ESPAÑA

Montserrat y su hija, una relación enferma

La homicida, hasta entonces un témpano, confesó cuando la Policía insinuó que su hija era la principal sospechosa del asesinato de Carrasco La asesina se mudó a León sin su marido, se afilió al PP y redujo su vida social con tal de ayudar a su manera a Triana

MADRID. Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

«Dejadla en paz. Ella no tiene nada que ver. He sido yo, solo yo. Ella no sabe nada. Ella no tiene culpa de nada». Fue la noche del martes. Los investigadores hasta entonces estaban desesperados, a la vez que fascinados, por la frialdad y «sensación de ausencia» que mostraba Montserrat González. Aunque todas las pruebas le señalaban y la coartada de que ella y su hija venían de comprar pasteles ya se había demostrado falsa porque la confitería estaba cerrada, la madre seguía imperturbable tras 30 horas. «Como si la cosa no fuera con ella. Estaba a mil kilómetros de aquí», afirman los agentes de León que la custodiaron y que aquella noche estaban al punto de tirar la toalla y dar por imposible arrancarle una confesión a ese «témpano de hielo».

Pero todo cambió a partir de las 23.00 horas del martes en la comisaría de León. La policía local Raquel Gago, amiga de Triana Martínez, la hija de la asesina, había entregado minutos antes el arma homicida y había acusado a Triana de haberla escondido en su coche sin que ella lo supiera. Uno de los agentes vio la luz. «La amiga de tu hija ha entregado el arma y dice que Triana la escondió en su vehículo. Tu hija es ahora la principal sospechosa», fueron las palabras aproximadas que los agentes espetaron a Montserrat. Esa insinuación tuvo el efecto deseado. Habían tocado su talón de Aquiles. y de qué manera. La asesina se quitó la coraza para, una vez más, hacer lo que siempre ha hecho proteger o sobreproteger a su hija.

La forma en que confesó, explican los expertos de la Policía, da buena cuenta de la «sobreprotección materna de rasgos patológicos» que Montserrat proporcionó a su hija. Al inicio, cuando se derrumbó, ni siquiera habló del asesinato, solo de Triana. Única y exclusivamente, durante minutos, de su hija, de por qué Isabel Carrasco se merecía morir por el daño que le había hecho a su hija.

Escoliosis

«Es mi vida. Por ella hago lo que sea», repitió hasta la saciedad mientras seguía hablando de Triana. De los 25 kilos que había perdido de peso en los últimos meses por la supuesta persecución laboral, personal y política a la que le sometía la líder de los populares leoneses. De que necesitaba tomar Tranquimazin, un ansiolítico, por culpa de la situación a la que la había llevado Carrasco. Y de pronto, empezó a hablar en plural, refiriéndose a acontecimientos que le habían sucedido a su hija. «Daba miedo oírla. Su grado de empatía y mimetismo con Triana era absoluto», afirma un policía. María Montserrat y Triana Montserrat, nombres completos de ambas, se mezclaban en su mente.

Dicen los que la escucharon que su relación con su hija era «enfermiza» de una «sobreprotección extrema». O lo que en palabras de dos psiquiatras consultados por este periódico podría tratarse de un «trastorno obsesivo puro, no compulsivo, de sobreprotección a la hija y de carácter atormentado».

Montserrat, y así lo atestiguan policías y vecinos, solo vivía a través de las vivencias de su única hija. Una sobreprotección que había comenzado cuando la familia vivía en Gijón. Allí diagnosticaron a la niña al principio de la adolescencia una escoliosis, desviación de la columna, que le obligó a llevar aparatos correctores. Desde entonces, la madre, ya de carácter muy metódico, comenzó a acaparar a la hija, una excelente estudiante, al decir de todos los que compartieron aulas con ella en Asturias o en su época universitaria, en Cantabria, donde eran habituales las visitas de la madre. Su llegada a Astorga, en diciembre de 2003, no cambió nada o casi nada. Montserrat, una mujer de familia media-alta del cercano pueblo leonés de Carrizo de la Ribera, volvió a su tierra junto a su marido, el nuevo y brillante jefe de la comisaria de Astorga, Pablo Antonio Martínez, que había regresado a casa -en realidad es originario de Santa Marina del Rey- como un triunfador y con una hoja de servicios impecable, como azote de los atracadores de joyerías.

A la mujer le gustaba acompañar a su esposo en los actos sociales, pero poco más. Ni amigas ni confidentes en Astorga. Era demasiado fría y, sobre todo, sus pensamientos estaban siempre con su hija. Sus continuos viajes, primero a Cantabria, y luego a La Coruña, donde Triana trabajó entre enero de 2004 y septiembre de 2005 en un parque de energía eólica, no le dejaban tiempo para intimar con nadie en Astorga. Tampoco lo pretendió.

Entrada en la Diputación

La madre, dicen, no paró hasta que consiguió que su hija volviera bajo sus faldas a León. Removió cielo y tierra en las instituciones y empresas de León hasta que, por fin, vio un resquicio para traer a Triana a la diputación provincial. No dudó en afiliarse al PP, como su hija, para conseguir un nombramiento a dedo como interina en esa institución en enero de 2007, para ocuparse de la instalación de la TDT en los pueblos leoneses.

Montserrat lo había conseguido. Ella, ahora sí, estaba triunfando. No porque su esposo fuera un referente policial en Castilla y León sino porque su hija hacía carrera profesional y estaba medrando en política, acariciando incluso convertirse en concejal de Astorga.

La madre fue alejándose más y más de Astorga y de su marido. Las temporadas en el ático que Triana y ella se habían comprado en la calle Cruz Roja de León cada vez eran más largas. Ni una ni la otra necesitaban amigas. Siempre iban juntas a todos lados en su reluciente Mercedes deportivo gris y su imagen como «siamesas» en la capital era habitual.

Las cosas, sin embargo, empezaron a torcerse. Triana no ganó en la primavera de 2011 la oposición creada 'ad hoc' para convertirla en funcionaria; no fue incluida en las listas del PP de Astorga y, además, la Diputación dio por amortizada su plaza cuando el ganador de la oposición renunció a ella.

Su trabajo de 'freelance' no le daba para nada, pero la familia, aun así, podía vivir de manera holgada. Pero Triana entró en una depresión. Y su madre, también. Y aumentó la obsesión por su hija, de la que ya no se separaba más que algún fin de semana en el que regresaba a Astorga. En el ático de la calle Cruz Roja, sostiene la Policía, tramaron juntas su venganza contra Carrasco. Daba igual el daño que podría causar a su marido, ajeno a todo. Solo importaba la niña.

Una 'vendetta' que dirigió y ejecutó Montserrat como si ella misma fuera aquella niña empollona con problemas de espalda a la que ahora, en la vida adulta, la suerte laboral no le sonreía porque había caído en desgracia frente a los ojos de la todopoderosa Carrasco.

La madre compró la pistola, planificó los detalles y apretó el gatillo. Triana, su otro yo, se quedó unos pasos por detrás, al borde de la pasarela, contemplando que su madre era capaz de matar por la espalda a la causa de todas sus desdichas. El destino de ambas quedaba así unido por, al menos, otros 20 años en prisión.