Elecciones afganas en el punto de mira
La doble amenaza de la violencia talibán y un fraude que nadie pone en duda pesan sobre los comicios para elegir hoy al sucesor de Karzai
Actualizado: GuardarDespués de dos meses de campaña electoral, Afganistán contiene la respiración en una jornada de votación situada en el punto de mira de la insurgencia. Al igual que lo ocurrido en la reelección de Hamid Karzai en 2009, el miedo y el fantasma del fraude sobrevuelan un proceso que estará huérfano de las imágenes de la fotógrafa alemana Anja Niedringhaus, asesinada 24 horas antes de la apertura de las urnas en el distrito Tanai de la provincia de Khost, fronteriza con Pakistán, cuando acompañaba a una comitiva oficial.
Niedringhaus, de 48 años y ganadora del Pulitzer en 2005 por su trabajo en Irak, pertenecía a Associated Press (AP) y viajaba con la reportera canadiense de la misma agencia Kathy Gannon, de 60 años y una de las profesionales con mayor experiencia en la región, cuando un hombre vestido con uniforme de policía abrió fuego contra su vehículo al grito de «¡Dios es grande!», según testigos presenciales. Niedringhaus murió en el acto y Gannon, herida, fue trasladada a un hospital donde ingresó grave «pero estable, según un comunicado de AP, cuyos responsables se mostraron «devastados» por la noticia.
La obsesión por asegurar el proceso ha llevado a las autoridades de Kabul a declarar el estado de alerta máxima y desplegar 195.000 soldados y policías. El ministro de Interior, Mohamed Omar Daudzai, espera que este día «sirva para probar al mundo que la inversión en los últimos trece años ha merecido la pena». Pese al enorme esfuerzo, la Comisión Electoral calcula que un 10% de los centros no podrán abrir por el alto riesgo de ataques.
La muerte de Niedringhaus vuelve a poner sobre la mesa las dificultades de los occidentales para informar y trabajar en el país. Desde comienzos de año tres periodistas de medios internacionales han sido asesinados en Afganistán, y en la capital se han repetido los ataques contra lugares frecuentados por occidentales como restaurantes u hoteles. Este factor obliga a las principales misiones de observación internacional a cancelar o limitar al máximo su labor sobre el terreno.
Dirigente en la sombra
Ocho candidatos se disputan el asiento de Hamid Karzai, que tras doce años de mandato no se puede volver a presentar porque la Constitución no se lo permite y vivirá en una mansión vecina al palacio presidencial. Dos ex ministros de Exteriores, Abdulá Abdulá y Zalmai Rasoul, y un extitular de Economía, Ashraf Ghani, son los mejor colocados para la sucesión, aunque parece poco probable que alguno de ellos obtenga más del 50% de los votos por lo que será necesaria una segunda vuelta que la Comisión Electoral prevé el 28 de mayo. Entre los favoritos, Rasoul se presenta como el heredero de Karzai y cuenta con el respaldo de un dirigente que, pese a dejar la presidencia, aspira a seguir siendo un nombre clave en cuestiones como la negociación con los talibanes o la firma del Acuerdo Básico de Seguridad (ABS) con Washington.
Para expertos en el país asiático como Gabriel Reyes Leguen, investigador asociado del CIDOB, «la gran cuestión es la aceptación del resultado final. Es muy importante que los afganos acepten el proceso y no sea una causa para iniciar disputas internas entre los grupos». El analista español viajó en octubre a suelo afgano y aunque piensa que «el proceso está repleto de irregularidades, el Estado está en fase de construcción y es muy importante que los ciudadanos participen».
Michael Semple, con más de dos décadas de experiencia en el país y ex 'número dos' de la misión de la Unión Europea en Kabul hasta su expulsión del país por sus contactos con los talibanes, habla en su último estudio publicado por el Instituto para la Paz de Estados Unidos de «esfuerzos de autoridades locales para llevar a cabo un fraude masivo» y señala las zonas de fuerte implantación talibán, «inaccesibles y más difíciles de monitorizar», como los lugares elegidos para una manipulación de votos que nadie, empezando por los afganos de a pie, pone en duda.
La cadena de deficiencias empieza por la falta de un censo y finaliza con la manipulación masiva de votos que en 2009 llevaron a Barack Obama a calificar las elecciones afganas de «turbulentas» antes de felicitar con la boca pequeña a Karzai, un socio con el que se ha visto obligado a entenderse para cerrar una guerra en la que EE UU ha sufrido más de 2.000 bajas.