DE YUSTE A EL ESCORIAL
Actualizado: GuardarUna de las ventajas de la Monarquía parlamentaria como forma de gobierno es que cuenta con dos fuentes de renovación política, cada una con su origen, naturaleza, y efectos distintos. Sin duda, la más importante es la de las elecciones generales. Un nuevo Parlamento permite la alternancia en el poder, o la continuidad, con legitimidad democrática reforzada, de quien ya lo ostentaba. En todo caso, y por decirlo en la lengua de quienes inventaron la Monarquía parlamentaria, un Parlamento nuevo trae consigo un cambio de 'men and measures', de los hombres y mujeres que integran los poderes del Estado, y de las medidas de gobierno que se habrán de aplicar para resolver los problemas de los electores.
La segunda fuente es, por supuesto, la sucesión a la Corona. Se trata de un cambio de efectos discretos, sutiles y a largo plazo. Pero esos efectos existen. En otro lugar he escrito que un reinado «es una especie de gran contenedor histórico, de paredes tenues y elásticas, pero con una indudable capacidad para influir en la definición de las preocupaciones y los objetivos de una o más generaciones de ciudadanos». La España del Rey Juan Carlos, que ahora termina, no es sólo un período histórico en el que nuestro país ha obtenido éxitos incuestionables. Es también una realidad biográfica y psicológica, porque para muchos españoles el reinado de Don Juan Carlos simbolizará siempre los mejores años de nuestras vidas. Y la España de don Felipe VI lleva dentro el potencial para convertirse en algo igualmente grande.
Como decía un lema centrista de finales del período constituyente, lo hecho avala el futuro. A la vista están los logros del reinado que se cierra: la Constitución de 1978, la paz civil, el progreso económico, el Estado de las Autonomías. Pero también podemos acudir a nuestra historia más lejana. No sería la primera vez en España que la abdicación de un gran Rey va seguida de otro gran reinado. El 25 de octubre de 1555 abdicó en Bruselas el Emperador Carlos V en una emotiva ceremonia: relata el cronista que el mismo Emperador lloró con los presentes, diciéndoles: «Quedaos a Dios, hijos, quedaos a Dios, que en el alma os llevo atravesados». Con la misma emoción decía ayer don Juan Carlos que guardaría siempre a España en lo más hondo de su corazón. Al Emperador le sucedió un gran Rey y quizá no sea una coincidencia que se llamara también Felipe.