Suárez, ríe con el Rey, poco antes de recibir el premio del Grupo Correo, en 2002. :: ERNESTO AGUDO
ESPAÑA

MAESTRO EN TRANSICIONES

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Adolfo Suárez no era un gran especialista en política internacional ni, a diferencia de sus sucesores, se preocupó demasiado por lo que estaba ocurriendo por el mundo adelante. Bastante tenía con lo que pasaba dentro de España y los problemas sin cuento que obstaculizaban sus planes. Sus viajes al extranjero, en su mayor parte a países del entorno, estuvieron presididos por la conveniencia de explicar las reformas que se estaban emprendiendo y la necesidad de conseguir apoyos, inicialmente poco proclives.

Pero, como estos días se está viendo en la prensa internacional, su imagen y su empeño en la recuperación de la democracia en España enseguida le convirtió en un ejemplo y, aunque entonces eso pasó bastante inadvertido, luego en un maestro en transiciones. Fue un símbolo para quienes enfrentaban dictaduras y, hoy, en un modelo a imitar. Durante varias décadas la Guerra Civil española y la represión posterior fueron objeto de críticas y motivo de alarma ante la falta de avances en el respeto a los derechos humanos.

Con Adolfo Suárez, y siempre a la sombra del Rey, esa imagen cambio y, más que cambiar, puede decirse que se dio la vuelta. La Transición española enseguida se convirtió en un motivo digno de elogio, alterado sólo por las perturbaciones que el terrorismo y los involucionistas venían alternando, y de imitación en otros casos. La liquidación de la dictadura de Franco corrió algunos años en paralelo con la portuguesa, marcada por el intento revolucionario, y contrastaba con ella ofreciendo una imagen más normal y menos traumática.

Aprovechar los resquicios de las leyes del régimen, manejado con la capacidad conciliadora de Suárez, era contemplado como algo tan insólito como admirable. La idea y la fórmula no tardó en encontrar estudiosos e imitadores. Quizás los primeros en Chile, donde el modelo tuvo gran influencia en la sucesión de Pinochet. Luego vinieron otros ejemplos y de manera especial en las transiciones democráticas de algunos regímenes comunistas del centro y este de Europa, como el de Polonia.

Últimamente también fue analizado por políticos, intelectuales y analistas de algunos países árabes. Hace dos años tuve el honor de participar con tres exministros de diferentes gobiernos y otro colega experto en aquella etapa, en un seminario en Túnez en el que durante dos jornadas intentamos explicar a centenares de interesados por los detalles y problemas de la transición española, en mi caso en el ámbito de la información y la televisión.

La figura de Adolfo Suárez estuvo presente en todas las intervenciones y en muchas preguntas. La idea que se impuso en los debates es que el reto que había asumido no habría triunfado si no hubiese estado timoneado por una personalidad como la suya. «Aquí necesitamos un Adolfo Suárez», se escuchó repetidamente. No se describía como una eminencia en nada concreto, pero sí con una capacidad de liderazgo fuera de serie puesta al servicio de un proyecto utópico que se reveló factible.

Hoy en centenares de universidades se trabaja en tesis sobre lo que se llamó a veces el 'milagro político español'. Alguna quizás sea recuperable para que los políticos, que tanto están destacando la figura de Adolfo Suárez, se mentalicen de que ante la situación presente es el momento de recuperar sus iniciativas, aprovechar su experiencia, e imitar su disposición a negociar hasta llegar a entenderse.