La triste historia del cadáver número 37
El nazismo destinó a las salas de disección 40.000 cuerpos cuya identidad está aclarando una experta
Actualizado: GuardarLibertas Schulze-Boysen tenía muchas cosas para considerarse afortunada: procedía de una familia privilegiada y era joven, rubia y muy guapa. Pero como miembro de la resistencia alemana al nazismo arrostró riesgos y acabó pagando por ello. Al trabajar en el negociado de cinematografía del ministerio de propaganda de Goebbels disponía de información que transfirió a la URSS para sabotear objetivos del nacional-socialismo. Su cuerpo fue uno de los 182 que diseccionó el médico Hermann Stieve para las investigaciones patrocinadas por el Tercer Reich. Al investigador no le importó que cuatro de los cadáveres fuesen de mujeres embarazadas. Ahora Sabine Hildebrandt, de la Escuela Médica de Harvard, está empeñada en identificar a las víctimas de aquella barbarie. Según ese atroz recuento, 40.000 personas terminaron en las mesas de disección de los departamentos de anatomía del régimen nazi.
Stieve era un reputado científico de la Universidad de Berlín. Su punto flaco era la ética profesional. Nunca preguntó el origen de los cuerpos; lo que en realidad le preocupaba era extraer con destreza y rapidez el útero de las mujeres. Era un precioso material de laboratorio para un estudioso que, como él, investigaba los efectos nocivos del estrés sobre el ciclo de ovulación femenino. Cuando acabó la II Guerra Mundial adujo en su descargo que él sólo se dedicaba a escudriñar los cadáveres de criminales peligrosos. Su argumento debió de ser convincente para los aliados que le interrogaron cuando acabó guerra. No en vano dirigió hasta su muerte, en 1952, el Instituto de Anatomía. Pero el médico alemán no dijo toda la verdad. Libertas Schulze-Boysen no era ninguna facinerosa. Era una presa política que murió guillotinada por pasar información al enemigo.
De muchas de esas víctimas de aquellas vivisecciones no se tenían noticias. Hasta que en 1989 se intentó esclarecer el asunto. Entonces se decidió dar un fin digno a las víctimas de esos experimentos. Láminas de hígado, inapreciables para el ojo humano, fueron inhumadas con honores casi medio siglo después.
No pocos de los 40.000 cadáveres destinados a la gigantesca sala de disección del nazismo provenían de hospitales, psiquiátricos, cárceles y geriátricos. Hildebradnt, que ha publicado las conclusiones de su trabajo en la revista Clinical Anatomy ha podido constatar que 3.749 cadáveres eran de personas que fueron ejecutadas entre 1933 y 1945, la etapa en la que el Partido Nazi ocupó el poder. También sufrieron la misma suerte niños nacidos en campos de concentración, presos que morían de inanición y numerosos judíos.
Stieve elaboró una lista de los cuerpos sobre los que hendió su bisturí, lo que a la postre ha facilitado la identificación de sus víctimas. Hildebrandt considera que de los 182 personas objeto de estudio, 174 eran mujeres. Nada raro en un hombre muy interesado en indagar en la anatomía de la mujer. El médico trabajaba en estrecha colaboración con empleados de prisiones que comunicaban al anatomista las ejecuciones inminentes de mujeres en edad reproductiva.
Después de los ajusticiamientos, se le extraían los órganos pélvicos al cuerpo. Al cabo de muchos análisis, Stieve llegó a sugerir en publicaciones científicas que el estrés interrumpía el ciclo menstrual.
Hidelbrandt asegura que si bien los anatomistas no mataron a nadie para sus fines, sí que se aprovecharon de una maquinaria que ultimaba a los individuos por motivos raciales, políticos o simplemente minucias. En esta tesitura, invocar la irresponsabilidad es peliagudo. En 1941, el psiquiatra Werner Heyde, uno de los promotores del programa de 'eutanasia', que despachó a las cámaras de gas unos 200.000 discapacitados, inquirió al director del Instituto Anatómico de Wuzburgo si precisaba cadáveres. Como la respuesta debió de ser afirmativa, a los pocos días la entidad científica recibió 80 cadáveres de enfermos psiquiátricos que habían sido asesinados con monóxido de carbono.
La investigadora de la Escuela Médica de Harvard ha podido reconstruir muchas biografías porque Stieve, para formular con certeza sus teorías, necesitaba saber si las diseccionadas habían sido madres, si estaban casadas y la causa de su ejecución. Una de esas historias es la de Libertas Schulze-Boysen. Su cuerpo decapitado fue rápidamente conducido a la mesa de Hermann Stieve. Esta mujer dulce y delicada que fue educada en Suiza no fue, sin embargo, un cadáver anónimo. Stieve le asignó el número 37.