Homs, zona cero de la revolución siria
DAMASCO. Actualizado: GuardarSilencio en la Plaza del Reloj de Homs. El lugar donde a comienzos de 2011 se celebraban las primeras concentraciones contra el régimen es ahora la frontera entre la vida y la muerte. La línea divisoria entre el Homs que siempre ha estado bajo el control del Gobierno y donde la vida es más o menos normal y el corazón antiguo que durante dieciocho meses fue el bastión insurgente de la oposición armada en la considerada «capital de la revolución». El precio del alzamiento es la destrucción, como ocurre a lo largo de los bastiones rebeldes en todo el país.
Los combates en Homs se detuvieron en mayo gracias al acuerdo alcanzado entre el régimen y los grupos armados, exhaustos tras un cerco militar que provocó «una situación terrible» para los 4.000 civiles del área, según la ONU. 1.200 combatientes salieron en autobuses hacia Ghintou, Talbiseh, Dar al-Kabira y Ar Rastan abandonando en manos del enemigo lo que había sido el auténtico símbolo rebelde y abriendo paso a una nueva estrategia que las autoridades quieren expandir a otras zonas del país.
Isa regresa por primera vez desde la salida de los grupos armados. Camina como un zombi entre los escombros del barrio cristiano de Hamidie hasta la herboristería que regentaba su hijo, George. Todas las persianas están reventadas y los soberbios edificios mamelucos de piedra negra y blanca no se han librado de los rigores de los choques. «Nada más comenzar la crisis le secuestraron y le asesinaron, después saquearon la tienda y desde hace más de dos años ni me acercaba. Es mi primera visita», confiesa Isa, de 75 años, con la mirada perdida en el cartel de la tienda que milagrosamente ha quedado intacto.
Moverse por Bab Tadmur, Bab al-Dreib y Bab Hud, los tres distritos de la parte vieja de Homs que en total ocupa una superficie de 1,2 kilómetros cuadrados, supone cruzar una red de puestos de control de las milicias del Partido Social Nacionalista Sirio (PSNS) y del Ejército. En cada uno de ellos hay que presentar la documentación. «La zona está segura, no quedan terroristas, pero tenemos que estar presentes para que la gente se anime a volver», confiesa uno de los responsables del control a las puertas de lo que fue la iglesia de San Jorge. Durante siglos musulmanes y cristianos convivieron en esta parte de la ciudad, pero la guerra no ha respetado ni iglesias, ni mezquitas. Los edificios podrán reconstruirse, la relación entre confesiones será algo mucho más complicado.
Nuhat Sahaan, historiador local reconvertido en líder de una milicia del PSNS, deja en segundo lugar la restauración de los setenta lugares arqueológicos protegidos de la zona y visita cada bloque de viviendas. Sahaan calcula que «hasta el momento unas trescientas personas han regresado y viven de nuevo aquí, son los más afortunados porque sus casas no han sido destruidas». Entre ese grupo de «afortunados» se encuentran Diana y Cristine Habib. «Fuimos la última familia en salir y somos los primeros que hemos vuelto. Llevamos un mes de limpieza y aquí nos quedamos porque es la casa de la familia desde hace 150 años», afirman mientras suben agua en cubos hasta la cocina de su casa en la que se ven las huellas de las hogueras que preparaban los insurgentes que ocuparon la vivienda durante el cerco.
«Homs puede ser un ejemplo para el resto de Siria. El acuerdo lo cerramos después de tres reuniones y fue posible porque los principales grupos eran sirios, sólo había un puñado de yihadistas extranjeros», afirma Elia Samman, alto cargo del Ministerio de Reconciliación Nacional, encargado de representar al régimen en la mesa negociadora que en mayo logró el fin de los combates. El problema para extender el modelo es «la división entre los insurgentes, en cada barrio hay cabecillas distintos y no hay un mando unificado, por eso debemos ir casi calle a calle», según Samman.
Definición del desastre
«La revolución cagó en Homs, no hay otra definición posible de este desastre», piensa Riad Khosam mientras comparte un té con un grupo de milicianos. A su espalda una pintada reza «¡Oh, Héroes de Al-Andalus», una de las numerosas brigadas islamistas que combatían en la zona. Lilian Murra ha rescatado un sofá de su vivienda y lo ha colocado en la esquina de la casa familiar desde la que saluda a los vecinos que acuden a ver el estado de sus posesiones, toda una especie de lotería macabra.
«Lo importante es Siria, hay que mirar adelante y confiar en que acuerdos como el de Homs se extiendan y traigan la paz al país», piensa Lilian a quien le sorprende que en Occidente apunten a Bashar el-Asad como el responsable de la devastación porque «aquí los dos lados han empleado todos los medios a su alcance, ¿quién pidió a los terroristas que entraran en nuestro barrio? Nadie».