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Jóvenes musulmanes causan una masacre en una iglesia de la capital centroafricana
Armados con granadas y pistolas irrumpieron en el recinto de Bangui y mataron al menos a una treintena de refugiados
Actualizado: GuardarLa situación en la capital centroafricana, Bangui, permanece muy tensa tras la masacre perpetrada en la iglesia de Nuestra Señora de Fátima. El pasado miércoles, jóvenes armados irrumpieron en el recinto eclesial y, tras lanzar varias granadas, dispararon indiscriminadamente contra la multitud que estaba refugiada dentro de sus muros. Las estimaciones de las agencias de noticias hablan de 15 muertos, pero fuentes locales aumentan el balance hasta 30 víctimas y apuntan la existencia de otros 20 heridos de bala. La autoría de la masacre se atribuye a individuos procedentes del vecino barrio del PK5, de mayoría musulmana.
Los templos católicos habían sido hasta la fecha un lugar de asilo respetado por todas las facciones implicadas en la guerra que sufre este país y, desde el inicio de la crisis, han acogido a miles de desplazados de diversas confesiones. Este insólito ataque parece la respuesta de los habitantes del PK5 a diversos actos de hostigamiento por las milicias cristianas anti-Balaka. La víspera del ataque un vendedor callejero apareció degollado en sus inmediaciones y, entre las víctimas del asalto está un antiguo abad, el padre Paul-Emile Nzale, de 76 años. El párroco de la iglesia, Jonas Bekas, explicó que solicitó ayuda a las fuerzas de paz, pero que las tropas llegaron demasiado tarde.
Los residentes de Fátima, el barrio donde se ubica la iglesia asaltada, han buscado asilo en otros emplazamientos y las calles de Bangui aparecieron ayer cortadas por numerosas barricadas formadas por neumáticos en llamas. Las tiendas no abrieron sus puertas, una mezquita fue saqueada y grupos de manifestantes reclamaban airadamente el desarme del bastión de los islamistas, el último tras la huida de la casi totalidad de los musulmanes de la ciudad, acosados tras la partida de la alianza Séléka, los guerrilleros que llegaron a controlar el país. La capital, que parecía recobrar su ritmo tras meses de violencia, ha regresado a la atmósfera de los peores tiempos, cuando la violencia interreligiosa provocaba altercados diarios.
La situación sigue siendo difícil en el país. La elección de un Gobierno de transición, dirigido por Catherine Samba-Panza, no ha impedido su práctica división entre cristianos y musulmanes. La antigua coalición gobernante mantiene el poder en el norte y este del territorio y recientes noticias que informaban de la reestructuración de su brazo armado resultan también inquietantes, ante el temor de nuevos choques.
Ni la Misca, la fuerza de la Unión Africana desplegada en el territorio, ni los soldados franceses de la 'operación Sangaris', parecen dispuestos a desarmar a los musulmanes del PK5, un enclave céntrico donde residía la elite comerciante de la ciudad antes del estallido del conflicto. «Nadie quiere asumir esta responsabilidad y esperan que lo hagan los cascos azules que llegarán en septiembre», apunta Jaime Moreno, director de la sección local de la ONG Servicio Jesuita a Refugiados.