Hannah Kent novela en 'Ritos funerarios' la vida de la última mujer decapitada en Islandia
MADRID. Actualizado: GuardarLo de Hannah Kent (Adelaida, 1985) ha sido llegar y besar el santo. Esta escritora australiana ha conseguido el favor de crítica y público con su primera novela, 'Ritos funerarios' (Alba), un libro que ya se ha traducido a veinte idiomas. La novela cuenta la historia de Agnes Magnusdottir, la última mujer que fue decapitada en Islandia, en 1829, bajo la acusación de haber perpetrado un doble crimen. Mientras espera la ejecución de la sentencia, Agnes es recluida en la granja en que viven un matrimonio y sus dos hijas. El joven ayudante de un pastor será de los pocos que se atreva a hablar con la joven que pronto será ajusticiada. Conforme se hilvanan las conversaciones, el enigma cobra fuerza. El lector no para de hacerse la misma pregunta: «¿Es culpable o inocente la convicta?».
La fuerza de la historia estriba en que la autora conoce de primera mano los hechos que relata. No en vano tuvo noticia del suceso cuando viajó Islandia con motivo de un intercambio estudiantil. Kent tenía el pálpito, acertado por lo demás, de que el drama de Agnes encerraba todos los ingredientes necesarios para cautivar al lector. Y el resultado lo confirma.
La acción transcurre en Kornsá, un lugar asolado por la pobreza, al filo del Círculo Polar Ártico. A principios del siglo XIX, la zona es inhóspita. Las ventanas de las granjas están selladas con pieles de oveja, el agua es un bien escaso y los inviernos son salvajes. Una visita al granjero vecino exige un esfuerzo titánico. Agnes es una mujer que mide su felicidad en función del sustento que logra acopiar cada día.
La descripción de los afanes de esta mujer por sobrevivir se entrevera con sus recuerdos y temores. Pese a los resquemores que concita al principio la condenada, la dignidad de Agnes se va imponiendo, y con ello la sospecha de que el destino de la mujer es tan cruel como injusto.
La autora consultó documentos que criaban polvo, indagó en archivos estatales y parroquiales y escrutó con avidez los censos de la época para hacerse una idea cabal de lo ocurrido en ese aciago año de 1829. Habló con los lugareños y fatigó las hemerotecas. Esta labor se nota en la ambientación de la novela, dotada de un verismo que se alía eficazmente con la ficción. Pese a su juventud, Kent conoce la carpintería del relato y demuestra un dominio envidiable del ritmo y la estructuras novelescos, logrando con trabar una intriga que ahonda en los sentimientos y emociones más hondamente humanos.