La escritora Taiye Selasi, en una imagen promocional. :: NANCY CRAMPTON
Sociedad

«La raza negra no existe»

«Sé que la literatura no detendrá el baño de sangre en Ucrania o Siria, pero sin la empatía que crea entre seres humanos estaríamos perdidos» La escritora 'afropolita' Taiye Selasi triunfa con la sensual 'Lejos de Ghana'

MADRID. Actualizado: Guardar
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«El alma no tiene color». Lo dice Taiye Selasi (Londres, 1979), escritora, ciudadana del mundo y creadora del término 'afropolita'. En él engloba a una pujante generación con ascendencia africana, integrada en las sociedades occidentales, formada en grandes metrópolis y selectas universidades, de la que ella es el paradigma. Hija de un cirujano ghanés y una pediatra nigeriano-escocesa, creció en Massachusetts, estudió Ciencias Políticas y Relaciones Internacionales en Yale y en Oxford, pasó por Nueva York y vive en Roma. Nadó entre los tiburones de los fondos de inversión y fue productora de televisión antes de entregarse a su vocación de fabuladora, alentada por la narradora y premio Nobel afroamericana Tony Morrison.

El resultado es 'Lejos de Ghana' (Salamandra), potente y sensual novela sobre una saga familiar inspirada en la de la autora que ha triunfado en el mundo anglosajón y que publicará en una veintena de países. De exótica y esplendorosa belleza, Selasi disfraza su timidez con una franca sonrisa. No quiere fotos. Lleva un año de promoción del libro con el que triunfó sin proponérselo y gracias a la aquiescencia de Andrew Wylie, implacable agente literario conocido como 'El Chacal' «que para mí fue un ángel».

Toni Morrison le obligó a escribir su primer relato -'Las vidas sexuales de las jóvenes en África- e hizo llegar el original inconcluso de la novela a Wiylie. «Creí que tardaría meses en responder, pero en tres días dijo que aceptaba la novela y que se publicaría en cuanto la terminara», dice Selasi, muy consciente del inusitado golpe de suerte que cambió su vida. Narra las vicisitudes de una familia rota por la repentina muerte del padre. Como tantas primeras novelas es de inspiración autobiográfica «pero no es la historia de mi familia» insiste la autora. «Tampoco es una novela africana, porque no creo que exista la novela africana ni los criterios para definirla. No nací en África, ni vivo ni soy una novelista africana. Ojalá pensáramos en las novelas sin tener en cuenta el país o el continente de sus autores; que pensáramos solo en los mundos y los personajes que encierran», plantea.

«Yo no soy negra. No entiendo el término negro. La raza negra no existe», asegura entre risueña y airada, defendiendo el «mestizaje marrón» que enriquece sociedades y letras como las británicas. En 2005 acuñó en un ensayo el término 'afropolita' referido a jóvenes marrones, sofisticados y cosmopolitas como ella, criada entre varios mundos. Con una abuela dedicada a estudiar y enseñar flamenco entre Málaga y Londres, se movió entre el Norte y el Sur. Ha vivido en Nueva York, Accra, Lagos, Boston y Roma, donde vive desde hace tres años. «Es estúpido definir a las personas diciendo que son negras o blancas. Si la definición es la piel, hay negros en Brasil, India o Estados Unidos. No son términos neutrales ni inofensivos. Insisten en el engaño de la existencia de una raza negra, algo tan absurdo como definir la raza blanca», reflexiona. «Son construcciones que perduran para mantener una jerarquía de poder que no me interesa. Somos personas», zanja la cuestión.

En ese crisol de culturas, etnias, idioma e influencias, ¿dónde quedan sus raíces? «En ningún sitio y en todos. Quizá no tenga raíces, y si las tengo no las necesito; acaso estén en casa de mi madre en Accra, en su jardín o su cocina, no en la ciudad. En la casa de Málaga donde visitaba de niña a mi abuela, que con el flamenco y cocinando paella me mostró el sentido de lo híbrido; o en el mirador de Roma, donde fui capaz de terminar la novela que no pude acabar en Nueva York», dice esta vecina del Trastévere, la 'scritticce' de su barrio. «Escribir en Nueve York es como tratar de componer una sinfonía con la radio puesta a todas horas. En Roma tengo tranquilidad, distancia y humildad: cosas muy caras en Nueva York».

«La literatura no arregla el mundo ni nos hace mejores», dice Selasi «pero no es inútil». «Puede cambiar el pensamiento de alguien, aunque sea un milímetro, que es el primer paso para cambiar el mundo como dice James Baldwin. No es alimento, ni una vacuna que salve vidas; sé que no detendrá el baño de sangre en Ucrania, Siria o Venezuela ni llevará justicia social y económica a África. Pero ofrece a un lector español o a una mujer afropolita, de ninguna parte y de todas como yo, un sentido profundo de lo que es ser humano. Crea empatía entre los seres humanos, con quienes sufren en cualquier rincón del mundo». «Sin esa empatía estamos perdidos», concluye.