Sociedad

La guitarra de Paco de Lucía, muda en su adiós

El Príncipe despide al universal artista y destaca que «su música nos hace imaginar un mundo mejor»

MADRID. Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

Sin 'quejíos' y sin ángel. Sin cantes ni rasgueos de su guitarra, que permaneció muda. Con un respetuoso y hondo silencio despidió la gente de a pie a Paco de Lucia, dios de la guitarra y universal embajador del flamenco. Un mutismo roto solo por la sonora pitada que recibió al «ministro de incultura», José Ignacio Wert, antes de despedir a un gigante de la cultura española y condolerse con los deudos del guitarrista en el Auditorio Nacional de Madrid. Calló el gentío cuando una hora antes el Príncipe de Asturias visitó la capilla ardiente instalada en la Sala Sinfónica de la casa de la música y confortó a los familiares de un genio cuya música «hace que imaginemos un mundo mejor». Por allí desfilaron miles de ciudadanos anónimos, dinastías flamencas, músicos y aficionados encandilados por el irrepetible duende de Paco de Lucia. Dieron su último adiós al mago de las seis cuerdas al que tres días antes un infarto robó la vida en plenitud de facultades mientras jugaba con su hijo en una playa.

Le despidieron en un día gris y desapacible, bajo un viento furioso. De buena mañana la gente se concentró en torno al auditorio a la espera del féretro. Para disgusto de muchos flamencos, llegaba en un vuelo comercial, desde Cancún y con escala en Nueva York. La comitiva fúnebre, una decena de vehículos encabezados por un Mercedes azabache con los restos del músico, llegó al auditorio la una y media. Un guiño del destino quiso que el féretro con los restos de Paco de Lucía accediera al lugar de su penúltimo homenaje por la plaza de Joaquín Rodrigo, autor del universal 'Concierto de Aranjuez, que engrandeció con su virtuosismo.

Pepe y Antonio de Lucía, hermanos del finado, ejercieron de patriarcas del dolorido clan familiar. Allí estaban Casilda, Lucía y Curro, los hijos mayores del guitarrista, y su madre Casilda Varela; los pequeños Diego y Gabriela, hijos de Gabriela Canseco, su segunda esposa; su sobrina Malú y un sinfín de parientes y allegados del genio algecireño.

No se apagó el come-come entre muchos flamencos, molestos por los modos y la tardanza en la repatriación del cadáver del artista. «De ser una estrella del pop o de la ópera habrían venido en un vuelo oficial y le hubiéramos despedido en el Real» se indignaban. Criticaron que el Real, donde Lucía tocó por primera vez en 1975 «esté alquilado».

El ataúd, de claro tono abedul, se dispuso en el centro del escenario, cubierto con las banderas de España y Andalucía. Un puñado de claveles rojos y blancos se amontonó a los pies del féretro, rodeado de medio centenar de coronas fúnebres. A la derecha, la foto de un joven Paco de Lucia abrazado a su guitarra. Ni una nota se oyó, ni un arpegio que evocara la magia de su guitarra. Ni un 'quejío' en la desangelada sala, en la que se respiró cierta frialdad y se instó a la pasar «rápido» a quienes desfilaron ante su restos y firmaron en los libros de duelo.

Amigos como Massiel, Ana Belén, Víctor Manuel, Josemi Carmona, Pepe Habichuela, Rocío Carrasco, María Rosa o Caco Senante confortaban ya a la familia cuando llegó el Príncipe de Asturias. Recibido con una salva de aplausos, don Felipe se mantuvo un rato recogido y en silencio y ante el ataúd. Se fundió luego en un abrazo con Pepe de Lucia y expresó sus condolencias a los familiares. «La música de Paco consigue que imaginemos un mundo mejor» habían expresado los Príncipes antes en un telegrama a la familia.

La actitud del público cambió radicalmente una hora después ante el ministro de Cultura, José Ignacio Wert, recibido con pitos, abucheos e insultos. «Llega el ministro de incultura», «A buenas horas, mangas Wert», «Que haga la cola» fueron algunas de las lindeza dirigidas al ministro, cuyo rostro evidenció el desagrado ante el hostil recibimiento.