El periodista estadounidense Alan Weisman. :: R. C.
Sociedad

La Tierra es un cuchitril

El periodista Alan Weisman aboga por reducir a la mitad la población mundial para garantizar la supervivencia

MADRID. Actualizado: Guardar
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Somos demasiados y el planeta no da más de sí. Pese a los avances cosechados en la producción de alimentos, el ritmo de reproducción humana es asombroso. El periodista estadounidense Alan Weisman está obsesionado con los peligros que comporta la explosión demográfica. En 2011 la población humana ascendía a los 7.000 millones de personas, una cifra que pronto quedará anticuada. De seguir esta progresión, a finales de este siglo la Tierra será un espacio en que se hacinen 10.900 millones de individuos. No en vano, cada cuatro días el censo mundial crece en un millón de personas. «El 40% de la Tierra se usa para alimentar a solo una especie que está borrando a todas las demás especies», asegura Weisman, que ha recorrido 21 países para escribir su exhaustiva investigación, que lleva por título 'La cuenta atrás' (Debate).

Las naciones que ha visitado Weisman sufren problemas muy distintos, aunque ha encontrado un denominador común a todas ellas: el clima se ha vuelto impredecible. «Nadie está salvo de las sequías ni de las inundaciones». Es el peaje que hay que pagar por el desgobierno global.

Desde que en el siglo XIX la gente comenzó a lavarse las manos, las mejoras en la higiene y la medicina se han producido de manera tan vertiginosa y eficaz que la esperanza de vida, que en 1800 era de cuarenta años, se ha duplicado en la mayor parte del mundo. «Nuestros tatarabuelos podían llegar a tener ocho descendientes, pero por lo general solo sobrevivían dos. El crecimiento demográfico es tan anormal que no tiene ningún precedente». Después de permanecer constante la población durante unos 200.000 años, en el transcurso del 0,1 % de la historia humana cada año ha muerto menos gente que la que ha nacido.

Weisman no es partidario de la política del hijo único, pues le parece «espantosa» la sola idea de que por edicto se limite el número de hijos. La humanidad se rebelaría contra ello. En cambio, el periodista aboga por la dispensación sin cortapisas de anticonceptivos y el libre acceso de las todas las mujeres de mundo a la escuela. Bastaría con que cada mujer tuviera dos hijos para que se redujera a la mitad la población mundial y el suelo que pisamos no estallase así en mil pedazos. Si no se controla la natalidad, la crisis alimentaria está garantizada. Ya se están utilizando todas las tierras cultivables para alimentar a la humanidad. En los próximos años se habrá de procurar sustento a 2.000 millones de personas con la misma tierra. Si a ellos se añade la próspera clase media asiática que está por venir, a mediados de siglo habrá que duplicar la producción de alimentos. Lo malo es que ya existen 1.000 millones de desnutridos y el panorama no tiene visos de mejorar. Por ahora, fiar a los alimentos transgénicos la solución al problemas es ilusorio, dado que éstos tardarán 20 o 30 años en llegar.

El escritor ataca a los economistas que preconizan un crecimiento sin tasa. Sin embargo, hay expertos, como Akihiko Matsutani, que sostienen que la economía puede ser viable con una población decreciente. Los economistas al uso no cuentan toda la verdad y evitan decir que «cuantos más trabajadores compitan en el mercado laboral, menor será su salario». La superpoblación es un factor que en algunos casos conduce al conflicto bélico. Un país densamente poblado y con escasas materias primas como Japón alentó las pulsiones anexionistas niponas, circunstancia que se tradujo en la invasión de Manchuria. La ocupación de este territorio trastocó el equilibro en el Pacífico y Japón acabó pagando sus locura nacionalista en la II Guerra Mundial.