ANTISISTEMA
Causa estupor que haya tantos infiltrados en las manifestaciones de los indignados y que agentes como los sindicatos acepten su compañía de buen grado
Actualizado: GuardarEsta semana se han repetido las manifestaciones de los indignados, ahora por las calles de Barcelona. Las reclamaciones han sido las mismas, aunque los disturbios, mucho menores. Menos mal. En este tipo de manifestaciones se juntan gentes que se quejan por los problemas que les causa la situación económica, con otras cuya intención es simplemente derribar el sistema de economía libre que rige los destinos de una buena parte de la humanidad. Las expectativas del primer grupo son claras y se pueden expresar de dos maneras. La menos conflictiva es que quieren un empleo de calidad, una vivienda digna, una sanidad y una educación gratuita y universal y algunas otras cosas menores. Hay otra manera de decirlo menos amable. Es ésta: quieren que alguien les de un empleo, que alguien les proporcione una vivienda, que alguien les asegure una sanidad y una educación gratuitas y universales, etc... En cualquier caso, lo piden y lo exigen de manera más o menos airada.
Las expectativas del segundo grupo de participantes en las manifestaciones solo son claras en su primera mitad y en la forma de expresar el deseo. Al parecer, quieren destruir el sistema actual y para ello se empeñan en destruir todo lo que encuentran a su paso, ya sean bienes privados de personas y empresas o bienes de titularidad pública. Pero no sabemos bien cuál es el modelo propuesto para sustituirlo. Y aquí radica el verdadero problema. Por simplificar las cosas podríamos decir que, en el estadio actual de la evolución humana hay dos modelos a seguir. Partimos de la base universal de que la economía es la ciencia que trata de asignar unos recursos siempre escasos a la solución de una serie de necesidades humanas siempre ilimitadas. Resumiendo un poco, la asignación la pueden hacer una serie de políticos y funcionarios desde sus despachos o se puede realizar en el mercado a través de las infinitas decisiones personales que adoptamos los ciudadanos. Hay más variantes y modelos, pero no han encontrado todavía el momento de universalizarse.
Los resultados de la aplicación de ambos modelos son tan apabullantes y la superioridad económica, y también ética, del modelo de economía de mercado es tan rotunda que causa estupor que algunos lo pongan en cuestión hoy en día. Por supuesto que el sistema tiene fallos. En ocasiones el mercado crea monstruos y, casi siempre, provoca desigualdades, aunque en general todos ellos son consecuencia de una mala aplicación de alguno de sus pilares básicos, como la libertad de los agentes sociales que intervienen en el mercado y la garantía de que la competencia funciona y limita los posibles abusos.
Pero es una pura evidencia que allí donde hay auténtica libertad de mercado siempre hay libertad política y bienestar material. Mientras que allí donde no la hay, crece la arbitrariedad, se ejerce la tiranía y se generaliza la pobreza. Supongo que no necesitan ejemplos, aunque siempre sea oportuno recordar el Muro de Berlín. Por eso causa estupor que haya tantos individuos antisistema infiltrados en las manifestaciones de los indignados y provoca desazón que agentes como los sindicatos los acepten como acompañantes de tan buen grado.
Una cosa es protestar por las carencias y las injusticias. Otra, perseguir los delitos que se produzcan, y otra muy diferente y peligrosa, frivolizar con el sistema que nos ha dado libertad y bienestar. Frivolizar con ello sin ofrecer nada a cambio es peligroso. También hay ejemplos de lo fácil que es destruir lo existente y lo difícil que resulta construir algo mejor.