A ver si podemos
Actualizado: GuardarDura poco la alegría en la casa del pobre. Poquísimo. Tan poco que no hicieron falta ni siquiera cuarenta y ocho horas para desmontar -o al menos, intentarlo- la gran carpa de circo que Pablo Iglesias había montado en los solares vacíos de eso que llaman bipartidismo y que suena tanto a la Restauración Borbónica del siglo XIX que asusta. Es cierto que las elecciones europeas son como un simulacro de evacuación de incendio en un colegio de primaria, un mamarracho para entendernos. Ni el fuego es fuego ni los pasillos cruzados a rastras tienen humo y ni siquiera los niños se asustan. Se hace porque así lo obliga la seguridad escolar y listo. Todos saben de sobra que cuando llegue el humo de verdad es cuando realmente hay que salir corriendo y ponerse a salvo. Pero bueno, somos europeos, compartimos moneda -no se sabe hasta cuando-, espacio aéreo, plan Bolonia o como se llame, y hacemos lo que manda la Santa Madre Alemania, que no es poco. Y votamos cada cuatro años a un parlamento que no sabemos bien qué hace. Como un ensayito antes de la función principal, que no son siquiera las elecciones generales, sino las autonómicas y las municipales, las que de verdad calientan el ambiente y aceleran el pulso.
Tal vez por eso nadie había reparado mucho en la formación política -no sé si ya se le llama partido- Podemos, que ha resultado ser como la Conchita Wurst de la política; una cosa atípica, exótica, un engendro raro y curioso que estaba ahí y que, por el principio que rige la incertidumbre, se ha hecho con el primer premio ante el desconcierto del resto de participantes y el aplauso de cuantos están ya hartos de comer todos los días lo mismo, sobras y pan duro.
Por las grietas mal tapadas de las chapuzas se suele filtrar el agua. Primero una gota, luego otra y al final cuesta más reparar la avería que tirar la pared y hacerla de nuevo. Es lo que nos ha pasado en este país de Pepe Gotera y Otilio. Tanto va la lechera con el cántaro a la fuente que cuando se parte es imposible recoger la leche derramada. Y la leche -la mala leche- derramada que pusimos a calentar ya ha arrancado a hervir.
A mí Pablo Iglesias siempre me ha parecido un predicador como de Alabama, un pastor de alguna iglesia local de la Norteamérica profunda, de esos que se presentan como «decorosos, sobrios, dueños de sí mismo, prudentes, justos, amables, generosos, apacibles, austeros, con capacidad para convencer, para enseñar, fiel a sus palabras». -todo esto no lo digo yo, lo he sacado de una web en la que forman 'online' a pastores bautistas, y en la que se recomienda, además, que no sean «dados al vino»-. Un catequista de aspecto guay que ha medido y cortado como un buen sastre el traje que necesita esta sociedad. Con un discurso aparentemente nuevo y un puñado de ideas no tan nuevas pero envueltas en papel de regalo. Ideas que prenden llama en los rescoldos quemados de la sociedad. Desprecian el nacionalismo -dicen-, denuncian la corrupción, apoyan todos los movimientos de la corrección política, son los más demócratas -sin primarias ni favores- y hacen suyo el eslogan que llevó a Obama a la Casa Blanca, 'We can'. Ideales, más que ideas que no aportan ninguna solución, pero que huelen a fresco.
Podemos se ha convertido, por méritos propios o ajenos, en la alternativa política que demandaba la ciudadanía. No entraré a valorar sus métodos ni a repetir una vez más que en cuatro meses han sido capaces de conseguir lo que otros partidos políticos ni siquiera sueñan. No diré si está bien o está mal utilizar los medios de comunicación, las redes sociales y la cara de un tipo que se compra las camisas en Alcampo como reclamos electorales. Porque lo interesante del asunto no está ahí.
Lo realmente interesante está en la reacción rápida -y en la mayor parte de las veces, despectiva- que han tenido los partidos políticos de siempre ante la llegada del intruso a la fiesta de cumpleaños. Otro más para repartir la tarta, vaya por Dios. Los que somos padres, conocemos muy bien ese tipo de actitudes nerviosas y desconcertantes. El niño que se mosquea y dice que no vuelve más -Alfredo Pérez Rubalcaba-; el otro que se dedica a reírse con su grupito del recién llegado porque no conoce a nadie y lo llama friki -Pedro Arriola-; la niña resabiada que lo mira por encima del hombro y le dice ¿tú qué haces aquí? -Rosa Díez-. la política sigue siendo un inmenso patio de colegio, qué le vamos a hacer.
Pablo Iglesias y sus chicos han entrado en el patio. Dicen que han llegado para que los ciudadanos recuperen la ilusión -no lo olvide, es de circo- y para demostrar que el bipartidismo sólo se puede conjugar en pretérito perfecto. De momento, tienen cinco representantes en el parlamento europeo y han conseguido poner nerviosos a nuestros gobernantes.
Veremos a ver en qué queda todo esto. Los remedios mágicos de Blacamán el vendedor de milagros siempre tienen efectos secundarios. Me conformaría con que las señales de humo no acaben en incendio. Nos habría servido de tan poco el simulacro.