Vladímir Putin, acompañado por el ministro de Defensa, Serguéi Shoigu (izda.) asiste a unas maniobras militares en Leningrado. :: REUTERS
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«Tenemos órdenes de no usar las armas»

Casi todas las bases militares en Crimea se entregan a las fuerzas rusas sin oponer resistencia mientras Moscú cerca las restantes

SEBASTOPOL. Actualizado: Guardar
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Las tropas rusas tienen prácticamente culminada la ocupación militar de Crimea, pero existen todavía algunos reductos del Ejército ucraniano que se niegan a entregarse. Contra ellos ha sido lanzado un ultimátum que expiró la pasada madrugada.

El domingo se difundieron noticias contradictorias sobre lo que estaba pasando en la unidad de guardafronteras ucranianos en el puerto de Balaklava, al sur de Sebastopol. Se dijo primero que el cuartel de los militares ucranianos había sido rodeado por tropas rusas en uniforme de camuflaje sin distintivos, pero sin llegar a pasar a la acción. Más tarde se informó que el puesto había pasado a manos rusas.

Tras una semana entera lloviznando, ayer en Crimea lució un sol radiante y la temperatura se elevó hasta casi los 10 grados sobre cero. Un día primaveral. Por todas partes ondean solamente banderas rusas porque las ucranianas han desaparecido. Por la mañana, la puerta del destacamento guardafronteras de Balaklava apareció custodiada por dos enmascarados protegidos por escudos como los que utiliza la Policía antidisturbios. Un hombre corpulento, vestido con una cazadora de cuero negro, esperaba junto a ellos. Después, salió del cuartel un soldado y le entrego al de la cazadora dos bolsas de plástico. Éste las abrió, comprobó lo que había dentro y se dirigió hacia su vehículo, un Lada gris oscuro con los cristales tintados, aparcado unos metros más adelante. Acababa de recibir sus efectos personales.

Este corresponsal se acercó para intentar averiguar algo sobre lo que estaba pasando y el hombre se presentó como el ya excomandante en jefe de esa unidad. Al principio no quiso desvelar su identidad, pero luego afirmó ser capitán y llamarse Alexánder, aunque no quiso facilitar el apellido. «¿Qué ha pasado?, pues que nos han echado de aquí. Entraron a través de ese vallado, tomaron el cuartel y nos obligaron a tumbarnos contra el suelo con las manos en la espalda».

Eso sucedió el domingo pasadas las dos de la tarde. «Llegaron hacia la una en tres camiones Kamaz y dos todoterrenos. Serían unos cien hombres bien armados, unos 30 en cada camión. No son de la Flota del Mar Negro, son paracaidistas recién llegados de Rusia». Alexánder cuenta que en la base había 500 personas, incluyendo las familias de los acuartelados. «Los civiles fueron evacuados la semana pasada, cuando la situación se empezó a complicar. Después, el sábado, 200 salieron en barco hacia Odessa. El domingo estábamos aquí 120 efectivos, pero desarmados porque se nos dio la orden desde Kiev de no emplear las armas de fuego».

El capitán ucraniano fue obligado a firmar un papel renunciando a seguir sirviendo en las tropas guardafronteras de Ucrania, de lo contrario, no le habrían puesto en libertad. Otros 59 compañeros hicieron lo mismo y mantendrán el miércoles en Balaklava una reunión con militares en la misma situación para decidir qué pasos dar en adelante. «Los 60 restantes, entre los que están los infantes de marina, han jurado ponerse a las órdenes del nuevo jefe del Gobierno de Crimea», el prorruso Serguéi Aksiónov. «En otra unidad guardafrontera en Kerch ha sucedido lo mismo. Requisan además todas las armas del arsenal para, según lo que nos cuentan, evitar que caigan en manos de extremistas», señala Alexánder. Dice confiar en que la presión internacional «haga recapacitar a Putin y podamos volver otra vez a nuestros destinos».

Sitiados en Perevalne

Distinta es la situación en Perevalne, a unos 25 kilómetros al sureste de Simferópol. Allí está acantonada la 36 División ucraniana de defensa costera. Están rodeados por soldados de camuflaje sin ningún tipo de insignia desde el domingo por la mañana, pero los militares ucranianos no se han entregado y continúan atrincherados en el interior. Fuera, además de los soldados rusos y unos pocos cosacos, hay como medio centenar de curiosos, algunos con banderas rusas que apoyan un eventual ataque a las instalaciones.

«Son dos brigadas paracaidistas que llegaron el sábado al aeropuerto de Belbek (Sebastopol) procedentes de Pskov y Samara (Rusia). Lo sabemos porque nos lo contó hoy uno de sus oficiales», afirma Grigori un joven que vive en Perevalne. A su lado, Andreí, también lugareño, asegura que «soy de padre búlgaro y madre rusa, pero me siento también ucraniano y estoy en contra de que esto pueda acabar a tiros».

Nadie sabe a ciencia cierta por qué los militares rusos no han entrado a saco en la base, como han hecho en otros lugares. Sobre los sitiados pende un ultimátum, con el que ayer el mando de la Flota del Mar Negro negó haber amenazado. Pero, si es verdad que los asaltantes son fuerzas paracaidistas de Pskov y Samara, el ultimátum puede no tener nada que ver con la Armada.

El Servicio Estatal de Guardafronteras de Ucrania denunció ayer en un comunicado que la presión militar sobre sus unidades se ha incrementado en las últimas horas. «Durante los asaltos a los puestos fronterizos se produce el empleo de la fuerza física muy violento, amenazas con armas e intimidaciones. Los militares rusos intentan presionar psicológicamente a los guardafronteras ucranianos para que obedezcan a las nuevas autoridades de Crimea», se subraya en la nota. Son ya muchos los destacamentos ucranianos que se han pasado a las filas rusas. Ayer lo hizo también la comandancia aérea 204 en la base de Belbek, dotada de medio centenar de aviones de combate y 800 efectivos.