ESPAÑA

MITOS EUROPEOS

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La campaña electoral que comienza debería servir para derribar algunos mitos muy extendidos sobre la integración europea. Sería importante hacerlo porque estos son de verdad unos comicios en la encrucijada. En una lista corta, habría que desmontar la idea de que el Parlamento europeo tiene un papel secundario en la toma de decisiones de Bruselas, la creencia de que la unidad económica y política está ya conseguida y se puede dejar su gestión a unos pocos expertos o el temor a que una Alemania hegemónica, supuestamente hambrienta de poder y reconocimiento, va a llevar la batuta en los próximos años. La primera falsedad es fácil de desmontar. Desde hace cinco años el Parlamento es un colegislador decisivo, con la última palabra sobre la mayoría de materias que se deciden en Bruselas. La Cámara que elegiremos todos los ciudadanos europeos dentro de unas semanas nunca ha sido más poderosa. El segundo mito requiere una argumentación más extensa. La integración en conjunto ha sido un éxito histórico, pero ha agotado su utopía original, la formulada en la postguerra por Jean Monnet y los demás padres fundadores. El elitismo como método para avanzar y la justificación típica basada en resultados ya no funcionan y de hecho hoy empeoran la doble crisis política y económica que atraviesa la Unión. La pasividad ciudadana ante las complejidades de la Unión no es un problema coyuntural, relacionado con un euro mal diseñado, el alto desempleo y el bajo crecimiento. Es necesario relanzar la integración a partir de un nuevo ideal, basado en profundizar en la democracia a escala europea y al mismo tiempo garantizar su plena compatibilidad con las democracias nacionales. Si nos gobernamos en buena medida desde Bruselas, es esencial que distintas visiones del bien común europeo compitan en una deliberación lo más democrática posible. La hegemonía alemana, finalmente, no es algo querido por sus propios ciudadanos. Es cierto que el Gobierno de Berlín tiende a proyectar sus categorías jurídicas (federales) y sus señas de identidad económicas (austeridad, ahorro, miedo a la inflación, desconfianza de los mercados financieros.) sobre el conjunto de la eurozona. Asimismo, la crisis del euro ha dado un papel rector a la canciller Angela Merkel, al estar al frente de la primera economía y el país más poblado de la Unión. Pero la actual Alemania prefiere ser imitada a liderar y ha hecho un esfuerzo mayor que otros (Francia por ejemplo) por poner en pie nuevas normas e instituciones que hagan viable e irreversible el euro, un compromiso europeísta que a veces nos cuesta reconocer. A la canciller le falta visión de conjunto y le cuesta pensar a largo plazo, a diferencia de su mentor Helmut Kohl. Por eso necesita y busca aliados y contrapesos en otros Estados miembros y en las instituciones europeas, un reequilibrio que dé como resultado una relación más equilibrada entre los países acreedores del norte y los deudores del sur.