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Berzeh, el artificial oasis de paz de Damasco
Ejército y rebeldes sirios pactan un alto el fuego en el bastión opositor de la capital y permiten la llegada de ayuda humanitaria
DAMASCO. Actualizado: Guardar«Me uní al Ejército Sirio Libre (ESL) porque los soldados del régimen mataron a gente de mi familia. Mira lo que han hecho con nuestro barrio, está en ruinas. Nosotros salíamos a manifestarnos de forma pacífica y ellos empezaron a disparar». Ahmed, nombre ficticio, se presenta ante el periodista extranjero como «combatiente» y espera en la plaza de la municipalidad de Berzeh la llegada del convoy con ayuda humanitaria. Una fila de treinta camionetas cargadas con cajas de alimentos, mantas y colchones accede a este lugar presidido por una mezquita acribillada a balazos y rodeado por edificios fantasma, calcinados y carcomidos por la metralla. El Ejército controla los accesos al último barrio de la capital, la frontera con el cinturón rural que es feudo opositor.
Después de más de un año de combates, las armas han callado en un lugar especialmente sensible porque su control supone una amenaza directa al centro de Damasco, el corazón del régimen. Voluntarios de la Media Luna Roja organizan el aparcamiento de los vehículos y cientos de personas esperan con impaciencia. Entre la multitud se mezclan milicianos desarmados de las brigadas locales con miembros de las fuerzas de seguridad que se han encargado de la protección del convoy o que son los responsables de vigilar el cerco del barrio. «Tenemos un acuerdo de no agresión, ya no hay combatientes extranjeros en el lugar, solo sirios», apunta un oficial del Ejército de Bashar el-Asad.
El acuerdo alcanzado entre los militares y la oposición es celebrado por unos civiles que desean volver cuanto antes a sus casas y que «hasta el momento sólo ha sido posible en Berzeh, cada cerco es diferente, pero en este caso las brigadas locales aceptaron la condición de expulsar a los yihadistas extranjeros», apunta Ilias Samam, asesor del Ministerio de Reconciliación Nacional. «Se trata de un acuerdo frágil, un insulto, una mala cara puede hacerlo saltar por los aires, pero si madura puede servir de ejemplo para el resto del país», subraya.
El regreso de las familias
Los milicianos no han entregado sus armas y si ponen un pie fuera del barrio son detenidos, el régimen les ofrece amnistía en caso de que dejen la lucha armada o les abre la puerta para que se vayan a otro lugar a combatir, no en Berzeh. El mando rebelde se encarga de controlar el regreso de los vecinos a la zona «lo que ha provocado que sólo permitan el retorno a las familia suníes, al resto de confesiones les consideran colaboradores del régimen». Un filtro sectario que con el paso de los meses las autoridades esperan superar.
Queda un largo camino por delante, pero Berzeh es un primer paso hacia la ansiada reconciliación. La guerra ha provocado más de cuatro millones de desplazados internos y las soluciones temporales en albergues de acogida, casas de familiares u hoteles amenazan con cronificarse por lo que el esfuerzo de las autoridades consiste en facilitar el retorno a los lugares de origen. «Ya era hora de detener los combates, no hay tiempo que perder porque la reparación de las casas, el saneamiento y las telecomunicaciones llevará tiempo», opina Omeya Wahbi, profesora de árabe que viene a recoger una caja de alimento para llevársela a su casa, muy dañada por los combates, «pero habitable». El piso de Ali Yasen, funcionario del Ministerio de Petróleo, también necesita «una reparación urgente», pero parece no importarle demasiado porque «la clave es el alto el fuego, ahora Ejército y rebeldes se llevan bien y nosotros podemos vivir».
La cola es cada vez más larga. Los vecinos salen desde portales en los que parece imposible que pueda haber vida. Caminan por calles cortadas por barricadas de escombros hasta el lugar de reparto. «No hay vencedores en esta guerra», confiesa Mouafak Rajab, anciano que califica lo ocurrido en su barrio o en Homs como «pasos adelante muy importantes». Voluntarios de la Media Luna Roja dirigen la distribución de alimentos y asisten incrédulos a «una escena única en todo el país», soldados y rebeldes juntos en la misma plaza y sin que haya problemas. Muchos de los milicianos respetan también la cola para llevarse un saco de arroz, aceite o mantas.
Ahmed espera al periodista a la salida del barrio. Tiene 18 años y quiere hablar de fútbol, de la Liga española, de Messi, Cristiano Ronaldo. pero los últimos meses de combate pesan demasiado en su cabeza y acusa a las Fuerzas Armadas de la actual situación en el barrio. «Ahora no hay problemas, nosotros hemos tenido bajas, pero ellos también. No se puede hablar de un ganador en esta guerra», confiesa antes de perderse con los suyos por las callejuelas próximas a la plaza.