Tribuna

El asombro

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Dicen que lo primero que se pierde es la capacidad de asombro. Luego se pierden el pelo, la agilidad, la memoria, la vergüenza, pero todas estas pérdidas no son más que efectos colaterales de la primera derrota. Dicen que dejar de buscar respuestas, dejar de hacer preguntas y abandonarse al conformismo son síntomas inequívocos de que lo evidente le ha ganado la batalla a lo sorprendente. Es así. Todo nos parece que está visto, y que después de visto, como dice el refrán, todo el mundo es listo. De ahí, el yo lo sabía, el te lo dije, el se veía venir, el me lo esperaba y toda esa letanía de ungüentos para calmar las recidivas de asombro que nos puedan asaltar. A mí hace mucho que no me asombra nada, afortunadamente perdí mi capacidad hace tanto que ni me acuerdo de ella. No me avergüenzo, todo lo contrario, porque carecer de esa facultad hace que me divierta muchísimo en las hemerotecas comprobando que, efectivamente, nada nuevo hay bajo el sol.

Y porque nada me asombra es por lo que resulta complicado convencerme de algo o hacerme cambiar de opinión. De mi opinión, claro está, que no tiene por qué ser la única -odio los únicos ya sean de palabra, de obra o de omisión- ni intenta convencer a nadie. Lo cierto es que, a diferencia del Principito -ya saben, el icono del asombro, de la inocencia y de la sorpresa- desde que no me asombro por nada entiendo muchísimo mejor el mundo que me rodea. Puede que haya tenido algo que ver mi espíritu pesimista-derrotista, -muy bien alimentado por las palabras de Saramago «sólo son optimistas los seres insensibles, estúpidos o millonarios»- o puede que como en el cuento de Pedro, todos los lobos me parezcan menos lobos, pero si hay algo que tengo claro es que mire a donde mire, todo me suena a grandes éxitos del pasado.

Así que dejaré de psicoanalizarme y le contaré una cosa. Aquí nadie hace caso a Ignacio de Loyola y lo de hacer mudanzas se ha convertido en el deporte nacional. Por eso es que andamos desaforados creando posibles alternativas de gobierno ante las inminentes citas electorales que nos quedan de aquí a año y medio. Es cierto que el descrédito de la clase política ha sido un caldo de cultivo bastante sabroso para los nuevos partidos, pero también es cierto que, como dice Muñoz Molina, «la democracia no es natural, sino que tiene que aprenderse», y aquí de pedagogía democrática andamos cortitos. Me parece muy bien que uno tenga la tentación -y también me parece bien que sucumba a la tentación- de crear un partido político porque, precisamente, la participación ciudadana es la cuna que mece la democracia. Ahora bien, de ahí a la pataleta del «contigo ya no me ajunto» y ahora me creo mi propio club para jugar con mis amiguitos, media un abismo insondable y peligroso, porque de héroes están llenas las tumbas y de personajes populares con gran carisma están llenos los cajones del olvido. Los de Vox -lo siento, tienen nombre de diccionario de latín- andan por ahí recogiendo gente desencantada con la política del Partido Popular -lo son todos los que están, pero no están todos los que son- y han hecho prócer a un señor que estuvo secuestrado año y medio, y que como el mismo reconoce «No salí loco de allí pero sí muy tocado», algo totalmente natural después del trauma pero que, en principio, no parece una cualidad muy loable para un político y mucho menos para alguien que tiene intenciones de representar a la sociedad y que, a la vez, afirma que le cuesta muchísimo perdonar. No todos estamos llamados a dirigir naciones, y no pasa nada, no lo olvide.

Como tampoco estamos todos capacitados para dar ese paso que separa la realidad del deseo. La iniciativa Unión Cádiz que se presentaba hace apenas un mes con vocación de foro de debate -pienso que los del Foro 2012 deberían haber insistido un poco más en sus propuestas- y quizá de alternativa política municipal tiene, de momento, mucho más de deseo que de realidad. La idea parece buena, las personas que integran el grupo parecen buenas, el espíritu que les mueve parece bueno, pero el camino hacia el reino de Oz no es tan sencillo, sobre todo cuando no todas las baldosas son amarillas y es la bruja del Este la que domina todos los vientos. En fin. Me gustaría que me sorprendieran, la verdad, y que sorprendieran a la ciudad con un programa electoral coherente y real, y con aires nuevos. Y me gustaría que tuvieran suerte. Tal vez porque siempre me parecieron más adorables los perdedores.

Aunque no precisamente de perdedores está lleno el reino de los políticos. Que se lo digan a Inmaculada Michinina que después de sus quince o treinta minutos de gloria mediática y de conseguir su licencia para el baratillo, está dispuesta a presentarse a las próximas elecciones municipales (odio decirlo, pero ya se sabía) en las filas de Ciudadanos por Cádiz, para «luchar desde dentro», dice. Pues mire usted qué bien. Nada me sorprende, ya se lo dije, porque era muy previsible, tanto como el 'topless' en Interviú. Al fin y al cabo eso se le pide a los políticos, que vayan a pecho descubierto. A lo mejor cunde el ejemplo, quién sabe. Lo mismo hasta me asombro.