Franciso rompió el protocolo para reclinarse un minuto sobre el muro que separa Israel de los territorios palestinos.. :: EFE
Sociedad

El Papa arranca a palestinos e israelíes el compromiso de reunirse en Roma

En un gesto sin precedentes Francisco entra de lleno en política y resucita el proceso de paz al invitar al Vaticano a Peres y Abbas

JERUSALÉN. Actualizado: Guardar
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Francisco demostró ayer que su idea de predicar con el ejemplo, de sacar la Iglesia católica a la periferia, de mojarse y «oler a oveja», también incluye la acción política. Lo hizo en el lugar más desaconsejable posible, Oriente Medio, donde un papa puede limitarse a pasar con grandes palabras de concordia, con un constante temor a los malentendidos. Pero Jorge Mario Bergoglio, más que pedir la paz, desea hacer algo real por ella. Por eso se lanzó ayer, con coraje y una alta dosis de riesgo, en una iniciativa sin precedentes. Estaba en Belén, terminando la misa, cuando se dirigió al presidente de Palestina, Mahmud Abbas, allí presente y dijo con naturalidad, en italiano: «Señor presidente, en este lugar donde nació el príncipe de la paz, deseo invitarle a usted y al señor presidente Simon Peres a que elevemos juntos una intensa oración pidiendo a Dios el don de la paz. Ofrezco la posibilidad de acoger ese encuentro de oración en mi casa, en el Vaticano».

Ya está, el Papa acababa de meterse de lleno en el avispero de la política de Medio Oriente, en un proceso de paz hasta ahora liderado por la mediación de Estados Unidos, pero que ha llegado a un punto muerto. Por la tarde, al llegar a Tel Aviv, Bergoglio repitió la invitación en los mismos términos ante las autoridades israelíes. El primero en contestar de forma oficiosa, a través de la prensa, fue Peres, y luego le siguieron los palestinos. Estaba todo pactado. La fecha se filtró enseguida, el próximo 6 de junio. El portavoz vaticano, Federico Lombardi, intentó explicarlo de alguna manera y limitó la iniciativa a una cita espiritual para hablar de la paz «en sentido religioso», pero su efecto en el escenario político es evidente. La escala en Belén ya estaba marcada por el hecho de que, por primera vez, el Vaticano hablaba de «Estado de Palestina», tras reconocer su estatus de observador en la ONU en 2012.

Tras su anuncio, el Papa reflexionó: «Construir la paz es difícil, pero vivir sin ella es un tormento». Poco antes, en su primer discurso ante las autoridades palestinas, nada más aterrizar en Belén desde Jordania, Bergoglio ya había avisado: «Por el bien de todos, ya es hora de poner fin a esta situación, que se hace cada vez más inaceptable». Pidió «la audacia de la generosidad y creatividad al servicio del bien» para buscar la paz. Que, subrayó, «se basa en el reconocimiento, por parte de todos, del derecho de dos Estados a existir y a disfrutar de paz y seguridad dentro de unos confines reconocidos internacionalmente». Lo reiteró horas después en Tel Aviv. Invitó a «un feliz éxodo hacia la paz», con «la renuncia de cada uno a algo».

El Papa habló en términos aún más humanos y conmovedores, alejados de la política, en su encuentro con un grupo de niños del campo de refugiados de Dheisheh. Uno de ellos denunció, en nombre de todos, cómo «desde hace 66 años nuestros padres sufren la ocupación». Francisco le respondió con cariño, hablando en español: «Comprendo lo que me están diciendo, el mensaje que me están dando. No dejen nunca que el pasado les determine la vida. Miren siempre hacia adelante, trabajen y luchen por cosas que ustedes quieren. Pero sepan una cosa, que la violencia no se vence con la violencia, se vence con la paz».

El otro Muro

Fue una jornada histórica que, además de palabras sorprendentes, ofreció también una imagen de impacto. Antes de irse de Belén el Papa dio otro paso muy resbaladizo cuando ordenó parar el coche al pasar junto al polémico muro de separación construido por Israel en torno a los territorios palestinos. Desde luego no entraba en el programa, pero es otra de esas cosas que no se puede hacer como que no se ven. Francisco bajó, se apoyó en el muro, entre grafitis, y permaneció un minuto en silencio. El paralelismo con el Muro de las Lamentaciones era evidente y es una imagen muy potente cuyo efecto en Israel ayer era difícil de calibrar.

Lo que descoloca de Bergoglio, y ayer fue muy patente, es su capacidad de crear empatía con cada interlocutor, aunque no haga lo que se espera de él y, en principio, tenga gestos que pueden crear enemistad con el otro. Porque dice y hace lo que cree, sin importarle las consecuencias. Los palestinos ayer estaban encantados, pero hoy muchos de ellos se rasgarán las vestiduras cuando deposite flores en la tumba de Teodoro Herzl, el fundador del sionismo. Es un gesto inédito de un Papa que para Israel es muy importante, pues refuerza su identidad. Bergoglio dio a cada uno lo suyo, sin medir. Nada más llegar a Tel Aviv, por la tarde, condenó el antisemitismo y el atentado al museo judío de Bruselas, así como el Holocausto.

Este Papa de Argentina, donde hay una gran comunidad judía, que tiene amigos judíos, de entrada ya tiene credenciales positivas para Israel. La Santa Sede, que no reconoció el estado de Israel ni estableció con él relaciones diplomáticas hasta 1994, siempre ha sentido una inclinación hacia Palestina. Tras Benedicto XVI, que en su viaje a Tierra Santa en 2009 tuvo en Israel muchos problemas de incomprensión, Francisco puede ser el Papa más indicado para tenderles la mano