Listos y bonzos
Actualizado: GuardarLa mujer sin rostro vive con su marido enfermo y tiene dos hijos de menos de veinte años a los que dar techo y alimento. No sabe dónde ir, nadie la acoge. Las puertas que antaño le mostraban el interior de los pasillos no le giran hoy el picaporte. Sabe que tiene que abandonar la casa que ocuparon hace meses y exige una solución. La que sea, como sea. Nada hay más peligroso que no tener que perder pues verse desbordado por la desesperación hace que las personas viren sus conductas hacia el destino impredecible, todo a barlovento. La mujer de rostro difuminado llevará días sin dormir pensando en sus hijos, en su futuro, señalando a la crueldad de la suerte mala y la ingratitud del hacerse mayor. Su insomnio debe tener algo que ver con el instinto de protección maternal, como el de la tigresa que deviene en certera máquina de matar si sus cachorros sufren peligro. O la madre que alza con una mano un automóvil para sacar con la otra de entre sus ruedas a su hijo, atropellado. O la keniata que, preñada de un negrito de dientes blancos y clavículas altisonantes, se ubica a la popa de una patera magrebí, azotada por el asesino silencioso que es el mar estrechado, cual Winslet en Titanic, acudiendo a la llamada de esa Europa salvaje y cada vez más xenófoba que la mirará por encima del hombro.
La mujer sin rostro se desplomará hoy al ser lanzada y desahuciada, los huesos en el piso, como se desmorona con dolor nuestra vergüenza por los problemas ajenos que desaparecen al cerrar herméticamente nuestras ventanas de Climalit. No vamos a asumir la cortedad de miras de responsabilizar al concejal o al Juez, o a la crisis misma. No buscamos culpables sino razonamos soluciones que ayuden a las personas y eviten suicidios ardientes. Y no las hallo como no encuentro razón para que en ocasiones, demasiadas, lo legal sea disímil de lo justo.
Algo está empezando a cambiar en esta sociedad que comienza siglo no necesariamente para bien. Esta sociedad que se conforma o no según la causa, pero que amanece triste y deprimida; desengañada de una clase política más preocupada por sus batallitas internas que por conseguir el bien de los ciudadanos. Esta sociedad de votantes que no leen programas electorales, de hambrientos y saciados, de delincuentes disfrazados de chaqué. Una sociedad que pronto seguirá el camino de la televisión, saqueada por charlatanes de feria que descubrieron el secreto de la humanidad. Que siempre hubo listos y bonzos.