MELILLA: KILÓMETRO CERO
Miles de subsaharianos ven en la ciudad norteafricana la puerta de entrada al paraíso, cuando muchas veces es el inicio de una cadena de calamidades e infortuniosEspaña ha dejado de ser la meta soñada, es un país en crisis que sirve de paso para llegar al El Dorado europeo de Alemania, Francia o Bélgica
Actualizado: GuardarLa obsesión de los más de 3.000 inmigrantes que sobreviven en los asentamientos del norte de Marruecos es saltar la valla, llegar a Melilla. El enclave español es el final del continente africano, la puerta de Europa, el kilómetro cero del futuro. Es una estación imprescindible, un campo base donde avituallarse y emprender el camino hacia la borrascosa cumbre del sueño europeo.
Cuando logran superar el triple vallado de alambres y cuchillas de más de seis metros de altura llegan exultantes. Superar la valla es su gran logro, una superación, el cumplimiento de una gran meta. Desde la Delegación del Gobierno en Melilla se habla de que vienen engañados por las mafias, que los inmigrantes creen que con llegar a Melilla se resuelven todos sus problemas. Pero la realidad es otra. Es el comienzo de un largo sufrimiento que soportan al no ver colmadas sus expectativas.
Carlos Montero, director del Centro de Estancia Temporal de Inmigrantes (CETI) de Melilla, no opina lo mismo. Está convencido de que todo el que llega a la ciudad autónoma lo hace con conocimiento de causa y que la mayoría no tiene otro camino para viajar tras un empleo, unos derechos o una libertad que en su tierra ven imposibles de alcanzar. Sostiene que «conocen perfectamente España, nuestras costumbres, nuestra situación económica. Dominan internet y tienen presencia en las redes sociales. Pero para ellos la valla es el punto de partida. Atravesarla es importantísimo, ya están en Europa. Con sólo un salto pasan de estar tirados en un monte a tener cama, comida y asistencia sanitaria».
El CETI es un oasis de paz y multiculturalidad. Los inmigrantes hacen su vida dentro de él o en los alrededores. La idea es que la estancia allí debe ser transitoria, aunque la media supera el año. El reto de la dirección del centro es que, en condiciones normales, nadie supere los cinco o seis meses de permanencia a partir del año próximo. Las estancias largas producen un efecto devastador en los inmigrantes. Muchos se frustran y acaban por deprimirse o perder la cabeza. Se han dado muchos casos de alcoholismo, violencia o consumo de sustancias estupefacientes en personas con estancias superiores a los tres años.
Hay dos formas de salir del CETI hacia el ansiado continente europeo, o bien acogido o bien internado. El 60% llega a la España peninsular con la primera opción. El Ministerio de Empleo y Seguridad Social tiene acuerdos con numerosas organizaciones que amparan a estos inmigrantes por un tiempo determinado que va desde los seis hasta los 18 meses dependiendo de si son solteros y gozan de plena salud, o si tienen carga familiar, minusvalías o alguna enfermedad.
El resto es conducido a los Centros de Internamiento de Extranjeros (CIE), una especie de cárceles para inmigrantes en las que muchos ingresan de forma voluntaria. La gran mayoría de los que llegan a estos centros son repatriados a sus países de origen después de ser reconocidos por el consulado correspondiente. Para los que no es posible la devolución, les espera la libertad a los 60 días de internamiento.
Tanto unos como otros, desde el momento en el que llegan a Melilla hasta pasados al menos cinco años, tienen abierto un expediente de expulsión, que se podría hacer efectivo desde el primer día. El problema es cómo expulsar a alguien que no se sabe de dónde es, que ningún consulado reconoce, que no tiene documentación alguna y que además no dispone de medios económicos para regresar a donde salió.
Hasta hace muy poco, la mayoría de estas personas pasaban a engrosar las listas de empleados del 'top manta' o se hacinaban en los 'pisos patera' de las grandes ciudades españolas. Algunos se dedicaban a trabajos temporales que requirieran un gran esfuerzo físico, eran temporeros o simplemente cuidaban coches o pedían en las puertas de los supermercados.
Desde hace un par de años casi ninguno se queda en España. Según indica Montero, la península Ibérica se ha convertido en lugar de paso. Conocedores de la mala situación económica y laboral que atraviesa el país, cruzan los Pirineos e intentan instalarse en países como Francia, Alemania o Bélgica, principalmente.
El hambre
Nada más llegar a Melilla, a cada inmigrante se les hace una serie de controles médicos y pasan una minuciosa entrevista. En ella, algunos son escuetos y apenas dan datos sobre sí mismos y su vida. Pero otros cuentan con detalle la vida que llevaban en sus países y el duro camino que han tenido que recorrer hasta llegar ahí.
El principal motivo es el económico. Desde 2011, se ha disparado el número de ciudadanos de Malí, Siria y la República Centroafricana que huyen de las guerras que han asolado o asolan sus países. También hay casos de congoleses, cameruneses o nigerianos que son excombatientes o que huyen de posibles persecuciones o represalias en sus lugares de origen.
Pero, sin duda, la pobreza y la miseria son las principales causas de que cada año una media de 5.000 personas arriesgue sus vidas saltando una valla o introduciéndose durante horas en el interior del salpicadero de un vehículo. Algunos logran acceder a Melilla después de hasta diez años de espera. Para llegar a España han pasado por los campamentos de inmigrantes de Marruecos, a la intemperie y escapando de las redadas policiales. Antes, han estado en Argelia. Allí muchos cuentan que trabajaron en la construcción o la agricultura para sacar un dinero o poder comprar documentación falsa. Algunos son obligados a prostituirse para poder acceder a un pasaje de tren o a un coche para pasar de forma clandestina la frontera con el reino alauí.
«Todos vienen queriendo legalizar su situación, encontrar trabajo y poder establecerse de forma estable, ya sea en España o fuera de ella. Muchos vienen con historias muy duras y lo han pasado verdaderamente mal en sus países. La mayoría de los internos que tenemos sabe lo que es pasar verdadera necesidad», comenta el director del CETI.
Futuro incierto
Aunque en el centro de acogida de Melilla están bien atendidos, todos quieren marcharse. Melilla es sólo un lugar de paso y lo tienen muy claro. «Aquí -explica Montero- viven bien, no tienen necesidades, pero ellos necesitan mandar dinero a sus familias, formar un hogar y sentir que se están labrando su futuro». Un futuro que en el continente europeo se antoja incierto. Hay historias felices y otras, estremecedoras. El verano pasado, dos hermanos sirios lograron llegar a Valencia, donde les esperaba otro hermano. Durante este curso estudian en la universidad. Su sueño era terminar sus estudios superiores e intentar trabajar en España y de momento va por buen camino. Sin embargo, Aissa, camerunesa y madre soltera con cuatro hijos a sus espaldas, no tiene dónde ir ni quién la ayude con sus pequeños. Si por ella fuera habría vuelto a Camerún, pero siempre piensa en el futuro de sus hijos y cree que en Europa tienen más posibilidades de prosperar.
Samba Martine, que estuvo acogida en el CETI, murió en extrañas circunstancias en el CIE de Aluche, en Madrid. Incluso uno de los islamistas detenidos en la célula de Teruel y otro de los que conformaban la de Burgos habían pasado por el centro de acogida melillense. Pero la mayoría de ellos no deja de perseguir su sueño y termina, de una forma u otro, consiguiéndolo.
Es el caso de algunos antiguos internos que ahora estudian en el seminario, trabajan de forma estable o juegan al fútbol en equipos profesionales. «Tenemos ahora un chico argelino que se va a la Península que es una máquina de portero. Ya nos han dicho entrenadores de aquí que se lo van a rifar en grandes clubes. Ojalá tenga suerte», dice Montero que cree que todos los inmigrantes que pasan por Melilla la ven como el inicio de una vida nueva, el comienzo de otro mundo que se abre ante ellos tan amplio que a veces pueden perderse en él y no encontrar la salida. Sin duda, Melilla es para los inmigrantes el kilómetro cero de Europa.