Tribuna

Los Teletubbies

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En el mundo de los Teletubbies todos los días comenzaban de la misma manera, el sol con cara de niño aparecía en el horizonte y la voz de una conciencia recitaba la salmodia que daba origen a la liturgia de la estupidez, «bajo las colinas, en un lejano lugar, los teletubbies salen a jugar». Entonces, de un boquete salían -recuérdelo, que usted también ha tenido hijos chicos- Tinki Winky, Dipsi, Laalaa y Po que con las barrigas llenas de tubbienatillas y tubbietostadas estaban listos para lo que les echaran. Lo mismo unos niños que bailaban claqué, que otros dando biberones a unas cabritas o lo que se terciara en el capítulo. Ellos, se limitaban a reír como estúpidos, a esquivar conejos gigantes que andaban por allí asilvestrados y a decir «otra vez, otra vez». Luego, cuando la aspiradora Noo-noo -no confundir con Noós- había limpiado cualquier rastro de sensatez, la conciencia les decía «es la hora del tubbieadiós» y los cuatro, muy obedientes y confiados, se metían corriendo en la madriguera diciendo «adiós, adiós» para volver a salir y volver a meterse en el boquete. Así de simple -y de siniestro- era el mundo de los Teletubbies, un mundo que entre 1997 y 2007 fomentó la hipnosis colectiva con sesiones intensivas que han causado un daño social difícilmente reparable.

Exagerada, dirá usted. Quién sabe. Lo cierto es que de aquellos barros vienen parte de estos lodos que nos tienen enfangados. Del «otra vez, otra vez» y de la sopa boba de las natillas y el pan tostado abusaron tanto nuestros gobiernos que llegamos a creer que para todo había una segunda oportunidad, un otra vez, un a quién echarle la culpa, un yo no he sido. en fin. ¡Qué le voy a contar que usted no sepa! La delegada de Educación -de educación, no lo olvide- Cristina Saucedo ha echado mano de sus amigos teletubbies para desquitarse de las tres faltas de ortografía cometidas en apenas 22 palabras que hizo públicas a través de una red social. Tres faltas de ortografía, que no habrían tenido mayor importancia si no fuera porque la propia Saucedo le echaba luego las culpas al corrector, «el corrector nos juega malas pasadas». No, mire usted, señora Laalaa, el corrector podrá hacer todas las fechorías que quiera, pero el corrector no es un cargo público que, para colmo, ostenta una delegación como la suya. Porque lo realmente grave no es la equivocación, sino la pretendida justificación del error. «Oiga, que yo no he hecho, que ha hecho el traductor». Y así nos va, unos con el traductor del móvil, otras con las cuentas de su casa -«ha sido mi marido y yo me fío de mi marido»- otras con una fianza millonaria encima, sorprendida mientras proclama su «absoluta inocencia», otros llevando y trayendo subvenciones en diferido, otros haciéndose un currículum con papel mojado -me encanta el Master de Oro, que lo mismo podría haber sido Master del Universo-, todos con la más absoluta convicción de que si algo sale mal, siempre hay un «otra vez, otra vez». el efecto teletubbie.

Un efecto realmente nocivo que nos ha hecho aún más estúpidos de lo que éramos antes. Esta semana, era la concejala Marta Meléndez la que protagonizaba otro capítulo de los teletubbies. Despedida de su actual puesto de trabajo por «ausencias injustificadas», la señora Meléndez -que ya nos dio muchos días de risas emulando a Alberti con lo «Cádiz que vuelva a ser Cádiz» y todo aquel discurso teletubbietano- da una rueda de prensa en el Salón Isabelino del Ayuntamiento para explicar, justificar o contar un asunto que atañe estrictamente a su situación laboral, por mucho que dejara caer que el despido tenía que ver con su labor como concejal -por eso daría la rueda de prensa en el Ayuntamiento, digo yo, porque si no, no se explica-. Porque como ella misma dijo, el portavoz de su partido no tenía que dar explicaciones, al tratarse de un «tema profesional». A ver en qué quedamos.

A mí, personalmente, me importa bien poco cuál fue el proceso de selección para ocupar la plaza de administradora de la Oficina de Gestión del ISE, tampoco me importan los méritos que presentara Marta Meléndez, ni siquiera me importa si hace algo como concejala o no. Lo que sí me importa es que me traten como a un teletubbie más. Mire usted. En cualquier puesto de trabajo se exige el cumplimiento, por lo menos, del horario laboral. Existen para aquellas personas, que por cualquier motivo no puedan cumplir con su obligación, una cosa que se llaman justificantes. Por ejemplo, uno tiene que llevar a su hijo al médico y no tiene más remedio que hacerlo en horario laboral, pide un justificante en la consulta y lo entrega en su empresa. Un familiar directo es hospitalizado, pues el trabajador pide en atención al usuario un justificante y la empresa le concede una licencia para atender a su familiar. Si uno tiene que realizar otros menesteres inexcusables que le impiden asistir a su puesto de trabajo, pues pide una reducción de jornada -con la consiguiente reducción de sueldo- y santas pascuas. Lo que no puede hacer uno es ausentarse repetitivamente del trabajo y no justificarlo, porque si como Marta Meléndez dice, todas sus ausencias «cuentan con justificación» -cosa que no tengo por qué dudar-, no hace falta tanta rueda de prensa ni tanta excusa, ni tanta explicación.

Para muchas cosas, no existen segundas oportunidades. Es una lástima. Pero eso no lo saben los teletubbies.