NERVIOS
El estancamiento del crecimiento en los países emergentes podría dar al traste con nuestra recuperación económica, muy dependiente de la exportaciones
Actualizado: GuardarEl siempre brillante Antonio Garrigues cierra ahora sus intervenciones con esta frase aproximada: «la crisis ha terminado, sea esto cierto o no lo sea». Me parece genial. La verdad es que hemos dado por supuesto que nuestros problemas económicos habían terminado y en estos últimos meses nos hemos dedicado a extender numerosos certificados de defunción de la crisis. Sin embargo, en las últimas semanas la cuestión se ha complicado y han aparecido datos suficientes para pensar que quizá nos hemos precipitado al concluir tal cosa. Repasen las cotizaciones de las bolsas mundiales y comprobarán que las certezas se han convertido en dudas y que las subidas generalizadas se han tornado en pérdidas importantes.
Las nubes oscuras de la borrasca nos llegan desde los países emergentes, esos países que han asegurado una parte muy importante del crecimiento mundial, desde que Occidente entró en barrena allá por el 2007. Tienen recursos humanos sin cuento, muchas ganas de trabajar, unos costes salariales modestos y una elevada capacidad de exportar. Pero, de repente, sus monedas se han desplomado. En algunos casos, como en Turquía, de manera inesperada; en otros, como en Brasil, temida, y en algunos, como en Argentina, de forma muy previsible.
El asunto es serio por varias razones. Este baile de monedas genera inestabilidad en los mercados y no solo en los monetarios. Si, como consecuencia de ello, termina por estancar su crecimiento, los países occidentales no podremos exportar todo lo que necesitamos para crecer.
La culpa parece ser que es de los malditos déficit de las balanzas por cuenta corriente que se forman por el fuego cruzado de la caída de los precios de las exportaciones, de las pérdidas de competitividad inducidas por las subidas de los costes y su inflación derivada, por el excesivo endeudamiento exterior para financiar el crecimiento y por la caída consiguiente de las reservas. Habitualmente, todos esos pecados los perdona el crecimiento, pero si éste se atasca entonces el endeudamiento crece, medido en porcentaje del Producto Interior Bruto (PIB), baja el 'rating', sube el coste de la financiación y los mercados castigan a las monedas. ¿Les suena a algo todo esto? ¿Lo han visto antes por aquí cerca? Algunos países tratan de evitar la pérdida de valor de sus monedas y la consiguiente huida de capitales subiendo los tipos de interés, como han hecho Rusia, India y Turquía, lo que sí puede detener el deterioro aunque sea a costa de encarecer el endeudamiento, lo que terminaría por afectar a la actividad.
Al final, dudas, vaivenes, inestabilidad y nervios. A nosotros, en Europa, nos vendría bien que estas tensiones se relajasen y que la situación de los emergentes se estabilizase. Y, como ya hemos dicho, necesitamos además que consigan crecer para tirar de nuestras exportaciones. Al menos mientras la demanda interna de Alemania no recupere el vigor perdido. De momento, en este principio de año, lo que tenemos es un brusco parón del comercio internacional, como demuestran los índices de contratación de fletes. Pero, sin todo lo anterior, será difícil que las previsiones optimistas que hemos formulado alrededor del final de 'nuestra' crisis se cumplan. Un horror. Sería volver a sufrir sin haber empezado a disfrutar.