Tribuna

Taxi driver

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Leyendo los periódicos me acuerdo mucho de Ramonet, el de las mantas. Sé que usted también, y no sólo porque el campeón nacional de charlatanes ha sido el gran maestro de toda una generación de políticos, gobernantes y dirigentes sociales, sino porque su manera de vender no una, ni dos, sino tres mantas por el precio de una, ha calado hasta lo más hondo en la tierra indómita del asociacionismo español. Y no hay que irse muy lejos para comprobarlo. Aquí, aquí mismo, tenemos donde elegir. Piense por un momento, cuántas asociaciones de comerciantes hay en Cádiz -no hace falta que se pare a pensar si son necesarias o no. Ni una, ni dos, sino tres asociaciones -Cádiz Centro, Unión de Comerciantes y Cádiz XXI-. Piense ahora cuántas asociaciones de carnavaleros. Ni una, ni dos, ni tres: la Asociación de Autores, Ascoga, la Asociación de coristas el Cañón.y creo que se me olvida alguna. Es por eso mismo, por ese afán multiplicador que como un milagro se produce al calor de cualquier actividad en esta ciudad, por lo que me acuerdo tanto de Ramonet vendiendo mantas como si fuera humo.

Los taxistas gaditanos también se han contagiado del afán asociacionista, tal vez porque hacía más de treinta años que nadie les hacía ni caso. O tal vez, porque ven, igual que usted, igual que yo, que el emperador está completamente desnudo, aunque nadie se atreva a decirlo. Así que, de momento, no hay una, ni dos, ni tres, sino cuatro asociaciones que representan a un mismo gremio. Ya sabe, Radio Taxi, Gades Taxi, Servi-Taxi y los asalariados del taxi que intentan, de una u otra manera, buscar solución a la grave situación a la que se enfrentan. La nueva ordenanza que entraba en vigor hace poco, sustituyendo a la de 1979, ha sido la puntilla que le faltaba a la cruz con la que viene cargando el mundo del taxi en una ciudad que cada vez tiene menos habitantes, menos actividad comercial, menos trabajadores y más parados, una ciudad en la que coger un taxi se ha convertido en un lujo del que es muy fácil prescindir. Las distancias son cortas, el autobús funciona bien, el tren tiene horarios aceptables, cualquier excusa nos sirve para justificarnos ante un gremio que nunca -salvo para la comparsa Simios- ha levantado grandes simpatías entre los usuarios.

No entraré a valorar la ordenanza vigente, aunque sí es de agradecer que se regulen por fin algunos detalles -usted también ha ido con un taxista en chanclas, y también se ha sentido pequeño cuando le han dado coba cogiendo por el camino más largo, como si fuese usted de Valladolid ¿verdad?- y que se actualice la normativa. También podría haber sido peor, en Madrid, Ana Botella obliga a los taxistas a tener terminada la ESO y a apagar la radio si el usuario lo solicita. Pero lo que sí es evidente es que en esta ciudad no hay trabajo para tanto taxi, más del doble de lo establecido en la ratio por habitantes. Y es ahí donde realmente está el problema. Porque limitar el tiempo de trabajo a dieciséis horas -ya no se podrá cantar lo de «desde las claras del día hasta el mismo filo de la madrugá»- y hacer grupos de descanso de dos días o día y medio o lo que sea, puede ser una medida paliativa, un analgésico momentáneo; pero en ningún caso es un tratamiento eficaz contra el gravísimo estado de salud en el que se encuentra el taxi en Cádiz.

Imagino que para un empresario cerrar su negocio no debe ser plato de buen gusto. Pero se cierra, como media calle Novena y listo. Y de la misma manera que se conceden licencias de apertura para nuevos negocios, se van dando de baja aquellos para los que la situación se hace realmente insostenible. Los primeros perjudicados de esta crisis fuimos los asalariados, en todos los ámbitos laborales. Los que no se fueron directamente a su casa vieron como la nómina sufría una considerable merma inversamente proporcional a las horas de trabajo. Y aquí seguimos. Aguantando como se pueda hasta que dejen de azotar los vientos y podamos ver con claridad el verdadero efecto de la borrasca.

No entiendo por qué el mundo del taxi debe regirse por normas distintas a las de otras empresas que han reducido plantilla o que han cerrado sucursales. No entiendo por qué hay que empeñarse en el reparto, cuando lo único que hay para repartir es miseria. Tal vez aceptar que hasta aquí hemos llegado podría ser una solución. Aceptar que no siempre es cierto que donde comen dos, comen tres y aceptar que vivimos en una ciudad cuyos umbrales están más cerca de la pobreza de lo que creemos. Entre el lunes y el jueves los 224 taxistas gaditanos con licencia tendrán que votar una de las tres propuestas acordadas con el Ayuntamiento. No una, ni dos, sino tres, como las mantas de Ramonet, parece que son las opciones para un enfermo que agoniza ante nuestros ojos. Opciones para parchear, que es lo que más nos gusta en esta ciudad.

Nosotros, mientras, seguiremos como la cigarra, cantando a la ausencia de Juan Carlos Aragón y de los Carapapa. Espantando a la realidad, hipnotizados por un tiempo viejo. Como si nada fuera con nosotros, como si no nos enterásemos de nada. Al fin y al cabo, a todos nos hubiera gustado encargarnos de los niños y que nuestro marido nos trajera el dinero a casa.