Hasán Rahaní.
MUNDO

Rohani, un presidente en la encrucijada

La revolución de Irán cumple 35 años y estrena doble discurso para intentar aliviar la presión de Occidente

TEHERÁN. Actualizado: Guardar
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Los gritos de «¡Muerte a Estados Unidos!» y «¡Muerte a Israel!» no se escuchan más allá de las manifestaciones, exhibiciones y charlas organizadas con motivo del 35 aniversario de la república islámica. Irán celebra esta fecha clave en su historia reciente inmerso en un proceso de acercamiento a Estados Unidos liderado por el presidente, Hasán Rohani, que divide a los iraníes después de tres décadas en las que han visto a Washington como el 'Gran Satán'.

Valiasr (nombre del duodécimo Imam del chiismo) cae desde la montaña hasta el desierto. Esta avenida de casi veinte kilómetros, conocida como Pahlevi antes de 1979, es el eje central de Teherán y un recorrido de norte a sur muestra las distintas caras de una sociedad que, como la de muchos países europeos, está pendiente de la recuperación económica del país. En el norte de Valiasr se encuentran los barrios ricos de una capital que según va descendiendo pierde opulencia y gana populismo; los Mercedes y BMW importados de Dubai se convierten en Saba Saipa o Peugeot 405 de fabricación nacional y los pañuelos de colores se transforman en rigurosos chadores (mantos) negros para cubrir a las mujeres.

En el norte vive la población menos apegada al sistema mezclada con la nueva élite surgida tras el triunfo de la revolución. Los viejos ricos de la época del Shá que no optaron por la emigración comparten acera con las nuevas fortunas surgidas al amparo de la república islámica. «Teherán es una ciudad cada vez más cara, sobre todo la vivienda. La diferencia entre ricos y pobres no para de crecer, ya no queda clase media. Las sanciones afectan directamente al pueblo, no a los gobernantes ni a la élite que les rodea», piensa Human Asher, ingeniero de 31 años que trabaja en proyectos del grupo guipuzcoano Sarralle, dedicado al metal y que pese a las sanciones ha seguido operando en el país, y se encuentra de paseo con su mujer en el lujoso centro comercial Tandis.

Para el exterior

Rohani alcanzó la presidencia hace seis meses con la prioridad de reflotar la economía. Para ello centró sus esfuerzos en llegar a un acuerdo con Occidente que permitiera aliviar las sanciones a causa del programa nuclear. Llegó a la oficina con una inflación de un 40% y el rial por los suelos (cayó hasta perder un 80% de su valor respecto al dólar durante el momento álgido de la crisis). Mañana, el equipo negociador iraní retomará en Viena el diálogo nuclear. Rohani (177.107 seguidores) y su ministro de Exteriores, Javad Zarif (123.244 seguidores), contarán en inglés a la cibercomunidad a través de Twitter sus progresos, pero sus compatriotas lo tendrán complicado para seguir los tuits porque las redes sociales siguen filtradas en Irán. «El nuevo Gobierno es sólo un gesto de cara al exterior. Entre los más jóvenes hubo momentos de esperanza e ilusión tras las elecciones, pero no habrá reformas internas, mandan los mismos de siempre», piensa Furugh Beigi, ama de casa a la que la revolución le sorprendió con 18 años, pero «un mes después ya estaba desengañada».

En el norte de Teherán se celebró la llegada de Rohani en plazas y parques. Aquí preocupan más las reformas políticas y las libertades sociales que la economía. Un café cuesta 70.000 riales (1,75 euros al cambio) y el iPhone5s (30 millones de riales, 750 euros) se agota en los centros no oficiales de Apple en bulevares como Mirdamad. La clase más pudiente consume como en cualquier país europeo «o más, estoy seguro de que vendemos más 'smartphones' que en California», bromea Mojtada Ferdosi, vendedor especializado en la marca de la manzana que arrasa en esta parte de la ciudad.

«Con Rohani se nota cierta mejora en la economía, sobre todo porque se ha fijado un precio para el cambio de las divisas (29.000 riales por dólar o 40.000 por euro), pero a nivel político no soy optimista sobre su capacidad para introducir reformas», piensa Aidin, estudiante de matemáticas de 17 años que, como todos los entrevistados en el norte de Teherán, responde con un no rotundo cuando se le pregunta sobre su participación en los fastos del aniversario revolucionario. «Para ver a ese tipo de iraní hay que cruzar la frontera de la calle Enqelab (revolución), aquí no lo encontrarás», señala Aidin.

Oposición interna

Tras cruzar la 'frontera' de Enqelab los murales revolucionarios de las paredes de los edificios están remozados y las fotos de los mártires de la guerra contra Irak presiden cada calle. En lugar de centros comerciales de lujo con productos de primeras marcas importados de Emiratos Árabes Unidos los ciudadanos colapsan galerías y mercados populares. «Sólo han pasado seis meses y necesita tiempo, pero lo más urgente es que mejore la situación económica», piensa Mona, estudiante de empresariales de 23 años que espera encontrar trabajo y quedarse en su país. «La prioridad para los jóvenes es el trabajo, no la lucha contra EE UU, pero no sé lo que podrá hacer Rohani, porque los anteriores presidentes no lograron nada», lamenta Puria Mohamadi, también estudiante y parte de ese 70% de los 76 millones de iraníes por debajo de los 35 años que hacen de Irán uno de los países más jóvenes del mundo.

Las inquietudes económicas en el sur de la capital -donde muchos ciudadanos se ven obligados a tener más de un trabajo para llegar a fin de mes- pasan a un segundo lugar en boca del sector más conservador que apela a las palabras del Líder Supremo, Alí Jamenei, como solución a las complicaciones. «Las sanciones nos hacen fuertes, somos un país autosuficiente y si EE UU se sienta a negociar es porque reconoce que somos la gran potencia regional», considera Abdulhamid Shahrabi, escritor y parte del equipo organizador de la exposición «400 años de tragedias de Estados Unidos» en el céntrico parque Danesyoo, donde se repasa la historia estadounidense guerra a guerra.