza rural y la venta de tierras a extranjeros alientan la inmigración africana
Actualizado: GuardarNos invaden. Burlan la vigilancia, trepan por las vallas de Ceuta y Melilla y saltan al otro lado de la frontera. Entonces, de camino al Centro de Estancia Temporal de Inmigrantes (CETI), muestran su euforia ante las cámaras de televisión, sabedores de que ya son parte, de alguna manera, de la opulencia europea. Tanto las esperanzas de los recién llegados como la imagen de las plazas españolas como coladeros de la inmigración ilegal africana resultan poderosas, pero no se ajustan a la realidad. Las dificultades laborales abundan en tiempos de crisis a este lado del Mediterráneo y los números no engañan. Según Frontex, la agencia de la UE para la gestión cooperativa de las fronteras exteriores, las ciudades autónomas constituyen el destino de tan solo el 5% de los extranjeros que aspiran a la entrada irregular. Tampoco los sueños de los jóvenes africanos limitan necesariamente con el norte. Dos terceras partes de quienes buscan un futuro mejor abandonan su casa, pero no su continente.
La emigración en África es mayoritariamente interna, según explica Mbuyi Kabunda, miembro del Instituto Internacional de Derechos Humanos de Estrasburgo y experto en los conflictos del área subsahariana. La pobreza del medio rural y la progresiva enajenación de las tierras a compañías extranjeras animan un proceso que transformará radicalmente esa percepción colectiva de pequeñas aldeas pespunteando plácidas sabanas. Las previsiones de Naciones Unidas apuntan que, como consecuencia de ese flujo incontenible, dentro de tres décadas el 60% de sus habitantes residirá en ciudades que, en tan breve plazo, ya habrán triplicado su actual población.
Los desplazados acuden del campo a la urbe dentro de su propio país o a países emergentes, como Guinea Ecuatorial, Costa de Marfil, Sudáfrica o Gabón. La incapacidad para proporcionar recursos a ese aluvión demográfico sin medios y escasa formación incrementará el drama actual de los 200 millones de vecinos de 'slums' o barrios periféricos de grandes metrópolis carentes de agua potable, electricidad y otros servicios básicos.
Cada año, de 65.000 a 120.000 africanos cruzan el Sahara camino de las costas magrebíes, y entre el 20 y 30% se dirige a Marruecos o Argelia, lo que no implica que su viaje consiga necesariamente el objetivo buscado. El pavor a una amenaza casi apocalíptica también aparece empañado por estas cifras aportadas por 'The Myth of Invasion', el estudio sobre los movimientos migratorios a cargo de Hein de Haas, profesor de la Universidad de Oxford. Las dificultades también han cambiado el perfil de quienes llegan, literalmente, a buen puerto. «Hemos percibido que cada vez más los aspirantes son personas que ya llevan años sobreviviendo en Marruecos y Argelia, a los que se suman las víctimas de la Primavera árabe, sobre todo, sirios, aunque estos no saltan, suelen comprar por 1.500 euros un pasaporte marroquí falso y todos los días pasan por la frontera varias decenas», explica Miguel González, director del Centro Ellacuria en Bilbao, entidad que acompaña a asociaciones de extranjeros radicadas en el País Vasco.
Pero la tragedia sigue siendo cierta, aunque los números parezcan amortiguar su dimensión. Aunque los naufragios frente a la isla de Lampedusa suelen agitar las conciencias solidarias, existen otros muchos lugares donde perecer súbitamente antes de vislumbrar siquiera una existencia mejor. La frágiles pateras pueden zozobrar atravesando el canal de Mozambique rumbo a la isla francesa de Mayotte, en el Mar Rojo, caso de los 62 pasajeros que, la pasada semana, no pudieron alcanzar las playas de Yemen, o en el lago Malaui, vía habitual para los que persiguen el sueño sudafricano.
La ruta que atraviesa el Sáhara, necesario paso para los emigrantes provenientes de África occidental, se cobra, a menudo, la vida de aquellos que no soportan una climatología extrema o el abandono en zonas muy alejadas de cualquier lugar habitado. «Sin contactos o algún tipo de previsión, tras una avería en el desierto no se sobrevive más de 72 horas», advierte Rafael Marco, superior de la agrupación sacerdotal Sociedad de Misioneros Africanos y residente en Níger durante varios años. En octubre de 2013 dos camiones con inmigrantes que pretendían llegar a Argelia quedaron encallados. Ninguno de sus 92 ocupantes, fundamentalmente mujeres y niños, sobrevivieron al percance.
Narcotráfico y armas
Los caminos que conectaban el Golfo de Guinea con Europa y Oriente Medio, por donde transcurrió el comercio de sal, ganado, oro y esclavos, se han ido adecuando a los nuevas demandas comerciales, principalmente a partir de la década de los noventa, con el mercadeo de tabaco, hachís y cocaína, personas y armas. Hablamos de decenas de miles de kilómetros desde el sur del Sahel hasta Tessalit en Malí o Arlit en Níger, vías hasta ahora controladas por los tuareg, aunque existen sospechas que los grupos islamistas también participan en el negocio de los denominados pasadores de fronteras. «¿Controlar los pasos? Ahora, Estados Unidos ha facilitado drones, pero por el creciente peligro terrorista en una zona con minas de uranio», señala Marco.
Pero no todas las puertas se cierran a los africanos. Las de los hospitales de Gran Bretaña, Canadá o Australia se abren generosamente para el personal sanitario nativo, bien formado y, a menudo, curtido en duras condiciones laborales. El 71% de las enfermeras de Zimbabue, un país asolado por el VIH, aspira a proseguir su carrera profesional en Norteamérica o Australia, según una encuesta del Centro de Estudio Sudafricanos, una prestigiosa institución canadiense.
Ninguna de ellas recurre a los peligrosos procedimientos anteriores. El pasado mes de abril, jefes de Estado de la Unión Europea y del continente africano sellaron en Bruselas un plan trianual de acción contra tales vías y la emigración irregular que contempla campañas de prevención, la persecución de los explotadores y mayor control de fronteras, entre otras medidas. «Pero, ¿cómo convencer a la gente que se pone en ruta persiguiendo un sueño, arriesgando su vida?», alega Miguel González. «Al otro lado de la valla, hemos visto personas extenuadas con una increíble determinación psicológica. No hay quien los pueda parar».