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Vértigo

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Esta semana me he acercado finalmente a casa de mi amigo Paco. Llevaba tiempo deseando hacerlo, no por mera cortesía sino movido por un verdadero cariño. Sin embargo el temor de que tal visita se acabara convirtiendo en una despedida, siempre me brindaba la razón para demorarlo.

Cuando dentro de unos meses Francisco Guerrero Ariza, Paco 'Badila', como es conocido en Medina, vuelva a celebrar su cumpleaños, habrá cruzado la mítica frontera de los cien. Acercarme a él ha supuesto experimentar, siquiera por un momento, el vértigo de contemplar la vida desde esa altura en la que él se encuentra instalado. Ocupa ahora ese lugar del que han sido desterrados toda clase de resentimientos, la estupidez de las urgencias de lo cotidiano e, incluso, por fortuna cualquier eco físico o anímico de dolor.

La pérdida de su mujer y de tres de sus hijos ha sido el alto precio que Paco ha tenido que pagar por este largo viaje y la empresa que supone ganarle al tiempo tal batalla. Su cuerpo enjuto pero aún erguido continúa siendo un fortín frente a los ataques de cualquier enfermedad. Le ha costado superar su última gripe, pero ahora ha recuperado su estoica entereza, una entereza sólo mermada por alguna dificultad en la vista, el oído y el control de la próstata.

Debido a ese extraño espejismo que cuando niños nos hace ver como viejos a cualquier persona madura, desde que tengo conciencia de conocerlo Paco era ya un hombre mayor, y de eso debe de hacer casi cincuenta años. Su casa mantiene ahora la puerta de la calle cerrada, la misma puerta que yo recuerdo siempre abierta, porque en su casa hubo en todo momento aquel trasiego de animación y alegría del que yo me alimenté. La casa habitada por él y por cinco de sus hijos y los nietos que fueron llegando. La casa invadida por el reguero de gente que venía a comprarle sus hortalizas y la leche de sus vacas, de la que también yo me nutrí.

Me he vuelto a reencontrar con aquel hombre que me hacía el niño más feliz del mundo cada vez que me invitaba a subir a lomos de su burro para llevarme al rancho de su propiedad. He visto en él al hombre sereno que espera, pleno de conciencia y sin miedo, a que la vida decida poner el punto final.