BENDITA FLAMENCURA
Actualizado: GuardarEl flamenco tiene muchas cosas buenas. Una de ellas, sin duda, el privilegio estético y emocional de las falsetas y creaciones que brotaban de los dedos celestiales de Paco de Lucía. Se fue el genio, como por sorpresa, sin aviso previo, sin estar predispuestos para su falta, en el silencio de la lejanía, con su callada discreción de siempre, en mitad del paraíso de disfrutar con los suyos a orillas del mar, el mismo que baña con sus olas las playas hoy tristes de su Algeciras natal.
Se fue el hijo ilustre de Lucía y Antonio. El maestro. El visionario. El creador. Jondo y virtuoso, clásico y rupturista, puro y mestizo, de aquí y del mundo entero, universal como el flamenco y flamenco para ese universo de amantes del cante, el toque y el baile que hoy lloramos su pérdida, porque nos encontramos desorientados, como si un siroco repentino se hubiese llevado nuestra lucidez, deshilachada por el zarpazo de la parca en un día para el duelo y para la memoria, para el recuerdo y para la vindicación de su figura, para escuchar su música en mitad de la nada. Esa profunda embestida de nihilismo que nos inmoviliza cuando se van los mejores.
Francisco Sánchez Gómez hablaba en el abrazo eterno a su guitarra. Y lo hacía en un idioma que rompía tópicos, trepanaba fronteras y cosechaba adeptos por todos los rincones del planeta. Como nadie, a su aire, con su impronta, mediante un magisterio proverbial desde la academia de sus creaciones. Sin repisar huellas, evitando seguir las marcas que otros dejaron sobre la arena. Algo sólo al alcance de los escogidos. Sus pasos fueron firmes, pero suyos. Llevaba cosidas a las suelas las enseñanzas de su padre, los acordes de Niño Ricardo, la maestría de Sabicas, pero quiso ser él mismo, tener alas, volar alto, dejar su legado, inventar su presente, construir su futuro, surcar otros cielos, donde la pureza como categoría cegadora apenas es un leve blindaje que se desprende con naturalidad y sin apostasías.
Se nos fue el genio, con su mirada cautiva por la sorpresa ante la admiración ajena, con su expresión humilde de no saberse un elegido. Aclamado por la crítica y por un público que él hizo más amplio, heterogéneo y expansivo. Reconocido en vida, sobre las paredes de su casa cuelgan más distinciones que en las vitrinas de su Madrid de su alma. Doctor Honoris Causa por la Universidad de Cádiz, la primera institución académica en reconocerlo al máximo nivel, por haber llevado la guitarra flamenca a la cima junto a una generación de creadores que huyeron de los lazos del cante y emprendieron una aventura en solitario, dejando el cante en su sitio, pero buscando un sitio a la guitarra, desde una revolución sin ruptura, desde una evolución sin cortapisas, con una excelencia sólo al alcance de los maestros, capaz de recrear sin profanar, de convertir cada interpretación en un propósito de mejora, de no renunciar ni a los principios que quedan detrás, ni a los nuevos horizontes que aguardan expectantes justo al doblar la esquina rugosa de la ortodoxia.
Paco era conocimiento y profundidad, fantasía y comedimiento. Sería un desenfoque aberrante reducir su inconmensurable aportación al universo de la música con la etiqueta simplista del virtuosismo. Su talla creativa rebasa con mucho los vectores de la velocidad en la interpretación y del efectismo cortoplacista. Mágico como compositor, electrizante como intérprete, magistral como acompañante. Para el olimpo del arte mundial queda el tándem con Camarón de la Isla. Nueve discos que son, en sí mismos y sin pretenderlo, una auténtica antología del flamenco.
Debemos proclamar nuestra gratitud inmensa por el material sensible de sus más de treinta discos, y por esas irrepetibles actuaciones sedimentadas para siempre en la memoria emocional de una desestructurada legión de aficionados al flamenco, repartida por el mundo entero e hilvanada por la acción unificadora de un creador que no es de este tiempo, cuya obra excederá su vida, como excedió al flamenco, y que gravitará indeleble en la formación de todos los aspirantes a músicos que sientan el imán del compás, de la cejilla y de cualquiera de los ritmos y melodías de un arte inconcluso que necesita de aportaciones como las suyas para hacerse más sublime y universal.
Aunque se agrieta la emoción siempre que una vida se apaga, prefiero sofocar el duelo poniendo sus discos, escuchando su música. El genio no es genio por lo que piensa y lo que vive, sino por lo que hace pensar y hace vivir. Escuchando los acordes de la guitarra de Paco de Lucía hay cientos de criaturas en el mundo que nos sentimos más vivos. Ésa es la distinción. El mejor premio: todo lo que dejó tras 66 años de bendita flamencura.