Editorial

El Halcón Maltés

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Qué placer escribir hoy Día del Libro, acomodado en mi biblioteca, en cuyos anaqueles descansan buena parte de mis mejores amigos: Guillermo Brown, Jim Hawkins, Mowgli, Sandokan, Sherlock Holmes, Ulises, Hamlet, Frodo, Aquiles, Emma Zunz, Helene Hanff, Guiomar, El Camborio, y por supuesto Sam Spade, el detective interpretado por Bogey en El Halcón Maltés (John Houston, 1941). Tomada de uno de los relatos del excelente autor de novela negra Dash Hammet, a quien la cruzada del senador Mc Carthy arrojó a la cárcel, esta película hizo popular una historia acerca de la ocupación de la isla de Malta por la conocida Orden de monjes guerreros. Recordarla me devuelve a otra biblioteca muy hermosa, en La Valeta, capital de la actual República que incluye esa isla que menciona Homero en la Odisea con el nombre de Ogigia u ombligo del mar, situada en el centro del Mediterráneo, en la cual se entretuvo Ulises durante siete años para amar a la seductora ninfa Calipso. En ese Templo de la Sabiduría de altos anaqueles repletos de volúmenes y hermosos pupitres, con olor a papel viejo y alcanfor, descubrí un documento que aclara esa historia de Hammet y Bogey. Se trata de una disposición testamentaria de la reina doña Juana mediante la cual cede el Archipiélago Maltés a la Orden de los Caballeros de San Juan del Santo Sepulcro. La historia y la película atribuyen la decisión al César Carlos, olvidando que, si bien el intrigante padre de la reina, Fernando de Aragón, logra que la declaren demente y por ello se la encierra de por vida en el Castillo de Tordesillas, no consigue que las Cortes de Castilla le retiren su título y como reina cautiva sólo ella podía ceder unas islas que pertenecían a la Corona.

La Valeta se trata de una ciudad muy semejante a Cádiz, alcázar marino que parece tallado sobre la propia roca que protege una ensenada, pues tanto sus murallas como buena parte de las edificaciones se han construido con la misma materia sobre la cual se cimienta, una piedra caliza dorada, tal como se podría decir que Cádiz se talló sobre la gran roca ostionera que configura la bocana de nuestra laguna.