Un hombre pasa junto a un mural lealista en Belfast oeste. :: AFP
Ayudas Suicidios

El pasado no perdona a Ulster

La Comisón de Víctimas del conflicto norirlandés define sus demandas: reconocimiento, verdad, justicia y reparación

LONDRES. Actualizado: Guardar
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En 2003, los restos de Jean McConville fueron hallados casualmente en una playa. Uno de sus hijos, Michael, dijo al periodista David McKittrick que, tras ver anteriores intentos infructuosos de excavación, tuvo una revelación en una noche insomne: «He estado desgarrándome durante 25 años. Odiarlos arruinaba mi vida. En ese momento les perdoné y eso me ha cambiado. Soy ahora mucho más fuerte, una mejor persona».

Este episodio descrito en 'Tened en cuenta estos muertos', el libro de Susan McKea ('Bear in Mind These Dead', Ed. Faber) que da cuerpo y alma a las víctimas del conflicto norirlandés, arroja luz sobre la psicología contradictoria de una de ellas, el hijo de una viuda asesinada y 'desaparecida' en diciembre de 1972 por el IRA y cuya investigación llevó a la detención de Gerry Adams la semana pasada. Tras la puesta en libertad del político, McConville ha dicho que persistirá hasta que se haga justicia a su madre y los culpables sean condenados. Ha contado que, en una entrevista con Adams, que ha calificado el crimen como «una grave injusticia», le ofreció que los republicanos envíen a la familia una carta, que contendría el reconocimiento de ser los autores y alguna forma de lamento.

Susan McKea ofrece en el curso de una conversación otro ejemplo de fractura, que esta vez no afecta a un individuo sino a un colectivo. Durante décadas, las familias de los 14 muertos y 14 heridos por disparos del Regimiento Paracaidista británico en la ciudad de Londonderry, o Derry, en el llamado Domingo Sangriento de enero de 1972, hicieron unidas una campaña de reivindicación de justicia. La investigación encargada por Tony Blair al juez Lord Saville duró doce años, costó unos 250 millones de euros y en sus conclusiones afirma que el Ejército realizó el primer disparo, que los soldados descargaron sus armas sobre manifestantes desarmados y que en un caso lo hicieron sobre un hombre que yacía ya herido de bala.

Una multitud se congregó en Derry, en junio de 2010, para escuchar el discurso del primer ministro, David Cameron, en el Parlamento de Londres, tras la publicación del informe. La actuación del Ejército, dijo Cameron, fue «injustificada e injustificable», «lo que ocurrió nunca jamás debió ocurrir». Y los congregados aplaudieron su conclusión: «Lo lamento profundamente». McKea ha sido testigo de la división actual de los familiares que habían logrado una reivindicación tan insistentemente perseguida. Algunos creen que las palabras de Cameron son suficientes, el reconocimiento de inocencia y la expresión de lamento. Para otros, contentarse con ello sin perseguir judicialmente a los soldados es traicionar la memoria de los fallecidos.

Según el archivo Cain, en aquel año de 1972 se produjeron 482 muertes en Irlanda del Norte como consecuencia del conflicto. Entre 1969 y 2001, murieron 3.523 personas: el 60% a manos del IRA y otros grupos republicanos; el 30% por terroristas lealistas; el 10% por fuerzas de seguridad británicas. Murieron 1.855 civiles, 1.123 policías y soldados, 394 miembros de grupos republicanos, 151 lealistas. Unas 47.000 personas sufrieron heridas como consecuencia de 16.200 incidentes con bombas y 37.000 con disparos. Hubo 22.500 robos a mano armada, 2.200 incendios provocados, el número de encarcelados fue de unos 19.600.

La variedad de víctimas y de perpetradores y la dimensión del conflicto en una geografía que acoge a 1.800.000 habitantes presentaba a la élite política que negoció el Acuerdo de Viernes Santo de 1998 problemas que no podía resolver. Pero el acuerdo marcó las prioridades del momento: un breve pasaje sobre las víctimas y la puesta en libertad bajo licencia de presos por terrorismo dos años después. La prioridad era detener la violencia. No fue una amnistía, pues los expresos cumplirían la condena que tenían pendiente si cometen un nuevo delito, pero, como McKea recuerda, sí hubo un elemento de amnistía en el desarme de paramilitares. Para lograrlo, en 2005, los gobiernos aceptaron que las armas no fuesen analizadas para obtener pruebas forenses. Las investigaciones sobre crímenes del pasado quedaron así lastradas de modo irreversible.

La detención de Adams, la decisión de Londres de no abrir una investigación sobre la muerte de 11 civiles en Ballymurphy por disparos del Ejército en 1971, el envío a huidos del IRA de cartas en las que se les informaba de que no eran buscados aunque la Policía tiene datos, insuficientes para un procesamiento judicial, sobre su posible participación en crímenes, han reavivado las tensiones sobre el 'legado'.

Pendiente

Esta semana, la Comisión de Víctimas y Supervivientes ha publicado un informe sobre cómo tratar ese legado. Resume en cuatro apartados las peticiones: reconocimiento, verdad, justicia y reparación. Todos ellos están interconectados, dice el informe, que ofrece propuestas concretas. La más polémica es la dotación de una pensión a todas las víctimas, incluyendo a familiares de miembros de grupos violentos.

El informe está destinado a los mediadores americanos Richard Haass y Meghan O'Sullivan, que regresarán a Belfast tras fracasar en 2013, como dos informes previos, en su intento de crear un consenso sobre estas cuestiones. Su última propuesta incluía la creación de un organismo policial autónomo y único dedicado a la revisión de todos los casos del pasado y de un procedimiento voluntario, con inmunidad civil y penal sobre lo que allí se desvele, para indagar lo ocurrido en crímenes concretos si así lo desean familiares de víctimas.

«¿Hay vida antes de la muerte?», se preguntaba una pintada en Belfast Oeste en los años de plomo. La vida después de la paz no parece leve. Susan McKea apunta que el número de suicidios en Irlanda del Norte, en particular entre hombres que vivieron durante el conflicto, se ha duplicado desde 1998. Son cerca de 300 cada año.

¿Hay que procesar a Adams por haber pertenecido al IRA? ¿Bastaría que lo reconociese? ¿Debe pedir perdón? ¿Es inocente Ian Paisley, inspirador retórico del lealismo criminal? ¿Hay que abrir la caja negra de los aparatos de seguridad del Estado? Mientras los políticos buscan respuestas, la madre de una chica católica que fue asesinada por un amigo de su novio protestante suele encontrar un pequeño ramo de flores frescas sobre la tumba de su hija. Cree que las deja allí la madre del novio de su hija y dice que eso significa mucho para ella.