Paco de Lucía, durante una actuación en Belgrado en 2006. :: K. SULEJMANOVIC / EFE
Sociedad

Genio humilde, dios de la guitarra

Paco de Lucía, el mago que engrandeció el flamenco y lo hizo universal y mestizo, murió de un infarto en México con 66 añosAdmirado en los cinco continentes, fusionó el duende con el jazz y las músicas de raíz y llevó, con Camarón de la Isla, lo jondo al gran público

MADRID. Actualizado: Guardar
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Su genialidad era solo pareja a su humildad. La temprana y repentina muerte de Paco de Lucía sacudió ayer como un doloroso latigazo el mundo de la música y el corazón del flamenco. Con 66 años y mucha vida por delante, dejó vacante el trono de la guitarra flamenca que engrandeció y paseó por el mundo. El infarto que lo abatió llegó mientras jugaba al fútbol con sus nietos en una playa de Cancún, guarida caribeña del mago gaditano de las seis cuerdas. Admirado de Japón a la Tierra del Fuego, de Ciudad del Cabo al golfo Pérsico, la popularidad del legendario e idolatrado guitarrista que hizo el flamenco universal y mestizo era equiparable a la de Picasso o Dalí.

Sacó el flamenco de los tablaos para fundirlo con el jazz, la clásica y las de raíz, de la bossa nova al pop, sin que nada chirriara. Lo hizo con una naturalidad que convenció a los más exigentes, acalló a los integristas de la pureza flamenca y deleitó a los más ajenos a la hondura y el pellizco del duende. Respetó la tradición para engrandecer todos los géneros junto a los grandes del flamenco y del jazz, en inolvidables binomios con Camarón de la Isla, Chick Corea, Al Di Meola, John McLaughlin o Wynton Marsalis.

Humilde en su grandeza, cada vez que lograba un premio, y fueron cientos, decía que otro lo merecía más que él. Príncipe de Asturias de las Artes en 2004, era el único flamenco en poder del galardón. En Cancún, donde le sorprendió la parca, reposaba de sus agotadoras giras disfrutando de la familia, un clima clemente, la pesca y el submarinismo. Tuvo casa en Mallorca, en Toledo y en Cuba, lugares donde buscó esa vida recogida y sencilla que le negaba su leyenda, acariciando y odiando sus guitarras y componiendo en soledad, antaño con un magnetofón, con el auxilio del software musical 'Protools' en tiempos más recientes.

La fama atrapó de repente al gran tímido que era Paco de Lucía con la rumba 'Entre dos aguas', incrustada desde 1973 en la memoria colectiva de varias generaciones y cuyas primeras notas pueden tararear quienes nunca se acercaron al flamenco. Pronto llegó al Teatro Real para homenajear a Falla y Albéniz -sin olvidar su 'Concierto de Aranjuez' del maestro Rodrigo-, tras sumar a su vasto repertorio flamenco emblemas como las alegrías 'La Barrosa' y 'Barrio la Viña', o la soleá 'Homenaje al Niño Ricardo' y sus 'Tangos con cositas buenas'.

La excelencia fue siempre el horizonte de un artista íntegro, cabal e infatigable, entregado a su oficio en el escenario y en la soledad del estudio. «Cuanto más dominio técnico, más fácil resulta expresarte», pero lo ansiaba «para poder olvidarlo». «Si te falta técnica, pierdes libertad».

Desde la cuna

Francisco Sánchez Gómez, hijo de Lucía Gómez 'La portuguesa' y Antonio Sánchez, nació en un barrio gitano de Algeciras (Cádiz) el 21 de diciembre de 1947 y mamó el flamenco desde la cuna. Eran guitarristas su padre y su hermano, Ramón de Algeciras, y de ambos recibió las primeras nociones. Con Ramón Montoya, Sabicas y Niño Ricardo como espejos, sin solfear ni leer una partitura, interiorizó todos los palos y pronto destacó. «El flamenco es una música que nunca fue a la escuela, es un bien de la emoción», repetía el guitarrista.

Para distinguirse de las decenas de Pacos de su barrio, se convirtió en 'Paco el de la Lucía', su futuro nombre de guerra. Con apenas diez años su talento único e indómito le abrió los santuarios de flamenco, donde fascinó por la frescura de su toque y su pellizco. Con doce años formó el grupo 'Los Chiquitos' y saltó a Estados Unidos enrolado en la compañía del bailarín José Greco. Revolucionó la manera de acompañar a los cantaores sin ensombrecerlos jamás. Atrajo a nuevo público y en 1964 graba su primer disco.

Su reencuentro con José Monge, Camarón de la Isla, fue decisivo. La química galvanizó una dupla genial que marcó la historia de cante jondo. Lo sacaron de los tablaos para llevarlo a los grandes escenarios. Fue una conjunción mágica e innovadora que propició una decena de discos entre 1968 y 1977 como 'Soy caminante' y 'Arte y Majestad'. Paco de Lucía dirigió el mítico 'Potro de rabia y miel' (1992), último disco de Camarón producido por Pepe de Lucía, simiente del flamenco de fusión para desagrado de puristas y alegría de un nuevo y entusiasta público joven.

En una España que salía de la grisura franquista busca nuevos horizontes musicales con una banda legendaria que avanza en el mestizaje. Juntó a sus hermanos Pepe y Ramón con jóvenes jazzeros como Jorge Pardo, Carles Benavent y Rubén Dantas, pionero del cajón, hoy indispensable el planeta flamenco. «No temo perder la esencia del flamenco, porque sus raíces son muy fuertes», decía reconociéndose como «un purista dentro de mi aureola de revolucionario».

Discos como 'Solo quiero caminar' (1981), 'Friday night in San Francisco' (1981) -grabado junto a John McLaughlin y Al Di Meola- logran vender más de un millón de copias, cifra insólita en el flamenco. Con grabaciones como 'Passion, grace and fires' (1983) o 'Live... One summer night' (1984) inicia sus giras por grande teatros y auditorios, del Carnegie Hall al Olympia, del Lincoln Center o el Teatro Real. Presencia habitual en las grandes festivales de jazz, respeta lo que le parece respetable: «No tengo la obediencia que siguen los puristas, pero sí el respeto que merece la esencia, lo antiguo lo valido, la memoria».

Su genio se desborda en memorables duelos de improvisación con las guitarra de Al Di Meola o Johm McLaughlin, el piano de Chick Corea o la trompeta de Wynton Marsalis. Su virtuosismo es un acicate para estos músicos, con los que pasma a auditorios de los cinco continentes, mostrando que el duende habita el jazz, el blues o la música árabe o hindú. En cada nuevo territorio sonoros se movió con naturalidad Paco de Lucia, siempre respetuoso, discreto y genial. Se midió con Carlos Santana, Larry Coryell o el saxofonista Pedro Iturralde, fascinó a colegas flamencos como Vicente Amigo o Tomatito, y a guitarristas del 'heavy metal' como Steve Vai. «Si lo que hago no sorprende a los profesionales, me retiro», aseguraba. Con una treintena de discos, dijo adiós a los estudios con 'Cositas Buenas' (2004). Abrazó «el sentimiento» para despedirse «de los fuegos de artificio, la rapidez desbordante». 'En vivo' certificó en 2011que aún creía en «el alma del directo» convencido de que «la energía que se crea en el escenario no se consigue en un estudios».