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Chétniks y cosacos blindan la anexión a Rusia
Grupos paramilitares ultranacionalistas toman el control de los accesos en Crimea para defender la probable victoria del 'sí' en el referéndum
SEBASTOPOL. Actualizado: GuardarCosacos y chétniks han llegado a Crimea en los últimos días con el argumento de defender a la población de origen ruso de la península en un momento tan importante para su historia. El acceso a la mítica Sebastopol, sede de la base naval rusa en el mar Negro, está blindado por un puesto de control con representantes de estos grupos paramilitares que comparten religión, ideario y se presentan como «combatientes de Dios», pero a quienes sus detractores acusan de xenófobos y ultranacionalistas. Las banderas de Serbia y de los cosacos comparten protagonismo con la tricolor rusa e iconos de Jesucristo y la Virgen en el acceso a este punto en el que «tenemos la misión de vigilar cada coche para evitar el paso de provocadores o la llegada de armas a las ciudades», señala Bratislav Zivkovic, miembro de la milicia chétnik 'Libertad o muerte', que cuenta con dieciocho personas en Crimea. Larga barba, uniforme militar y veterano de la guerra de los Balcanes, Zivkovic dice que «después de Crimea hay que liberar a la gran Serbia. Los cosacos tienen aquí el apoyo de las autoridades rusas, pero a nosotros Belgrado nos persigue». Nacidos en la II Guerra Mundial como una milicia nacionalista, Slobodan Milosevic los resucitó en los noventa como punta de lanza de su proyecto de consumar la 'Gran Serbia' y se les acusa de innumerables atrocidades durante la guerra.
Timur y Evgeni siguen de lejos las palabras de Zivkovic. No le entienden porque no hablan inglés, pero estos dos jóvenes cosacos de Rostov aseguran que «con ellos no importa el idioma, a la hora de trabajar nos compenetramos a la perfección». Estrenan pistolas Streamer, pero no tienen más armas «porque las tuvimos que dejar antes de cruzar la frontera ucraniana». Tienen 22 y 27 años y se presentan como «los cosacos auténticos porque la cuna de nuestro pueblo es Rostov» y defienden el lema de «corazón, patria y Dios». Timur trabaja en un banco en su vida civil, pero desde hace dos semanas viste uniforme y ha viajado a Crimea en su primera misión porque «somos soldados de Dios. No tenemos fecha de vuelta y, si fuera por nosotros, avanzaríamos hasta Varsovia».
El debate entre las fuerzas militares sobre la próxima parada está abierto, y una vez estabilizada la situación en Crimea esperan la orden «para desplazarnos a cualquier ciudad donde los ciudadanos de origen ruso necesiten nuestra ayuda», dice Evgeni. Todo un aviso para las ciudades del este de Ucrania, como Donetsk o Jarkov, donde se intensifican las protestas entre los sectores pro y anti Kiev.
Lealtad al Kremlin
La nueva generación cosaca mantiene el espíritu de veteranos como Alek Ripkov y Alexandre Marinin, que llegaron a la península tras recorrer dos mil kilómetros en furgoneta desde su Maloyaroslavets natal, en la provincia rusa de Kaluga. Curtidos en misiones anteriores en Georgia en 2008 y durante diferentes incursiones en Daguestán, explican que «los cosacos somos un pueblo con una cultura y hábitos particulares. Damos nuestra vida por la patria, nuestra creencia a Dios, pero el honor a nadie», apunta Ripkov que asegura sentirse muy querido por todos los ciudadanos de Crimea. Los cosacos nacieron como nómadas, pero con el paso de los años se incorporaron como comunidad militar a las tropas zaristas con el objetivo de proteger las fronteras del imperio al sur de Rusia. Perdieron sus privilegios tras la Revolución bolchevique de 1917, pero como hizo Milosevic con los chétniks en los noventa, la irrupción de Vladimir Putin les ayudó a reorganizarse y ahora son leales al Kremlin.
Además de las fuerzas irregulares, Rusia ha desplegado a miles de hombres de su Ejército, sin distintivos, pero con la bandera tricolor, que han ocupado bases militares y rodean aquellas facilidades en las que el Ejército de Ucrania aún no se ha rendido. Las autoridades regionales han recurrido además a los Berkut, las fuerzas especiales ilegalizadas por Kiev por su papel represivo en la plaza de la independencia y que aquí reciben tratamiento de héroes. El último elemento de la seguridad son las recién nacidas «fuerzas de autoprotección», donde se juntan veteranos del Ejército Rojo «con todo aquel que quiera hacer algo por su patria, aunque cuando seamos parte de la Federación Rusa estas unidades podrán desaparecer o integrarse en la nueva estructura de seguridad», apunta Leonid Lebedev, uno de sus máximos responsables. Sus miembros se juntan cada tarde en la plaza Lenin de Simferopol y se presentan como «cosacos del siglo XXI».