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«La concordia fue posible»
El expresidente fue inhumado en la catedral de Ávila tras un multitudinario funeral al que acudió Mariano Rajoy Este es el epitafio grabado en la lápida de la tumba donde reposan los restos de Adolfo Suárez y su esposa
ÁVILA. Actualizado: GuardarLos restos de Adolfo Suárez descansan desde ayer junto a los de su esposa, Amparo Illana, en el claustro de la catedral de Ávila bajo una sobria lápida blanca en la que se puede leer un breve, pero revelador, epitafio: «La concordia fue posible». Cuatro palabras que resumen uno de los legados que deja el primer presidente elegido democráticamente en España desde 1936.
Ávila recibió al cortejo fúnebre con un día típicamente castellano, sin sol, con viento y frío. Pese a ello, miles de ciudadanos se echaron a la calle para dar el último adiós a su paisano más ilustre junto a santa Teresa de Jesús. Pasadas las dos de la tarde, el vehículo funerario atravesó el arco del Peso de la Harina para acceder a la puerta principal de la catedral donde esperaban Mariano Rajoy, que recibió aplausos y abucheos de los congregados, Juan Vicente Herrera, presidente de Castilla y León, y Miguel García Nieto, alcalde de Ávila. En el interior del templo, junto a los hijos y nietos de Suárez, estaban el primer jefe del Ejecutivo del PP, José María Aznar, y los exministros Jaime Mayor Oreja y Ángel Acebes, entre otras personalidades.
Pese a que las puertas de la catedral permanecieron cerradas al público hasta las doce de la mañana, decenas de vecinos de Cebreros, localidad donde nació Adolfo Suárez hace 81 años, aguardaron su turno desde la ocho de la mañana con una temperatura que rondaba los cero grados porque no querían perderse el oficio religioso.
El obispo de Ávila, Jesús García Burillo, presidió la celebración de las exequias junto al presidente de la Conferencia Episcopal y arzobispo de Valladolid, Ricardo Blázquez, el obispo de Segovia, Ángel Rubio, y el cardenal Antonio Cañizares, antiguo obispo de la diócesis de Ávila y amigo personal y confesor de Adolfo Suárez. García Burillo recalcó que su figura causó admiración en el mundo entero, como ha quedado demostrado tras su muerte. A su juicio, inauguró un estilo de convivencia política «sin rencor ni revancha, con espíritu democrático y trabajó sin cesar por el entendimiento entre los españoles». La forma en la que Suárez entendió la política y ejecutó sus ideales «consiguió que las dos Españas volvieran a encontrarse tras décadas de animadversión y odio y esa transición pacífica de los españoles causó admiración por el mundo».
La homilía no sólo reflejó los logros del Suárez político. El oficiante también desveló algunas anécdotas de sus primeros años. Cuando aún cursaba estudios en el instituto se atrevió a decirle al entonces obispo, Santos Moro, que había que renovar el movimiento de Acción Católica, organización que acabaría presidiendo. «Desde muy joven tuvo una cualidad poco frecuente entre los universitarios de la época, sabía escuchar», remachó García Burillo.
Amor por su esposa
Una de las partes más emotivas del sermón fue la que dedicó a la relación de Suárez con Amparo Illana. «Su atención a ella, particularmente durante su última enfermedad, estuvo tan llena de amor que algún biógrafo ha confesado que nunca conoció un caso como el suyo, de mayor entrega a la compañera de su vida», subrayó.
El Obispado puntualizó que Suárez y su esposa descansan eternamente dentro de la catedral, pero fuera del templo, para no contravenir las indicaciones del Concilio Vaticano II de no enterrar dentro de la iglesia a personas que no fueran obispos o sacerdotes. La tumba se encuentra en el claustro, que forma parte del complejo catedralicio, un lugar al que sólo pueden optar los nacidos en Ávila que hubieran profesado en vida la fe católica. Suárez cumplía ambos requisitos. Fue el propio expresidente quien, al poco tiempo de fallecer su mujer, solicitó por carta al Cabildo de la catedral y al Obispado de Ávila su deseo de ser enterrado en ese templo en concreto. Muy cerca de su nicho se encuentra el de Claudio Sánchez Albornoz, primer presidente de la República española en el exilio, y que también era vecino de Ávila.
Más allá de los discursos oficiales, sus vecinos comentaron aspectos de la vida del estadista que escapan a las grandes loas que ha recibido en los últimos días. Por ejemplo, sus dificultades económicas tras abandonar la Moncloa que le obligaron a vender una de las casas que poseía en la ciudad. «Este nunca tuvo cuentas en Suiza», ironizó uno de los asistentes. «Ha tenido que morirse Adolfo para que Rajoy pise Ávila», se lamentaba otro de los vecinos.
El sepelio desbordó la monotonía de una ciudad poco acostumbrada a los grandes acontecimientos. Un grupo de turistas japoneses, cámara en ristre, intentó acceder a la catedral pocos minutos antes de que comenzara el sepelio. Al no poder completar su excursión, pusieron rumbo a Salamanca.