Las vidas de papel de Juan Ramón
La inacabada e inédita autobiografía del poeta y premio Nobel suaviza su leyenda negra
Actualizado: GuardarNarrar su propia vida, casarla con su obra, fue acaso el mayor anhelo de Juan Ramón Jiménez Mantecón (Moguer, Huelva 1881-San Juan de Puerto Rico, 1958). JRJ, poeta y premio Nobel de Literatura, vería frustrado un empeño hecho realidad casi 60 años después de su muerte. Hoy llega a la librerías 'Días de mi vida', primer volumen de 'Vida. Proyecto inacabado', la autobiografía inédita que Pre-Textos rescata gracias al concurso de María Ángeles Sanz Manzano y Mercedes Juliá. Son las responsables de la reconstrucción, estudio y notas de lo que Juan Ramón concibió como «obra en marcha», un rico caleidoscopio vital y literario del gran creador onubense.
«Para conocer su obra hay que conocer su vida», decía el propio Juan Ramón, de modo que esta ambiciosa y miscelánea obra es un juego de espejos, un mosaico con todos sus registros: poemas, prosas, aforismos, ensayos, conferencias, críticas, traducciones y cartas. Refleja también las emociones, esperanzas y decepciones del poeta, el amor hacia su madre y Zenobia, las heridas de la incivil guerra española y su tormentosa relaciones con los cenáculos literarios en los que siempre se sintió maltratado, cuando no «calumniado».
Inconcluso a la muerte del poeta, 'Vida' se presenta como una «obra en marcha, suspendida en el tiempo y en pleno desarrollo». Con abundancia de inéditos, recoge en sus 900 páginas textos autobiográficos junto a un florilegio de las publicaciones e imágenes más importantes del hipocondriaco literato andaluz que se abandonó al «martirio del escribir» y alumbró miles y miles de páginas.
Tras la Guerra Civil, Juan Ramón se halla en Estados Unidos. En 1940 presiente que jamás volverá a España y se aferra a la escritura de 'Vida', un proyecto que pergeñó en 1923 como núcleo totalizador de su obra. Dejó constancia de su intención y algunos de los fragmentos del rico mosaico están en el Archivo Histórico de Madrid. Comenzó en 1928 a ordenar y dar sentido a esta monumental obra que a los 56 años de su muerte se revela como su testamento vital y poético.
A dos décadas de aquel primer impulso, alejado definitivamente de sus raíces, la autobiografía se revela como un medio efectivo «para sobrellevar la soledad del exilio y sentirse cerca de sus seres queridos, su lengua y los parajes que le habían sido familiares», explican los editores. El poeta refleja sus impresiones de los nuevos y extraños lugares que visita que le impelen a escribir «una poesía sencilla, en apariencia, pero espiritual, cósmica y original en esencia». En el primer volumen de esta caleidoscópica autobiografía reconstruida por los editores respetando la voluntad de Juan Ramón, se recogen recuerdos e impresiones del poeta en distintas etapas. El Juan Ramón niño que juega y pinta en Moguer, el escritor desconcertado y atareado en Madrid con la ordenación de su obra. El solitario y triste paseante en una plaza de Nueva York, el que conversa en el Hotel Vedado de La Habana o, anciano y débil, en la playa de El Dorado de Puerto Rico.
Era consciente de que no podría acabarla, pero insistir era su manera de mantenerse en contacto con el pasado mientras durara el exilio. Quería que el libro de su vida fuera «por encima de todo, honrado, exacto y justo» para presentarse sin caretas, «deshuesado» ante el lector. Al final de sus días, convaleciente en distintos sanatorios americanos sigue empeñado en escribir. «¡Como yo soy mi obra, cómo me voy quedando sin mí, de darme a ella! Yo he ido pasando día tras día mi vida a mi obra ¿Morir? Yo no he de ser enterrado. A la tierra no irá más que mi cáscara», anticipó.
Las autoras se propusieron sacar del encasillamiento la imagen de Juan Ramón, desvelar nuevos perfiles del proteico poeta y diluir su leyenda negra. «Estos libros ayudarán a conocerlo mejor y a distanciarlo de la imagen de ser distante y con mal carácter», asegura Carmen Hernández-Pinzón, responsable del legado de Juan Ramón e hija de Francisco, sobrino del poeta. El mismo Juan Ramón trata de sacudirse los sambenitos del cursi, maniático, extravagante e intransigente y desdibuja el retrato del poeta huraño encerrado su torre de marfil.
Da cuenta de su relación con Valle Inclán, Rubén Darío o Giner de los Ríos y se reivindica ante los miembros de la Generación del 27, que aun debiéndole todo, le criticaron con aspereza. «En España -escribe-, por lealtad a mi poesía, por lealtad a ellos, por no mentirles ni adularlos, me vendieron mis discípulos, me calumniaron mis amigos, me fueron desagradecidos los que más favorecí, me dejaron abandonado y solo con mi verdad. Y, seguramente, amigos y discípulos se burlarán también sarcásticamente de lo que diga ahora».