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Jodi et amo

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Hay algo realmente maravilloso en que haya fallecido Adolfo Suárez. Algunos han dispuesto de estos días de crónica de una muerte anunciada para memorizar su hagiografía y apuntarse medallitas, las del yo lo descubrí primero, lo voté el último, me crucé con él en el baño de caballeros del Manteca, un plúmbeo día invernal. Han podido esgrimir la desgracia democrática como novísima arma arrojadiza. Los españoles -al menos los de ahora, que son los que creo conocer- somos así. Tenemos esa habilidad cuasi-característica de olvidar lo que nos incomoda, de justificar nuestras derrotas con el noble y bello arte de la sublimación. Es mejor mirar, tacones en mano, al horizonte, siempre una playa tardía de colores infernales, y creer que nuestra sordera a la crítica nos hace más mejores, más artistas, más cabales. El horizonte siempre acaba prestando auxilio cual madre paridora, la que se lanza volando al negro abisal para salvar a un retoño caído. Es preferible no ahondar en la pústula de la realidad, pensar que amamos a nuestro esposo y no ansiamos al de la vecina. Buscar mil vericuetos que bordeen nuestro propio error-ensayo-error.

Es el muerto (Suárez, por ejemplo), esa dócil persona que ni replica argumentos ni hurta oxígeno de la biosfera. Lo vemos, deseable, compartible por red social como un vídeo de gatitos que juegan con bolas chinas, de niños que lloran y ríen y lloran y ríen. Lo enmarcamos en un pulcro traje ceñido oscuro y que comience el show, compuesto por un dramatis personae de rompe y rasga: las plañideras, profesionales del cocodrileo o sentidas correligionarias, y los leales amiguísimos de toda la vida. Son la hilera de hormigas que trepan el árbol, la fila eternísima, la dicotomía que denunció el poeta que versificó el título que da nombre a este texto impostado, fraudulento, como de ERE. Los que ahora lo aman, ayer lo odiaron. Y jodieron.

Las sicas tornan hoy en plumas languidecentes; en tertulias encantadas de haberse conocido. España jode y ama con una hipocresía que hasta encrespa los estómagos de los marinos avezados en la mar y el diablo. Es la patria del 'ya descansó' y del 'puente de plata', la nación que apenas dejaron embridar a Adolfo Suárez, uno de esos hombres pocos que quedan en pie cuando oyen disparos. Nuestra querida España.