UN HOMBRE EXCEPCIONAL Y TRES LEALTADES
Actualizado: GuardarMucho se ha escrito sobre Adolfo Suárez y mucho se escribirá en estos tristes días, posteriores a su fallecimiento después de su cruel y prolongada enfermedad. Con estas líneas quiero dar testimonio ante las nuevas generaciones, que sólo han sabido de él a través de los medios de comunicación o de las conversaciones de sus mayores, del hombre que conocí y de algunas reflexiones que me suscita su fallecimiento, no menos doloroso por largamente esperado para los que gozamos de su amistad y compartimos alegrías y penas. Tuve la fortuna de conocer a Adolfo Suárez en diversas etapas de su vida, pero sobre todo, de mantener con él numerosas y sosegadas conversaciones en la etapa de construcción del CDS, la segunda salida a los caminos de España de nuestro particular Quijote.
En ellas pude conocer, admirar y apreciar la profundidad intelectual y emocional de Adolfo Suárez, su visión retrospectiva de la transición española y sobre todo sus esperanzas para el presente y futuro de todos nosotros, los españoles en libertad. De esas vivencias es de donde extraigo esta breve síntesis de una vida tan rica, tan excepcional y compleja que me permito resumir en un compromiso y dedicación total al servicio de sus tres lealtades fundamentales.
Adolfo Suárez tuvo toda su vida una lealtad primordial con el conjunto de los ciudadanos españoles. A través de su apasionada vocación política trabajó infatigablemente para que su vida fuese mejor, y para ello, en conseguir que la convivencia entre todos fuese posible en libertad y armonía. Es indudable que, como todo ser humano, fue evolucionando a lo largo de su vida y las diversas circunstancias históricas y por tanto en cómo actuar para cumplir con esa lealtad fundamental. Esa actitud y compromiso fue la que le impulsó a liderar desde la Presidencia del Gobierno la construcción del marco de convivencia de la nueva democracia, nuestra Constitución del 78, y a prestigiar un modo de hacer política, el diálogo y la búsqueda de grandes acuerdos en los asuntos de Estado, inéditos en la Historia de España. Lo que probablemente es menos sabido es que si Adolfo Suárez se lanzó en 1982, con un pequeño grupo de amigos a construir el CDS fue por esa obsesión de lealtad con el pueblo español más que por intereses partidarios. Consideraba que la democracia española era todavía demasiado joven y que podía recaer en pasiones cainitas si no se mantenía viva la atracción política hacia las posiciones de centro y de diálogo.
La segunda gran lealtad la sentía con su majestad el Rey don Juan Carlos I. Al margen de la amistad personal que les unía, Adolfo Suárez solía comentar que don Juan Carlos había asumido grandes riesgos al confiar en él para la difícil tarea de construir una democracia moderna. En justa reciprocidad, y como castellano viejo y por tanto de lealtad inquebrantable, me decía con frecuencia que toda su capacidad de acción política y de persuasión con los demás estaba al servicio de reforzar la estima de los españoles por la Corona.
La tercera gran lealtad era con su familia. Adolfo Suárez siempre vivió su intensísima vida política con un oculto sentido de culpabilidad, que su pasión primordial y la ingente tarea política que le ocupaba no le permitía dedicar el tiempo y la atención que consideraba debía a su mujer y sus hijos. El destino hizo que, cuando decidió abandonar la vida pública, la enfermedad se cebó con su hija Mariam y su mujer Amparo. Suárez dedicó íntegramente los últimos años de su vida lúcida a acompañar a los suyos y compartir el dolor de esas pérdidas.
Como amigo de muchos años de Adolfo Suárez me permito pedir a quienes lean estas líneas que recen una oración por él si son creyentes, y si no lo son que dediquen un recuerdo emocionado a un hombre fundamental para España y los españoles.