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Un cuarto de siglo sin justicia
Desde la masacre de Tiananmen, China se ha convertido en una superpotencia frente a la que se arrodilla el mundo
Actualizado: GuardarHan pasado 25 años desde que 'el hombre del tanque' fue inmortalizado en los aledaños de la plaza de Tiananmen frente a una columna de acorazados que se detuvo ante la misteriosa figura de un joven que, con una bolsa en cada mano, impidió el avance de los blindados llamados a aplastar las protestas prodemocracia que habían paralizado Pekín durante casi dos meses. Fue el último instante mágico de un momento en el que China creyó en la posibilidad de un cambio político. Una imagen que dio la vuelta al mundo y que se convirtió en el símbolo de la lucha por la libertad.
Sin embargo, hoy, la mayoría de los 1.400 millones de habitantes de la segunda potencia mundial jamás ha visto la célebre fotografía que Jeff Widener tomó la mañana del 5 de junio de 1989. Es más, muchos jóvenes nunca han oído hablar de lo que en su país se conoce como 'liusi' -literalmente cuatro de junio-. No en vano, se trata de un episodio tabú, borrado por la censura de medios de comunicación locales y de internet. Una mancha negra que dejó en evidencia la brutalidad de un régimen que, tras un largo proceso de deliberación, decidió masacrar a sus propios ciudadanos para perpetuarse en el poder.
Y lo cierto es que le ha dado buen resultado: un cuarto de siglo después de que cientos de personas, o incluso miles según las fuentes, perdiesen la vida por exigir democracia, el Partido Comunista continúa en el poder a pesar de las profundas reformas económicas que han convertido al país en la punta de lanza de la globalización. Y ese poderío económico que le ha proporcionado el proceso de apertura al exterior ha servido también para sacar a China del ostracismo internacional al que fue condenada tras la masacre. Pero, tras el guante blanco del desarrollo, el puño de hierro de Pekín no se ha abierto.
Este año, el Gobierno también ha detenido a unos 50 intelectuales y activistas. Además, ha movilizado a 100.000 ciudadanos para servir de 'espías' en las calles de la capital, y pagará 2,5 yuanes (30 céntimos de euro) por cada 'información que proporcionen a la autoridades. Aquellos que den más de tres informaciones de actividades sospechosas recibirán 200 yuanes (24 euros) diarios. Es algo parecido a la táctica que utilizó Mao durante el Gran Salto Adelante.
A la vez, los medios de comunicación muestran el equipamiento y las capacidades de las fuerzas de seguridad para prevenir que un estallido social como el de 1989 se les vuelva a ir de las manos. Porque, como ya dijo Mao Zedong, «basta con una chispa para provocar un incendio». Es lo que sucedió el 15 de abril de 1989, cuando un infarto acabó con la vida de Hu Yaobang. Este funcionario abogaba por profundizar en la apertura económica a la que había dado comienzo Deng Xiaoping una década antes, y que supuso el final de la nefasta Revolución Cultural de Mao. Sobre todo, Hu promovía reformas democráticas en el seno del Partido Comunista, similares a las que acababa de introducir Mijaíl Gorbachov en la Unión Soviética. Y por ello fue purgado. No obstante, para miles de estudiantes universitarios de la capital, Hu simbolizaba la esperanza del cambio. Por eso, su funeral se convirtió en la inesperada chispa que puso al régimen contra las cuerdas.
«Al principio éramos sólo unos pocos cientos que queríamos presionar al Gobierno para que se le brindara a Hu el trato que merecía, y para que mejorasen las condiciones en las que vivíamos», cuenta uno de los líderes estudiantiles que, por seguridad, pide utilizar el nombre ficticio de Wang Shizhen. Para el 21 de abril, víspera del funeral, las manifestaciones en la plaza de Tiananmen sumaban ya unos 100.000 jóvenes, y el Partido Comunista comenzó a preocuparse cuando las demandas de los estudiantes incluyeron el fin de la corrupción y la libertad de prensa.
«Fueron días magníficos, en los que pensamos que podíamos cambiar el rumbo del país. Alguien dijo que no sabíamos lo que era la democracia, pero que estábamos convencidos de que era necesaria», recuerda Wang. Por eso, él fue uno de los más de mil estudiantes que se embarcaron en una huelga de hambre tras el anuncio, en un editorial del Diario del Pueblo, de que el Gobierno no toleraría su insolencia.
Documentos publicados en el controvertido libro 'Los papeles de Tiananmen', en el que se relata lo sucedido a través de una selección de archivos secretos oficiales cuya autenticidad no se ha podido demostrar, reflejan que la huelga de hambre fue un punto de inflexión. Por un lado, la protesta se extendió al resto de la población de Pekín, que comenzó a solidarizarse con los estudiantes; por el otro, el Partido Comunista se dividió en dos: una facción liderada por Zhao Ziyang, secretario general del Partido, propuso el diálogo con los manifestantes y la aceptación de algunas de sus demandas; la otra, con el primer ministro Li Peng al frente, sostuvo que la represión era la única vía para dar solución al problema. El 19 de mayo, consciente de que Li había ganado la partida, Zhao Ziyang se acercó a la plaza con un megáfono para advertir a los estudiantes de las consecuencias que podía acarrear su actitud. Y habló bien claro. «Ya somos viejos y no nos importa nada», dijo. Al día siguiente, China decretó la ley marcial y movilizó al Ejército. «Tendríamos que haber interpretado sus palabras mejor para evitar la masacre», se lamenta Wang, que fue detenido poco después.
Ofensiva oficial
El 2 de junio, con todos los accesos a Pekín cortados por el Ejército, el presidente Deng y el primer ministro Li autorizaron el uso de «todos los medios necesarios» para acabar con la revuelta. Y así lo hicieron los militares al día siguiente. Los periodistas extranjeros que vivieron en directo la matanza informaron de «disparos indiscriminados contra la población, incluso contra las ambulancias». La resistencia de los manifestantes retrasó el avance de las tropas, pero, finalmente, la estatua de escayola que alumnos de la Facultad de Bellas Artes habían erigido en Tiananmen en honor a la 'Diosa de la Democracia' fue derribada el 4 de junio.
A la mañana del día siguiente, 'el hombre del tanque' fue la última chispa de resistencia, pero el terreno ya estaba mojado y no pudo prender. Poco después, los líderes comunistas felicitaron al Ejército por su éxito en desactivar la protesta. Oficialmente, casi 300 'contrarrevolucionarios' murieron en los enfrentamientos, una cifra que la Cruz Roja multiplica por diez y los servicios de inteligencia de la OTAN elevan hasta 7.000. Pero, al contrario de lo que sugiere la denominación más extendida de 'masacre de Tiananmen', la mayoría no pereció en la plaza más grande del mundo, sino durante el avance de los soldados hacia ella. «Nunca se sabrá cuántos fueron. Y nunca recibirán justicia», sentencia Wang.
Lo mismo temen las Madres de Tiananmen, que luchan para que el episodio más oscuro de la República Popular China no se olvide. «En todos estos años, y a pesar del esfuerzo que le hemos dedicado, no hemos conseguido justicia para nuestros seres queridos», escribieron en una carta el año pasado. «
Las ONG pro Derechos Humanos también se muestran desconsoladas por la falta de presión de la comunidad internacional, arrodillada ante su creciente supremacía, sobre China. Organizaciones como Human Rights Watch denuncian que las críticas se hacen cada vez con la boca más pequeña.
No obstante la China de hoy tampoco es la misma que la de hace 25 años. Todos los analistas políticos del país consultados consideran que la situación ha mejorado y que ahora sería imposible sofocar una rebelión con tanques.